Por Carlos Duclos
Para aquellas personas que sean un poco reflexivas y desapasionadas políticamente, lo suficiente para no caer en el paroxismo, la noticia que dio el Indec sobre que el 60 por ciento de la población gana menos de 20 mil pesos debe haber conmovido, más o menos sorprendido y justamente indignado. Si se tiene en cuenta que una familia para no ser pobre debe obtener (según la mirada oficial) un ingreso no menor a 33 mil pesos, la realidad social argentina es angustiante.
Pero lo cierto es que el monto de 33 mil pesos que se asigna a una familia para no caer en la pobreza es, por lo demás, una fabulosa mentira, una burla mayúscula a la verdad y la justicia, porque en los hechos se sabe que ninguna familia puede vivir dignamente en este país con semejante suma de dinero. Tal monto no alcanza para pagar necesidades básicas tales como un alquiler de vivienda, servicios, impuestos, vestimenta, útiles escolares, alimentación, medicamentos, etcétera.
El modelo perverso neoliberal argentino ha conseguido lo que quería: que el grueso de los trabajadores no perciba más de lo que perciben los trabajadores sojuzgados del mundo colonial: 400 dólares al mes, es decir la tercera parte de lo que percibe como básico un trabajador del Primer Mundo. Este ha sido el propósito del capital mundial inhumano y esclavista. El asunto, por otra parte, es que tales salarios no son asignados a personas que ingresan recién al mercado laboral, sino a quienes están en él desde hace años. Y esto si se tiene la suerte de no ser un despedido.
Es cierto y hay que decirlo: una buena parte de las pequeñas y medianas empresas pasan por un momento crítico, desolador en muchos casos, y esta es la consecuencia de un modelo político rapaz. También es verdad que otra buena parte del a veces mal llamado “empresariado” argentino, ha puesto sus ganancias (cuando las hubo) en la “ventaja financiera” y no en los bienes de capital y recursos tecnológicos y humanos para hacer más competitivas a las empresas y poder lidiar con cierto éxito con las extranjeras. “No hay vocación empresarial en Argentina, salvo excepciones”, le dijo a quien esto escribe un pequeño empresario rosarino, y añadió: “Ser empresario es amar lo que uno hace, invertir en ello, luchar contra viento y marea y anteponer el éxito de la empresa al éxito personal”. Ni más ni menos; por eso en este país verdaderos empresarios hay pocos.
No es posible soslayar tampoco, que las políticas desde hace décadas no favorecen a los verdaderos empresarios (Pymes) y comerciantes, ni a los trabajadores, y que se ha instaurado muchas veces una cultura del clientelismo político, que consiste en mantener por unos miserables mendrugos a personas aptas para sufragar y nada más. Se los ha sumergido en la pobreza perenne y acostumbrado a sentir que esa es su naturaleza social, ser nadas y vivir de la dádiva. Una atrocidad en la que están asociados, aunque se niegue, la derecha y ciertos sectores “populares” y progresistas.
Una atrocidad que han mantenido gobiernos de uno y otro signo por años y años. No es casualidad que la pobreza en este país, desde hace décadas a la fecha, se mantenga en índices que alarman si se tiene en cuenta la abundante riqueza de recursos que posee Argentina. Es que aquí hay una corporación hipócrita que emergió luego de la muerte de los grandes políticos argentinos, que ha hecho de este país una desgracia y cuyos representantes, impúdicos, son siempre los mismos y saltan de un espacio a otro como verdaderos panqueques con tal de salvaguardar sus íntimos intereses.
¿Y el Estado qué hace? Poco, a veces nada, y a veces da el pésimo ejemplo, como en la provincia de Santa Fe en donde hoy hay miles de contratados, trabajo precarizado, sin obra social, sin destino y con la inmensa amargura de no saber qué será de sus vidas. Desde hace tiempo vienen reclamando, pero no hay respuestas concretas para todos. Y por el momento, lamentablemente, no se escucha tampoco a quienes se harán cargo de la provincia a partir de diciembre alzar la voz a favor de los trabajadores. Una vergüenza.
Una vergüenza que un padre de familia tenga un sueldo de 25 mil pesos (si lo tiene) y que haya funcionarios, jueces, legisladores, banqueros y otros yuyos, que nadan en la opulencia gracias a la tristeza del ser humano común.
En este contexto, no extraña que se multiplique la delincuencia, el individualismo, el salvarse como se pueda y todas las aberraciones propias de una sociedad infectada. No hay solución para este país si no irrumpe en la escena política alguien sensible, empático, compasivo, desapasionado, que comprenda la necesidad de la hora y que tenga la firmeza de actuar en consecuencia, apoyado por quienes desean una Patria mejor y no un negocio para unos pocos mientras otros mueren de una u otra forma.