Opinión

Vacuna: quien la nomina domina


Por Hamurabi Noufouri, doctor por la Universidad de Salamanca y director del Doctorado y la Cátedra Unesco en Diversidad Cultural de la Untref.

Si es cierto que vemos a través de las palabras, no lo es menos que evaluamos a través de los nombres, pues con ellos definimos “con claridad, exactitud y precisión […] la naturaleza de una persona o cosa” (DLE). De aquí que en la remake de la miniserie “Raíces”, su mujer le diga a Kunta Kinte que “tu nombre te define”, pues resistirse al que el amo le imponía era impedir que se apodere de su identidad.

Por eso en la medida que las vacunas anticovid representan de mínima aumentar nuestra esperanza de vida y de máxima recuperar algo de aquel mundo que perdimos en 2020, quien les ponga nombre, captura esa esperanza, pues define el tipo de expectativas que podemos tener acerca de su eficacia para hacer lo que prometen.

Cuando se decide denominarlas por pertenencia, se convierte en “propiedad” principal de la vacuna la “forma” en que ella exprese la identidad asignada. Lo cual suscita la primera trampa lingüística en el caso de que se usen gentilicios nacionales, pues no será evaluada según lo que esa identidad colectiva “es”, sino con lo que “se supone que es”, en el ámbito de pertenencia de quien decide unilateralmente nombrarlas, a despecho de cómo fueron nombradas por sus creadores.

Se ha insistido tanto en denominar con gentilicio nacional (“rusa”) a la “Sputnik V” y con nombre empresario (Pfizer) a la “BNT162b1” que poco faltó para que las autoridades sanitarias tuvieran que salir a tranquilizar (o desilusionar) a la población asegurando que ni la primera inocula el “comunismo”, “putinismo”, “autoritarismo”, etc., ni la segunda “capitalismo”, “trumpismo”, “neoliberalismo”, etc., tal y como quedó demostrado que el uso del jabón ideado por antiguos iraquíes y alepinos, el alcohol descubierto por Al Razi en Bagdad o la cuarentena inventada por Avicena en Isphahán, en ningún caso trasmiten “islamismo”, o de sus no menos imaginarios efectos colaterales derivados como “yihadismo”, “radicalismo islamista”, “integrismo musulmán”, etc.

Estos y otros avances fueron resultado de la Revolución Científica, producida por el primer cruzamiento mundial de datos que le cambió la vida a la especie humana y que se dio en idioma árabe. Quizás su mayor legado fue establecer que a ninguno de ellos se los puede llamar “islámicos”, pues demostraron que la ciencia, para serlo, no puede ser de ninguna identidad colectiva en exclusiva porque de lo contrario no sería “universal”. Legado que hoy se ve traicionado por partida doble por esa asimetría identificatoria que subrepticiamente convierte la denominación en calificación, cuando naturaliza denominar unas vacunas por nacionalidad y oculta la de otras utilizando detrás del nombre del laboratorio fabricante, sin dejar opción para unificar la forma de designarlas.

Negarse así a denominar a todas por nombre de laboratorio (Gamaleya, Sinovac, BioNTech, Pfizer, Moderna, etc.). o todas por gentilicio del país donde se la fabrica (“rusa”, “china”, “alemana”, “estadounidense”, etc.), es engañar mediante “falsos neutros” que asignan características químicas o farmacológicas a las de nombre empresarial, pues las inviste automáticamente de interés científico y valor medicinal universal, frente a las denominadas con gentilicios, que por eso quedan restringidas a particularidades “culturales o nacionales” o al valor exótico del souvenir turístico.

La adicción naturalizada a esta coacción verbal es más sencilla de padecer que de desactivar debido, no solo a que el estereotipo solo escucha lo que lo confirma, sino al confort provisto a “nombradores” y “oyentes” por la sensación de posesión y dominio sobre lo nombrado que confiere esa “unilateralidad denominativa” que sintetiza el refrán “quien nomina domina”, y por el otro, a que a diferencia de lo que sucede con la narrativa histórica, el lenguaje en principio siempre parece neutral y por lo tanto, como Schiller predecía y Klemperer demostrara, “crea y piensa por nosotros”.

Condición necesaria para recuperar la autonomía conceptual que independice nuestra esperanza de manipulaciones verbales requiere abandonar aquella zona de confort, llamando a las cosas por su nombre, o al menos con propiedad antes que por “pertenencia”, pues la Historia no es solo lo que contamos sino como lo nombramos.