Opinión

A esas criaturas tristes


(Hablan Candi, Inocencio y el autor de la columna: tres personas distintas y un solo ser verdadero)

Candi: -Las hojas se mecen suavemente. Son atravesadas por la fría brisa de este atardecer otoñal como las circunstancias de la vida suelen atravesar ciertos corazones haciéndolos sangrar. Ellas son los últimos vestigios de vida de un árbol entristecido que miro y compadezco. Están casi secas, y advierto que es cuestión de poco tiempo para que sean no más que cosas arrebatadas por el viento. Objetos que, tal vez, presten su último servicio a la creación inspirando a un poeta o a un escritor.

Inocencio: -Y mientras miro a ese árbol cuyas hijas se han caído y otras están en el mismo abismo de la existencia, pasan a mi lado dos ojos románticos, hermosamente viejos y sublimemente nostálgicos. Me pregunto: ¿qué antiguas penas llevas en tu alma mujer? ¿Qué sueños muertos? ¿Qué gozos perdidos?

Candi: -¡Ah, sí señor; sí mi querida dama! Perdonarán ustedes, pero yo suelo andar posando la mirada en el vaso medio vacío, en esa parte del alma invadida por la tristeza y el dolor. La mitad de la copa llena y rebosante no me necesita. No.

Inocencio: -Y mientras miro a esos ojos bellos, pero tristes, que se alejan de mí, vuelvo mi mirada hacia esas hojas del árbol entristecido como el gris de esta tarde de otoño. Pienso, porque existo aún gracias a Dios, que en muchas e innumerables partes de este mundo herido por ciertos hombres, hay cientos de miles, millones, de árboles, de animales, de seres humanos inocentes y buenos que lloran desconsoladamente. Solos de toda soledad, en el desierto entre todos los desiertos. Solos en la noche infinita.

Candi: -Y yo aquí sin poder hacer nada, o, mejor dicho, escribiendo y llorando. Llorando, sí, porque “yo sé lo que es ser esclavo en Egipto”.

Inocencio: -Y sin embargo…

El autor: -Y sin embargo, amados Candi, Inocencio, querido lector, aún podemos orar por los árboles tristes, aún podemos esperar con esperanza, sin abandonar la lucha, y decir como el poeta a esas criaturas buenas, inocentes: “Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”.