En el Día del Boxeador, CLG dialogó con uno de los representantes argentinos del deporte: su historia, sus recuerdos, el gimnasio en la ciudad, su "retiro" y la solidaridad
Por Andrea Astiasuain
“Verlo a mi viejo ahí, orgulloso… ya está, ya había llegado a lo más alto“. De esa forma recuerda Matías Vidondo una de las noches más importantes de su carrera como boxeador. Siempre lo soñó, el sacrificio de diecisiete años, había dado sus frutos.
Matías, ese pibe de 21 años,que dejó su familia, sus seres queridos, su vida, en su Neuquén natal, nunca se imaginó que le iba a deparar los próximos años cuando llegó a Rosario para convertirse en un Médico Profesional.
Como muchos estudiantes, paralelamente a la carrera, él comenzó a hacer unas changas en un barcito para poder ayudar a sus padres con los gastos. En una de esas noches, el dueño del gimnasio La Bajada, ubicado sobre la Bajada Sargento Cabral, se acercó y le dijo: “Matías, ¿por qué no empezás el gimnasio?”.
“Yo no tenía plata para ir a un gimnasio, ni para ir al cine, para nada. Y me dijo que vaya igual. Así que empecé a ir, pero nunca me gustaron las pesas. Arriba del gimnasio, estaba la parte del boxeo. Cuando no iba nadie, le pegaba a bolsa y un día me encuentro al profe”, relató Vidondo, en diálogo con CLG, sobre como fueron sus comienzos.
El profesor le sugirió que asista a unas clases de boxeo. No lo dudo, y allá fue. “Terminó la clase y hablé con él. Me dijo: ‘te vi bien’, y yo le respondí que sí, que me había gustado, pero le recalqué: ‘Si me entrenás para pelear sigo viniendo, sino no me interesa’.
Decidido. Pero esa decisión ya la había tomado en Neuquén cuando a los ocho años arrancó artes marciales porque sus padres no querían que hiciera boxeo.
“Yo creo que el boxeador lo tenemos adentro. En mi familia no hay nadie que boxeé. A mis viejos siempre les gustó mirar, pero desde que yo empecé, mi mamá nunca más miró el deporte. A mi viejo siempre le costó también. De hecho, en toda mi carrera amateur, mi papá rechazó la idea que yo boxeara”, comentó.
Después de empezar a ejercitarse en boxeo, nunca paró, a pesar de que nada le fue fácil. “Para Luis, el entrenador, fue un desafío también porque nunca había preparado a un boxeador”, comentó Matías, quien agregó: “Nos costó mucho porque no éramos del palo del boxeo, no éramos de los barrios, sino de un gimnasio del centro”, relató.
“Fue muy difícil meterse, en las peleas no nos dejaban competir, no nos daban bolilla. No nos programaban peleas, teníamos que vender las entradas para pagar al rival… pero bueno, me fui haciendo conocido a base de esfuerzo y de nocaut. En un momento me empezaron a llamar porque llevaba mucha gente”, continuó.
La pasión que siente por el deporte se le nota cuando recuerda la primera pelea amateur que disputó: “Con Fernando Silva, en el club Echesortu. Es inexplicable, no te podría explicar. Lo noqueé antes del minuto al Fer. Y fue muy fuerte, porque había jugado al vóley, pero nunca había sentido lo que sentí en ese momento, que era inhabilitar, sacar del juego al tipo que viene a lastimarte, es un logro personal, te pasan muchas cosas. Desde ese día no paré más”.
Con aquella decisión que lo caracterizó desde pequeño, y con las metas bien claras, «El Matador» fue consiguiendo todo lo que alguna vez se propuso. Logró el campeonato argentino de peso pesado frente a Eduardo Favio “Mole” Moli, el campeonato sudamericano frente a Marcelo Domínguez, y tuvo el privilegio de llegar a competir por el campeonato mundial frente al cubano Luis Ortiz, en el mítico Madison Square Garden, el único argentino en peso pesado en alcanzarlo. Ese momento, para él, viendo a su padre en los Estados Unidos, fue el máximo.
