Informes CLG

Vendió comida puerta por puerta para cumplir su sueño de estudiar mecatrónica


Victoria Pereyra, con apenas 21 años, sabe de sobra lo que significa superar adversidades. Oriunda de Cañada de Gómez, trabajó desde la adolescencia y recibió el apoyo de Fonbec para continuar con sus estudios en Rosario

Por Diego Carballido

Desde siempre se pensó a la educación como una vía capaz de lograr la movilidad social que le permitiera a muchos hijos de trabajadores que solo habían recibido una instrucción básica, poder acceder a estudios superiores con los que pudieran proyectar un futuro diferente al de sus familias. A lo largo de los años, algo de ese mecanismo diseñado con un espíritu de progreso se interrumpió e hizo que historias como la Victoria Pereyra, a fuerza de mucho sacrificio y superar numerosas adversidades, sean verdaderos ejemplos para destacar.

Victoria cumplió en octubre pasado 21 años y es oriunda de la ciudad de Cañada de Gómez. En su corta pero intensa historia de vida ha tenido que viajar kilómetros en bicicleta para poder terminar sus estudios en una de las escuelas técnicas que funcionan en su ciudad, trabajó desde adolescente vendiendo comida puerta por puerta para poder juntar los recursos económicos que le permitieran continuar sus estudios terciarios de mecatrónica en el Instituto Superior Politécnico de Rosario.

Recibió el apadrinamiento del Fondo de Becas Fonbec para cubrir las necesidades que se le fueron presentando y contó siempre con el acompañamiento incondicional de su mamá, con quien vivió hasta este año. En agosto último, logró ingresar a trabajar en una empresa donde ya puede poner en práctica sus conocimientos. Siempre que el tiempo se lo permite intenta devolver toda la ayuda recibida dando clases de apoyo escolar como voluntaria en merenderos y sueña con seguir estudiando ingeniería en un futuro cercano. En una charla con CLG, Pereyra contó algunos detalles de las numerosas vicisitudes que le tocó atravesar para lograr este presente y aseguró: “A los jóvenes que realmente queremos progresar y salir adelante nos cuesta muchísimo”.

«Estoy terminando segundo año de mecatrónica y estoy trabajando en Inventu, una empresa dedicada a fabricar actualmente respiradores, a causa de la pandemia de coronavirus. Entré porque un profesor de la carrera pidió diferentes currículums y salí seleccionada. Me encanta mi trabajo porque aplico mucho de los conocimientos que estoy estudiando», contó Pereyra acerca de su realidad en un año muy particular donde la pandemia no le impidió continuar con sus estudios y afianzar aún más sus objetivos.

Segura en sus palabras, cálida en su relato, Pereyra es consciente de su sacrificio: «Trabajar y estudiar muchas veces se me dificultad, porque termino muy cansada. Pero el tiempo que no tengo de estudio, lo estoy teniendo de práctica y, de alguna manera, puedo compensar», y agregó: «La carrera que estoy estudiando es como un popurri que incluye conocimientos de diferentes áreas. A pesar de ser un terciario, tiene un prestigio muy grande por ser dictada en el Politécnico. La mecatrónica está más enfocada en la electrónica y la robótica porque es el futuro, pero también vemos conceptos de mecánica, hidráulica neumática, motores, entre muchos otros conocimientos. Por eso es tan interesante, de alguna manera te da un panorama que te orienta para seguir estudiando alguna carrera de Ingeniería».

El taller, un amor a primera vista

«Cuando era chica, siempre quise ser abogada. Nada que ver con lo que hago ahora. Siempre demostré interés por la abogacía hasta que en séptimo grado nos llevaron a visitar las escuelas secundarias. Ahí conocí la escuela técnica de Cañada de Gómez, cuando entramos a la parte de los talleres fue como un amor a primera vista. Con apenas 12 años me enamoré de todas esas máquinas y herramientas. En ese momento decidí que iba a seguir estudiando en esa escuela», recordó Pereyra su primer contacto con en el mundo de la mecánica. «Cuando se lo conté a mi mamá no entendía nada, porque siempre había dicho que iba a ser abogada. Al principio le dio un poco de miedo porque quería estudiar algo totalmente distinto a lo que siempre había dicho. Me pidió que lo piense bien, pero me dio la libertad de elegir», agregó.

