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Madres de Plaza de Mayo: socialización de la maternidad y politización del duelo


Por Marianela Scocco, becaria posdoctoral de Conicet, Dra., Lic. y profesora en Historia por la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y docente de dicha facultad. Autora de los libros "El viento sigue soplando. Los orígenes de Madres de Plaza 25 de Mayo de Rosario (1968-1985)"

45 años de lucha. 45 años de aquel 30 de abril de 1977 en que rondaron por primera vez en la Plaza de Mayo. Sin embargo, las efemérides a veces no se condicen con todos los escenarios posibles. Aquel 30 de abril la mayoría de las Madres no sabían que tendrían que buscar a sus hijos e hijas durante tantos años. Pero años después esa fecha se convirtió en el momento de revindicar su lucha.

El 30 de abril remite al hecho político de reclamar por Memoria, Verdad y Justicia. La resistencia y la lucha de las Madres de Plaza de Mayo han sobrepasado la importancia de la propia dictadura. El amor vence al odio, nos gusta decir.

Las acciones de las Madres de Plaza en la búsqueda de sus hijos e hijas no tenían al principio fines organizativos, sino que paulatinamente comenzaron un proceso interno de toma de conciencia. Ellas no se consideraban a sí mismas como un movimiento político ni como un colectivo femenino, para ello, debieron cambiar sus propias representaciones acerca de la mujer y la maternidad y además tuvieron que enfrentar la impugnación y el reclamo social y hasta familiar.

Hay quienes interpretaron la búsqueda de sus hijos e hijas como el resultado de una reacción «natural» de cualquier madre. Pero no hay nada de natural en la lucha de las Madres (con mayúscula). Porque la maternidad es una circunstancia histórica que varía por distintos factores. Y porque la respuesta que dieron las Madres a la desaparición de sus hijos e hijas excede en mucho a la de una madre -incluso a la de otras madres en la misma situación- al menos a la de aquella figura consagrada en las representaciones y en la práctica social dominante.

Por ello, la maternidad no fue explotada en su condición biológica o natural, sino como una construcción colectiva de mujeres para luchar contra la violación de los derechos humanos y conseguir algunos avances judiciales en la disputa contra la impunidad. Allí apareció un proceso de socialización de la maternidad, cuando dieron un paso más allá: ya no sólo en reclamo por el o la hija propia, sino por todas y todos las y los hijos.

Al mismo tiempo, no todas las Madres eran «amas de casa apolíticas» en su constitución inicial. Muchas ya contaban con experiencia y conciencia políticas previas, así como otras habían ido adquiriéndolas a partir de la militancia de sus hijos e hijas. Sin embargo, esas actividades laborales y comunitarias que realizaban eran entendidas como una extensión del mundo doméstico, no habían alterado ni su lugar ni su mirada del mundo. Es con la desaparición de las y los hijos que ello ocurre, por lo cual dicha desaparición marcó, no tanto la entrada en el espacio público, sino un cambio en la percepción, en la significación de su incorporación a este espacio.

Por eso, el hecho concreto que distinguió a las Madres fue la decisión de instalar su reclamo en la Plaza de Mayo. Y lo multiplicaron en todas las plazas del país. De esta forma, transformaron el dolor privado en público, en lo que podemos llamar un proceso de politización del duelo. De allí la especificidad de su lucha y su constitución.

Por eso, el colectivo superó lo individual y ese es el mayor logro de las Madres. Su lucha sigue y seguirá. Incluso más allá de ellas mismas. Porque las Madres de Plaza de Mayo son ya, para el mundo, signo de lucha y dignidad. Se convirtieron muy tempranamente en la conciencia crítica de esta sociedad. Y lo serán para siempre. Porque allí estuvieron, allí están. Imprescindibles. Inevitables.