Opina José Luis Juárez
Por José Luis Juárez
Un nuevo efectivo de la Policía Federal Argentina fue asesinado al intentar impedir un asalto a mano armada en una heladería de la localidad bonaerense de Ramos Mejía. Se trata del Cabo de la PFA Diego Di Giácomo, que estando franco de servicio y de civil advirtió como 4 sujetos armados que arribaron al lugar en una moto y un auto irrumpían en el local comercial y reducían a los presentes bajo amenazas con armas de fuego.
En ese instante Di Giácomo impartió la voz de «alto, Policía». Los pudo poner en fuga a los asaltantes, pero recibió múltiples disparos de parte de los delincuentes, tres de los cuales le impactaron en el torax y uno en la pierna.
La primera unidad policial que arribó hizo el auxilio de persona y llevó al efectivo al policlínico de San Justo, donde minutos más tarde falleció.
Una vez más la muerte de un policía en éstas circunstancias desnuda la realidad que se vive en las calles para los guardianes del orden, en el sentido de que la ley que rige se ha convertido desde hace ya largos años en una verdadera guerra entre el policía y el delincuente.
En ambos lados de esta contingencia reina un lema que dice: “Para el policía no hay nada mejor que un delincuente preso». En tanto que “para el delincuente no hay mejor que un policía muerto».
Esta situación comenzó a tener auge a partir de los gobiernos populistas (tanto Nación como Provincia ) donde las reiteradas reformas a los distintos códigos penales y procesales penales provocaron que el policía pierda su autoridad, el respeto y su accionar se vea afectado dadas las normas dictadas a favor del garantismo para con el delincuente.
La delincuencia ha hecho honor y abuso en todos estos años de la legislación dictada en su favor, sabiendo en principio que en algunos delitos no queda preso, que cuando queda preso se acoge a numerosos beneficios que tienen que ver como esperar audiencias con arrestos domiciliarios, compromiso de firmar monitoreo en Oficinas Judiciales y en casos más graves el uso de tobilleras electrónicas de control domiciliario, pero presos jamás.
Esas nuevas modalidades de garantismo para con el delincuente han provocado que el policía pierda campo de acción en la calle, no sea respetado y no haga prevalecer su autoridad en los actos policiales.
Prueba de ello, es que actualmente en el 99% de los operativos policiales de detención de delincuentes en sectores álgidos de la ciudad, los uniformados encuentren una violenta resistencia en principio por familiares del arrestado, como así de vecinos o habitantes de la zona; con el solo hecho del trabajo policial de ingresar a una sector o casa a buscar al requerido, dichas personas que se masifican agravian con todo tipo de insultos para pasar inmediatamente a agresiones con todo tipo de elementos tales como palos, piedras y hasta disparos de arma de fuego.
El garantismo instalado hoy ha provocado en el ciudadano medio gran rechazo al personal policial, dado que las acciones policiales siempre son insuficientes para atacar al delito, viendo la gente a la policía como una fuerza débil e ineficiente ante su requerimiento, fundamentalmente cuando se ve detener a delincuentes y a las pocas horas vuelven a estar en las calles. Esta situación por supuesto se ve apoyada por actos de corrupción de la fuerza policial, que son conocidos y reiterados.
La guerra entre policía y delincuente existe y se encuentra en plena vigencia, entendiendo que tanto los Gobiernos anteriores como el actual no tienen en carpeta reformar esa situación, todo lo contrario, buscan mantener el garantismo a la delincuencia y allí el gran afectado además de ser el policía sin dudas es el ciudadano común.