Cada vez más personas en Capital Federal optan por residir en habitaciones de hotel, pagando un total mensual que incluye todos los servicios.
Por Belén Corvalán
Los tiempos posmodernos reconfiguran los hábitos tradicionales y ponen en escena nuevas formas de vivir e interrelacionarse. Cada vez más personas en Capital Federal optan por vivir en habitaciones de hotel pagando un total mensual que incluye todos los servicios. Para hacerle frente a la soledad y sentirse acompañados en la vorágine que atraviesa la gran urbe, o por razones económicas, consecuencia de los incesantes aumentos tarifarios que golpean el bolsillo.
“Este último tiempo hubo un incremento en la demanda”, dice Gisella, que es encargada desde hace ocho años en un hotel ubicado en el microcentro porteño, en el de barrio Montserrat, donde por mes reciben alrededor de veinte consultas. Actualmente son treinta la totalidad de las piezas para alquilar mensualmente, y están todas ocupadas.
A tan solo unas cuadras, Edgardo Volontec, dueño del hotel El Suizo ubicado en Ciudad de Buenos Aires desde 1992, asegura que el nivel de ocupación es elevado, “se desocupa y ocupa inmediatamente”.
“No son personas que acceden a un alquiler, porque este demanda mucho más compromiso del punto de vista de solvencia, y financiero. Pero si hemos tenido personas que venían de alquileres y bajaron su pretensión por disponibilidad de recursos”, remarca respecto al perfil de los visitantes.
Los precios de las piezas oscilan entre los 6500 y los 9000 pesos con todos los servicios incluidos, como agua, luz, cable y wifi, y varían de acuerdo a si tienen o no baño privado. También hay algunos que tienen cocina para compartir, y otros que no. “Casi siempre estamos completos, no tenemos más gente porque no hay más habitaciones. Vienen a preguntar un montón, pero casi nunca tenemos cupo. Hay estudiantes, personas que vienen por trabajo, les queda cerca y después se van, y gente que ya está hace años”, cuenta Gisella.
La mayoría de huéspedes que hace más tiempo que están son adultos de cincuenta años para arriba, que llegan en pareja o solos. Tal es el caso de Alberto de 67 años, uno de los huéspedes que por motivos personales hace cuatro años decide vivir en un hotel, donde se siente acompañado, y a través del tiempo fue acondicionando la habitación de acuerdo a sus comodidades: trasladó un televisor pantalla plana y un aire acondicionado.
Una situación similar atraviesa Úrsula, que hace siete años se hospeda en el hotel que hoy describe y siente como su casa, donde ya pasó numerosas fiestas de cumpleaños y navidades. Porque el compartir con otros espacios en común como el comedor, o la cocina, hace que se genere una relación cercana, casi familiar, muy diferente a la que supone alquilar un departamento en donde la interacción con los vecinos suele ser mucho menor o nula, al punto de no saber quien vive tras la puerta de al lado.
“Actualmente hay una habitación que está alquilada hace un año por una persona que tuvo que achicar sus gastos, y de esta manera aprovecha para ahorrar”, comenta Edgardo. Anteriormente se había alojado allí un matrimonio por un lapso de cinco años. “La gente que se instala se queda porque está cómoda. Alquilando mensual se establece un vínculo con los huéspedes, que se reconocen unos a otros, entonces saben quiénes son, conviven y se sienten todos más tranquilos”, añade.
Los humanos, seres sociales que «no existimos sin el otro»
En diálogo con CLG, el reconocido psiquiatra y psicoterapeuta Ernesto Rathge, asegura que los seres humanos somos seres sociales “no existimos sin el otro. Lo necesitamos y ese otro nos necesita”, remarca. Sin embargo en las grandes urbes y en la cultura actual ocurre este fenómeno en el que “el sujeto cercano desaparece como persona cierta”, incluso estando a una distancia física cercana.
“Por estos tiempos que corren, el otro parece alejarse cada vez más”, sostiene. En ese sentido, el psicoanalista diferencia la coexistencia de la convivencia. “Una cosa es estar junto con otros, coexistiendo, hay coexistencia porque existen en el mismo espacio físico, pero hay poca convivencia porque se deja de conocer quien está cerca de uno”, dice.
En el caso de las personas de la tercera edad se suma la complejidad de que el encuentro con el otro es un elemento importante para ellos porque representa “una forma de construir futuro”, explica Rathge. Por ello, muchas personas que están solas, y sobre todo adultos mayores, apuestan a este tipo de alojamiento, en el que a través del saludo en los pasillos o el ascensor del hotel, o el hecho de compartir un té en la mesa contigua del comedor y mantener una breve charla, encuentran la forma de sentirse acompañadas. Sumado a que la ventaja económica que les representa. Sin embargo, el uso de los espacios compartidos, implica el cumplimiento de ciertas reglas para poder convivir en armonía.
“Si vemos que no se adapta a la convivencia no le renovamos el contrato de hospedaje”, añade Edgardo. En la misma sintonía, opina Gisella que más de una vez vivió situaciones que se fueron de las manos por comportamientos indebidos de huéspedes. “Cuando está el problema de sentirse solos pueden aparecer conductas adictivas como el consumo de alcohol o sustancias que son una pésima solución”, explica Rathge.
Sin embargo, esto no quiere decir, que sea una consecuencia determinante, sino que es uno de los errores que los seres humanos cometen. “Lo importante a plantear es que no son destinos ineludibles, tienen solución pero implica una búsqueda diferente. Hay que encontrar cuál es el problema y encontrar la solución dentro del repertorio de recursos que uno ha construido en la vida, y además seguir aprendiendo”.
En ese sentido, el psicoterapeuta sostiene que hay muchos factores que determinan cómo funcionan las personas en sociedad, no hay una única causa, porque sino sería reducirlo a una mirada simplista. Lo importante es tener en claro que “ningún camino es ineludible”, reitera Rathge. Y añade: “siempre tenemos la capacidad de encontrarle la mejor vuelta posible, aun en la peor de las circunstancias”.