Los colegios electorales de Brasil abrieron sus puertas este domingo para los comicios generales, en el que más de 147 millones de brasileños están convocados a las urnas para votar.
Los votantes tendrán la oportunidad de elegir quien será el próximo presidente por los próximos cuatro años, así como también la mayor parte del Congreso, los gobernadores de los 27 estados y sus respectivas legislaturas.
Los dos candidatos que lideran las encuestas ya emitieron su voto, el primero fue el diputado Bolsonaro, y en segundo lugar fue el candidato perteneciente al Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad. Los sondeos prevén una segunda vuelta el 28 de octubre entre ambos.
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Presidenta constitucional y candidata al senado,@dilmabr, participó en los comicios de este domingo #BrasilDecide 🇧🇷 #Eleicoes2018 ➡️https://t.co/Ghy58NcC4w
Los mandatos de Rousseff se caracterizaron por la continuación de programas sociales impulsados por @LulaOficial pic.twitter.com/awZcQpq5gp
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Quien resulte electo sucederá a Michel Temer, el más impopular de los mandatarios desde la restauración de la democracia en 1985, y tendrá por misión recomponer la credibilidad del Estado después de años de crisis económica, violencia endémica y escándalos de corrupción.
Bolsonaro, un ex capitán del Ejército, de 63 años, y Haddad, ex alcalde paulista, de 55, son a la vez los candidatos con más intención de voto y con mayor índice de rechazo, en una muestra de las pasiones que agitan al país y que dejaron poco espacio a los candidatos de centro.
La última encuesta Datafolha del jueves da un 35% de intenciones de voto a Bolsonaro, frente a 22% para Haddad; el centroizquierdista Ciro Gomes y el centroderechista Geraldo Alckmin gravitan en torno al 10%.
Los dos favoritos aparecen empatados en las simulaciones de balotaje. Pero algunos analistas estiman que Bolsonaro podría ganar en la primera vuelta, en caso de que sectores de clase media decidan emitir un «voto útil» para evitar que la izquierda vuelva al poder.
Los electores «acabarán votando mucho más por miedo o rabia que por convicción. Entreveo entonces una segunda vuelta mucho más radical, con riesgo incluso de violencia», afirma Geraldo Monteiro, politólogo de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro (UERJ).
Las encuestas, sin embargo, distan de ser infalibles, apunta Monteiro, recordando que en 2014 muchos estudios preveían que el centroderechista Aécio Neves quedaría eliminado en la primera vuelta, aunque terminó compitiendo (y perdiendo) el balotaje con Dilma Rousseff, del PT.
Ahora, tanto Alckmin como Gomes apuestan por una sorpresa semejante.
Una campaña entre la cárcel y el hospital
Haddad realizó un ascenso fulgurante desde que fue designado el 11 de septiembre como sustituto del encarcelado ex presidente Lula, favorito absoluto hasta que su candidatura fue invalidada a causa de su situación judicial. El ex mandatario cumple una condena a 12 años de prisión por corrupción y lavado de activos.
La campaña se vio sacudida además por el atentado que sufrió Bolsonaro el 6 de septiembre, cuando un individuo le asestó una puñalada en el abdomen en un mitin. Aunque no pudo realizar nuevos actos públicos, siguió presente en las redes sociales y aumentó sustancialmente su ventaja en las encuestas.
Su popularidad también sobrevivió, e incluso aumentó, después de las masivas manifestaciones de mujeres que el sábado pasado denunciaron el historial de declaraciones misóginas, racistas y homófobas de este admirador de la dictadura militar (1964-85).
Pese a que se presenta como candidato del pequeño Partido Social Liberal (PSL), Bolsonaro recogió esta semana el apoyo de la poderosa bancada ruralista en el Congreso, de importantes pastores evangélicos y de medios empresariales que apostaban previamente por Alckmin.
Su receta se basó en propuestas sencillas para combatir males profundos, con un lema: «Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos».
De llegar al poder, prevé flexibilizar el porte de armas para enfrentar la violencia que deja más de 60.000 muertos por año; proseguir el actual programa de austeridad para recuperar la confianza de los inversores después de dos años de recesión y dos de débil crecimiento; y defender los «valores tradicionales», para combatir la «ideología de género» en la educación.
Haddad, ex ministro de Educación de Lula, promete por su lado volver a los años de gloria del líder del PT, cuando los planes de inserción social y una economía boyante permitieron sacar a más de 30 millones de brasileños de la pobreza extrema.
Pero desde entonces, las cosas se complicaron para el PT. En 2016, Rousseff, heredera política de Lula, fue destituida
por el Congreso acusada de manipular las cuentas públicas. Y en abril de este año Lula fue a prisión.
La condena del ex presidente se dio en el marco de la Operación Lava Jato, que desveló una gigantesca trama de sobornos pagados a políticos de casi todos los partidos, para obtener contratos con la petrolera Petrobras.
Los escándalos llegaron hasta el propio presidente Temer, pero la Cámara de Diputados bloqueó el avance de las investigaciones, que podrían reiniciarse cuando el mandatario pierda su inmunidad el 1 de enero de 2019.
Estas son las octavas elecciones que se realizan desde el retorno de Brasil a la vida democrática, con la particularidad de
que es la propia democracia la que se ve cuestionada por millones de decepcionados votantes.