Con la instrucción secundaria comenzaron los periplos que la joven tuvo que ir superando para seguir fiel a su idea de abrirse camino en el mundo de las herramientas y las máquinas. «Arranqué la escuela técnica con unos horarios muy difíciles. Entraba a las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, encima vivía a más de treinta cuadras y tenía que viajar mucho en bicicleta. Algunos días, hasta llegué a hacer cuatro viajes por día porque no tenía dinero para comprarme algo para comer en la escuela, entonces me volvía hasta mi casa para después volver a clase otra vez», detalló Pereyra, sin embargo recuerda con cariño esa época de la que le quedaron amigos y aseguró que fueron “seis años hermosos, pero de mucho sacrificio».

Respecto a la cuestión de género, si bien los tiempos cambiaron y hoy afortunadamente muchas mujeres han logrado abrirse camino en espacios que antiguamente eran reservados solo para los hombres, Pereyra recordó que al principio tuvo que imponer su deseo de trabajar a la par de sus compañeros. «Al principio, sentí la cuestión de género. De hecho, esta escuela en Cañada de Gómez se la conoce como la técnica de los varones. Se le dice así porque durante muchos años iban solo los hombres para hacer una carrera mecánica y había una técnica para mujeres, orientada más a tareas de costura, un pensamiento prehistórico. Sin embargo, cuando arranqué solo éramos tres mujeres en el curso», amplió y destacó el hecho de haber sido siempre «muy justiciera”, una característica que le permitió ganarse su lugar dentro de la institución.

“Siempre traté de defender mis derechos y no dejé que nadie me subestime porque mi trabajo era igual que el del resto de mis compañeros. Llegué a discutir con algunos profesores que me decían que no podía hacer algunas tareas por una cuestión de fuerza, o porque era chica, y ahí yo pedía que por lo menos me dejen intentarlo. Si mi fuerza no me daba, le pedía ayuda a un compañero, pero yo estaba segura que lo iba a poder hacer», detalló la joven cañadense y agregó: «Esa fue una lucha que tuvimos con el resto de las chicas, hasta que empezaron a valorarnos y darnos el espacio que nos merecíamos. También hubo profesores que fueron excelentes y nos creían capaces de hacer cualquier tarea».

El “shock” de la instrucción superior

«Cuando empecé a cursar en el Politécnico fue un shock tremendo», recordó Pereyra. «El costo de los cursillos para ingresar era muy alto para la situación económica en la que estábamos con mi mamá. En ese momento, yo trabajaba de niñera, mi mamá por cuestiones de salud trabajaba solo cuatro horas y al no tener un papá; el dinero no nos alcanzaba», compartió Victoria. Una época que recuerda con “mucha ternura”, porque empezó a vender alfajorcitos de maizena en su escuela y hasta salió puerta por puerta para juntar el dinero necesario.

«Con mi mamá tuvimos que sacar un crédito que después devolvimos en cuotas por mes, pero estaba muy contenta porque ya tenía el dinero para empezar los cursillos. Después, se sumó la complicación de viajar hasta Rosario. Salía a las tres de la tarde de trabajar en Cañada de Gómez, buscaba la mochila en mi casa y me iba rápido en bicicleta hasta la Terminal. Salía del Politécnico como a las diez de la noche, me tomaba un urbano hasta la Terminal para volver a Cañada. Llegaba como a las dos de la mañana, agarraba mi bicicleta y volvía pedaleando hasta mi casa. Hacía ese sacrificio de lunes a viernes», relató Pereyra y agregó: «Empecé a estar muy cansada y me daba cuenta que tenía poca energía a la hora de prestar atención en clase, tuve que buscar alguna solución y participé de una beca de la Fundación Nova para jóvenes que recién comienzan sus estudios. Me llamaron para una entrevista y salí seleccionada».

