Por Diego Carballido
La biblioteca popular Cachilo resiste en la zona oeste de la ciudad desde hace más de quince años. Hoy en día es uno de los modelos a nivel nacional de bibliotecas creadas con un espíritu de compromiso con el barrio y de promoción de la lectura como una herramienta de transformación social.
Desde su edifico de Virasoro al 5600, la Cachilo forma parte de un proyecto más amplio donde también funciona la FM 91.3 “Aire Libre”. Claudia Martínez es una de las coordinadoras y precursoras de este espacio que atraviesa complicaciones desde lo económico, al igual que el resto de las bibliotecas populares de la ciudad.
«Este año no recibimos el subsidio de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip), que está estipulado a través de una ley y contemplado dentro del presupuesto nacional», dice Martínez en diálogo con CLG, y agrega: «Las bibliotecas populares de todo el país están atravesadas por una preocupación muy grande. En particular, en Rosario nos juntamos a partir de una propuesta de la Vigil e hicimos un comunicado en conjunto donde evidenciamos este recorte que se está realizando sobre los fondos legales y legítimos que nos son asignados. Sumado a que en la provincia de Santa Fe existe un retraso en las cuestiones legales relacionadas con la determinación de personas jurídicas».
Según el análisis de la referente de esta biblioteca de zona oeste, «todas las organizaciones sociales relacionadas con la cultura, el arte y la comunicación están siendo ajustadas por las políticas neoliberales del gobierno nacional. En el caso de la Cachilo, en el Presupuesto 2019, aprobado por el Congreso, se reduce casi a la mitad el aporte que debe hacer el Estado en forma de subsidio a las bibliotecas populares».
Sobrevivir
La mayoría de las bibliotecas populares se sostienen gracias al esfuerzo en conjunto de las personas que forman parte de la misma. «Nuestras entidades son organizaciones sociales que se mantienen con el trabajo voluntario de la gente y con las actividades que se organizan», explica Martínez, aunque aclara que «nos sostenemos gracias a las personas, pero necesitamos los recursos de los subsidios para mantener los edificios, solventar las actividades y pagar los servicios».
Al no recibir este año el dinero que tenían asignado como espacio de promoción de lectura, Claudia se pregunta “¿Cuál fue el destino de esa plata que nos correspondía por ley?”. Ese es el único subsidio significativo que reciben todas las bibliotecas populares del país. “Es muy desgastante la esperanza prolongada en el tiempo. Porque cuando reclamamos, nos dicen que ya están por llegar los subsidios y en el medio corremos riesgo de que nos corten la luz”.
A pesar de este difícil panorama, Martínez rescata que se incrementó el compromiso del barrio con la Cachilo y son cada vez más los vecinos que se acercan a preguntar de qué manera pueden ayudar para poder seguir adelante.
Experiencia en crisis
“Lamentablemente la realidad de nuestro país es cíclica y ya hemos atravesado otras crisis”, relata Claudia y comparte una anécdota vivida con uno de los socios de la biblioteca que, en otro momento similar, les dijo: “Ustedes no dimensionan lo que sucedería si la Cachilo llegara a cerrar sus puertas. Al estar en el proyecto no aprecian todo lo que este espacio genera en el barrio. Es un lugar muy importante de encuentro y de tejido de lazos sociales”.
“Son espacios que generan bienestar personal porque apuestan a lo colectivo”, sintetizó Martínez. “Somos lugares de contención para muchas personas que, muchas veces, no son contempladas en los espacios privados ni en los pertenecientes al Estado. Lugares de fuerte resistencia, donde se les abre las puertas a todos sin importar de qué partido político provengan. Por eso, hay que cuidarlos” concluyó.