“Cuando subo al ring, alrededor de 23 mil personas, empiezo a relojear para todos lados, lo veo a Trump, y en un momento, lo veo a mi viejo, a quince, diez, metros del ring, no sé cómo lo encontré. Lo veo ahí, parado con los brazos en alto, poniendo el apellido que él me dio en lo más alto en ese momento del deporte, eso me aflojó, me emocionó antes de la pelea”, manifestó.
Sin embargo, para Vidondo, “todas las peleas son importantes, todas tienen algo». «Siempre les di la importancia que se debe a los rivales, el respeto que corresponde”, comentó, y añadió: “Yo nunca subí a ganarle al rival, siempre subí a ganarme yo. Siempre hubo algo interno, creo que los boxeadores somos así: siempre subimos a ganarnos a nosotros, no importa lo que nos pongan en frente, porque somos guerreros, pero el tema es ganarnos nosotros. Siempre lo que me motivó en este deporte, fue eso, superarme”.
Llegó a la ciudad de Rosario para estudiar Medicina, carrera que, a pesar de haberse dedicado al boxeo, terminó de cursar y sólo le quedan un par de exámenes. «Fue duro, difícil, pero nunca se me ocurrió dejar. Ningún objetivo que valga la pena es fácil… requiere sacrificio, requiere esfuerzo, requiere dejar muchas cosas de lado. La medicina era el objetivo que yo había venido a cumplir acá, después de dejar mi familia. Fue mi primer objetivo“, expresó.
Sacrificio, esa es la palabra con la que define al boxeo. “Hay un entrenador rosarino, Carlos Alanis, que dice ‘Si te gusta el boxeo, enamorate del sacrificio’ y es buenísima porque es la realidad. No hay un día que sea fácil, tenés que tener muchas ganas”, agregó.
El retiro, y el después
El retiro de «El Matador» llegó de una manera extraña. Se enteró por las redes sociales que el “Patón” Basile y el boliviano Julio “Cachi” Cuellar Cabrera peleaban por los títulos que le pertenecían. “Me retiré en abril, y no fue tanto que me retiré, sino que la Federación me retiró. No salían peleas, nadie quería pelear conmigo, y, en vez de obligar al que estaba primero, segundo o tercero en el ranking a que peleen, me sacaron los títulos y se los dieron a ellos “.
La relación entre Matías y el boxeo es tan fuerte que el retiro «inducido por la Federación» no lo detuvo. Hace dos años, inauguró «El Club del Boxeo» en el centro rosarino, lugar donde pasa casi 12 horas por día. Además de entrenar, desde el Club organizan distintas campañas solidarias.
«Estoy feliz, viene mucha gente, muchas chicas. Mi idea siempre fue la de desmitificar, sacarle al boxeo ese tilde de que eramos los negros, los malos del deporte. El Club es un lugar de mucho respeto. A la gente que va, les cambia literalmente la vida. Cuando yo vine de Neuquén a estudiar Medicina, mi sueño era salvar una vida por eso quería ser medico y con el tiempo, me fui dando cuenta que se podía ayudar de otra manera y ahora lo estoy haciendo«, sostuvo.
«Hago lo que me hace feliz, me siento un privilegiado, al margen de que todo lo luche yo, nunca nadie me dio nada, hago lo que me gusta. Soy un privilegiado», añadió.
Vidondo vivió, vive y vivirá para el boxeo, así lo siente. «Es una pasión que tengo. Cuando alguien me dicen ex boxeador, le digo: ¿Por qué cuando un médico se retira no le dice ex medico? Porque van a morir siendo médico. Bueno, yo voy a morir siendo boxeador, y con orgullo».
Mirá también:
La historia y la actualidad del boxeo, en la mirada del periodista Giuria