Por Diego Añaños
El pasado lunes 23, el ministro Martín Guzmán presentó a sus pares del G-20, una propuesta para proteger la economía de los más vulnerables en el medio de la crisis. La receta consiste en la provisión de transferencias de dinero, la protección del empleo a través de subsidios al trabajo (focalizados en aquellos sectores más afectados por la crisis), y una extensión de los seguros de desempleo. Sugirió también utilizar “la caja completa de herramientas de políticas económicas para proveer liquidez global”, a través de una ampliación de los swaps bilaterales, con las economías más avanzadas, así como un incremento de los Derechos Especiales de Giro del FMI.
Las perspectivas globales son sombrías. Recientemente un académico inglés de la London School of Economics, Jerome Ross, ligado al ministro Martín Guzmán, publicó un artículo en Tribune Magazine, en el que sostiene que las consecuencias económicas de la pandemia serán muy graves. Es así que pronosticó que el Coronacrash implicará no sólo una fuerte caída de la actividad económica, sino que abre las puertas de una Caja de Pandora que podría incluir una ola de defaults soberanos y corporativos.
Las Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), advirtió sobre la posibilidad de una crisis alimentaria inminente, debido el fuerte impacto de la crisis sobre la producción y suministro de alimentos. Normas de control sanitario mucho más severas en la industria alimenticia, destinadas a preservar la salud de los operarios y la calidad del producto, podrían ralentizar la producción y comprometer la provisión. Paralelamente, los fuertes controles sobre las rutas en las que se transportan los alimentos, dificultarán la distribución, así como también aumentarán la ratio de pérdidas y desperdicios, especialmente en el rubro de los alimentos frescos.
Con un retardo difícil de comprender, las principales potencias occidentales parecen haber tomado nota de la gravedad de la crisis y comienzan a tomar medidas a la altura de las circunstancias. Luego de arduas negociaciones, Donald Trump y el Congreso de los EE.UU. alcanzaron un acuerdo en las primeras horas del miércoles para aprobar un descomunal paquete de ayuda de 2 billones de dólares. Un plan de rescate sin precedentes en la historia norteamericana, destinado a asistir a trabajadores, empresas y a fortalecer el sistema de salud.
El Parlamento alemán, por su parte, aprobó el pasado miércoles un paquete de medidas destinadas a morigerar el impacto recesivo de la crisis por 1,1 billones de euros. Es el mayor programa de rescate desde la Segunda Guerra Mundial. Incluye un fondo de estabilización económica para sostener las deudas de las empresas, créditos e inversiones para compañías en problemas, capitalización para el banco de inversión pública (KfW), un fondo de lucha contra la pandemia y un refuerzo presupuestario para el sistema de salud.
También comienzan a movilizarse los líderes de la Unión Europea. Los presidentes y primeros ministros de España, Bélgica, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Portugal y Eslovenia, reclamaron al presidente de la Comisión Europea que despliegue toda la artillería posible en pos de controlar la crisis generala por el covid-19, a la vez que sugirieron como herramienta la emisión de deuda para financiar los gastos de la pandemia. Los papeles ya tienen nombre: Coronabonos.
La OCDE, finalmente, reclamó por un rescate al estilo del Plan Marshall. El European Recovery Program, como se lo llamó oficialmente, consistió en un programa de ayudas económicas prestadas por los EE.UU. a los países devastados por la 2° Guerra Mundial. Si bien la magnitud final de la crisis es imposible de estimar con precisión hoy, la OCDE la ubica a la altura de las peores crisis del Siglo XXI (tanto la del 11-S, como la crisis financiera global del 2008). Según el Secretario General del organismo, José Ángel Gurría, ya se ha perforado la barrera del escenario más grave que planteaba el organismo en su informe de Perspectivas Económicas, y parece cada vez más probable observar descensos secuenciales en el crecimiento económico durante 2020.
Hoy ya no quedan dudas de que nos enfrentamos a una de las tres mayores crisis de la historia del capitalismo, independientemente de que se haya originado en una crisis sanitaria. Sólo el paso del tiempo y el desarrollo de los acontecimientos, nos permitirán mensurar su verdadera profundidad, y se terminarán las especulaciones acerca de la forma que tomará la salida (será una V, será una U, será una W o será una larga y acostada L???). Sin embargo, y más allá de las particularidades que la caracterizan (el COVID-19 como detonante, la economía real como mecanismo de transmisión al mundo de las finanzas y el patrón que tomará la senda de salida), hay un factor común que conecta todas las crisis del sistema capitalista: el Estado es el único agente sistémico en condiciones de gestionar una salida. Existe un prejuicio que parte de la idea de que el capitalismo es un sistema que se cimenta en la iniciativa privada. Nada más alejado de la realidad. No hay evidencia empírica de la existencia de una sola economía capitalista exitosa en la que el Estado no haya liderado, al menos, el proceso de take off de desarrollo. Los mercados no resuelven, ni hay resuelto jamás, los problemas sistémicos centrales. Las crisis no hacen más que evidenciar las limitaciones de los mismos, y recordarnos, cíclicamente, el papel central del Estado en nuestras vidas.