Por Diego Añaños
“El Estado no tiene que quedarse con el fruto de tu esfuerzo. En mi gobierno, los trabajadores no van a pagar impuesto a las ganancias. Ese es mi compromiso. Vamos juntos”. Así rezaba el texto de uno de los spots de campaña de Mauricio Macri allá por 2015. Y así quedó en el camino una de las tantas promesas económicas incumplidas, como la pobreza cero, la derrota de la inflación, los dos millones de puestos de trabajo, o el no ajuste. Precisamente por eso le costó tanto escribir el capítulo sobre economía, porque no tiene un solo éxito para mostrar. Lo de Ganancias particularmente era llamativo. Uno podía pensar que era mentira que Macri cumpliera con sus otras promesas, pero decir que iba a eliminar el impuesto a las Ganancias no era mentira, era IMPOSIBLE. No por una limitación normativa, sino por el perjuicio fiscal que representaría para las arcas del Estado Nacional. Ahora, la nota de color, uno podría decir que es la trágica nota de color, en realidad, es que no sólo no eliminó el impuesto, sino que duplicó la cantidad de trabajadores que lo pagaban. Digamos, es como si Usaín Bolt promete volver a las pistas para batir su propio récord y termina corriendo los 100 metros en 20 segundos.
Si bien es cierto, como decíamos antes, que eliminar el impuesto a las ganancias es imposible, no es menos cierto que desde hace ya un buen tiempo se hacía indispensable una modificación del mismo, particularmente en lo referido al mínimo no imponible y la progresión de las escalas. El tributo estaba alcanzando a trabajadores y jubilados con ingresos medios, y había perdido su razón de ser.
El sábado pasado, la Cámara de Diputados, y luego de una maratónica sesión, dio media sanción al proyecto de modificación del Impuesto a las Ganancias impulsado por el oficialismo. La votación fue unánime: 241 votos a favor, ninguno en contra, y tres abstenciones de legisladores de Juntos por el Cambio. El punto central de la reforma está centrado en la elevación del piso a partir del cual se tributa. De aquí en adelante sólo estarán alcanzados por el impuesto los trabajadores que cobren más de $150.000 brutos. Esta modificación favorecerá a 1.267.000 trabajadores y jubilados, con lo cual quedará exento del pago el 93% de los asalariados. También se estableció que aquellos trabajadores que perciban entre $150.000 y $173.000 tendrán una deducción especial para evitar que terminen cobrando más aquellos que no están alcanzados por tributo. Un dato relevante es que la vigencia del proyecto será retroactiva al 1° de enero de 2021, por lo que durante el mes de abril se devolverán las retenciones llevadas adelante en los primeros tres meses del año.
La modificación tiene dos objetivos. Uno de justicia distributiva, porque libera del pago a trabajadores de escalas salariales medias, que habían quedado presos del impuesto debido al retraso de la actualización del mínimo no imponible. Y otro de mecánica económica, porque permite libera recursos para el consumo al aumentar el ingreso disponible de una importante franja de trabajadores y jubilados. Paralelamente implica un esfuerzo fiscal, dado que el Estado dejará de percibir una parte de los recursos provenientes del tributo, y que se estima en algo menos de 50.000 millones de pesos. La apuesta es que, a través de la expansión del consumo, se fortalezca la incipiente recuperación económica y, al elevarse el nivel de actividad, se puedan recuperar esos recursos por otras vías impositivas.
Cito y enfatizo la cuestión ligada a la mecánica económica, porque está en la raíz del problema. Es probable que en algunos sectores, la frase “que paguen más los que más tienen”, pueda resultar irritante. Sin embargo, la frase no sólo cobra sentido desde la perspectiva de la justicia distributiva. También es relevante desde la perspectiva del funcionamiento de una economía capitalista. Los que menos tienen, gastan todo lo que ganan. Cuando incrementamos sus ingresos disponibles, ese incremento va, mecánicamente al consumo, lo cual importa un estímulo a la actividad económica. Cuando uno aumenta los impuestos sobre los sectores más beneficiados, puede que genere molestias, pero es una falacia que involucre un deterioro de la actividad económica. Claramente, los aumentos impositivos no salen del consumo, sino de los ahorros de los más favorecidos.
Hay una batalla cultural por dar en ese sentido, ya que buena parte de los sectores de clase media han sido capturados por el relato de las elites. Una economía capitalista no sólo es más justa si la tributación es progresiva, sino que también funciona mucho más eficientemente cuando los beneficios del crecimiento se distribuyen más equitativamente.