Ya en ese momento, la joven había a comenzado a tener contacto con el Fondo de Becas Fonbec donde también recibió un apoyo incondicional que le permitió obtener recursos que ayudaron en su tarea de continuar sus estudios gracias al sistema de padrinazgo establecido por la asociación. «A Fonbec lo conocí cuando tenía 17 años, en un momento en que necesitábamos con mi mamá de una ayuda extra. Entonces, le mandamos una carta a Inés –Risso- de Fonbec explicándole nuestra situación, donde el poco dinero que teníamos nos alcanzaba para pagar impuestos y para comer. Así fue que nos conocimos un día que ella vino a dar una charla a Cañada. Me pareció una persona excelente que me trató con mucho cariño. Luego presenté los papeles para ser apadrinada por la asociación y fue todo muy rápido, a los pocos meses ya tenía designada a Liliana López, que es mi madrina de Fonbec» con quien Pereyra también entabló una estrecha relación.

Ayudar a otros a salir adelante

Cuando Pereyra se enteró de todas las actividades que realiza Fonbec en Rosario, ofreció su tiempo para colaborar como voluntaria dando apoyo escolar a chicos de Empalme Graneros, como una manera de devolver toda la ayuda recibida y también para incentivar a otros jóvenes a salir adelante a pesar de las adversidades económicas. «Tal vez, con ese gesto no cambié su realidad pero es una manera de que estén contenidos y los incentivaban a que crean en ellos mismos. Hacerles saber que ellos pueden no es poco», expresó Pereyra.

«Creo que los recursos de este país no se distribuyen bien, porque los jóvenes que realmente queremos progresar y salir adelante nos cuesta muchísimo. Yo vendía alfajores de maizena puerta por puerta cuando tenía 17 años, cuando tendría que haber estado en mi casa estudiando. Lo hice con mucha dignidad y estoy orgullosa de haberlo hecho, pero creo que no es así. No debería ser un sacrificio acceder a la educación, sino algo que para quienes venimos de un origen humilde sea de fácil acceso. Hay que darles más oportunidades a los jóvenes, incentivarlos de alguna manera y recibir de parte del Estado un acompañamiento económico a todos los que lo necesiten para que puedan completar sus estudios», analizó la joven de Cañada de Gómez.

Y afirmó: «Mi caso no es un sacrifico que recomendaría para todos, yo lo hice porque estaba convencida de lo que quería y  porque sabía que era mi única salida, pero muchas de mis amigas no pudieron seguir sus estudios porque tienen realidades diferentes a la mía. Yo tuve la suerte de tener un techo, donde no se llovía o no sufrimos el frío, donde se nos hizo difícil conseguir la comida pero nunca nos faltó. Muchos de mis amigos han tenido esos problemas, entonces si no tenés comida o comodidades ¿Cómo haces para dejarlo todo para empezar a estudiar? No podés».

Sobre el final de la charla, Pereyra compartió sus deseos de cara a un futuro cercano, donde se imagina “trabajando y ayudando en todo lo que pueda a Fonbec, donde conocí gente maravillosa que me ayudó mucho para que pueda seguir estudiando».

«Quiero que todos los chicos como yo, que nunca tuvimos nada, sientan la satisfacción de poner un pie en la Facultad y pensar que lo pueden lograr. Nadie te puede quitar eso, y es lo que trato de trasmitir. Te permite irte a dormir con el corazón lleno de amor, porque lo que lograste lo hiciste de manera honesta, poniendo todo para conseguirlo», concluyó la joven cañadense.