Por la Lic. Alejandra Perinetti (*)
Como sociedad nos encontramos en constante cambio y en estos procesos, la noción tradicional de familia también se modifica. La familia nuclear, integrada por una madre, un padre y sus hijos, modelo familiar imperante durante más de 50 años, es hoy solo una de las tantas formas que la familia puede adquirir.
Aunque ha cambiado su estructura, la familia conserva las mismas funciones: cuidado y protección. El rol parental es una función de cuidado totalmente independiente del género, el sexo y la consanguinidad. Lo fundamental es la decisión del adulto de sostenerlo activamente. Existen en la actualidad innumerables modelos familiares: monoparentales, homoparentales, extensas, ensambladas, adoptivas.
Más allá de las transformaciones culturales, sociales, políticas, económicas, sentirse en familia continúa siendo una necesidad para todo ser humano. Independientemente de la consanguinidad, sentirse en familia es un proceso de construcción de vínculos y lazos, que inciden en las trayectorias de vida, desde el mismo nacimiento. Somos seres sociales, necesitamos de otros que nos acompañen y a quienes acompañar, necesitamos que nos cuiden y protejan desde el primer día. Es a partir de estos vínculos compartidos desde donde se forjan los recuerdos, los momentos de tristeza y alegría, las alianzas, los enojos y las reconciliaciones, los límites y las transgresiones propias de cualquier familia.
Más allá de la necesidad humana, sentirse en familia, crecer en una familia protectora es un derecho. La Convención sobre los Derechos del Niño lo ha reconocido internacionalmente, así como también leyes en el ámbito local nacional. En esta dirección, la legislación vigente establece que el entorno natural de desarrollo para los niños y adolescentes es la familia y que sólo pueden ser separados de ella en casos en que se ponga en riesgo su integridad psicofísica. Aun así, ésta será una medida excepcional, subsidiaria e implementada por el menor tiempo posible y hasta tanto se remuevan los obstáculos que dieron origen a la separación familiar. En este proceso, es el Estado quien debe, a través de políticas y programas de fortalecimiento familiar, crear las condiciones para que los niños y niñas puedan crecer en sus contextos familiares y comunitarios y cuenten con las garantías necesarias para el ejercicio de sus derechos. Hablar de familia es, inevitablemente, hablar de derechos.
Este 15 de mayo se celebra el Día Internacional de la Familia, una ocasión central para pensar en familias reales, en sus diversas formas, padres, madres que individualmente se hacen cargo de sus hijos, abuelos/as que se encargan de la crianza de sus nietos, padres/madres del mismo sexo, hermanos, o referentes afectivos que sostienen la crianza de niños bajo su cuidado. En definitiva, adultos que posibilitan un vínculo familiar y proveen cuidado y amor a sus miembros.
La familia, cualquiera sea su forma, es el lugar en que niños y adolescentes deben encontrar resguardo y protección, lazos afectivos que los ayuden a enfrentar la adversidad, apoyo para superar temores, orientación para transitar los enojos, empatía para ponerse en el lugar del otro, contención ante las dificultades, límites claros que potencien el desarrollo, alegría y risas compartidas, escucha atenta y abrazo contenedor.
Para un niño, niña o adolescente, vivir en familia es, o debería ser, vivir en un lugar de refugio, pertenencia y protección. ¡Vivir en familia es un derecho!.
(*) Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina.