Info General

Un recorrido por la isla Marambio para conocer un territorio remoto de Argentina


Una excursión en primera persona por un lugar icónico del sur del país

Por Leonardo Castillo, enviado especial – Télam

«Para defender lo que nos pertenece, primero debemos conocerlo», reza una de las máximas que suele guiar el trabajo de las mujeres y los hombres que están destacados en la base Marambio. Y un día claro, templado y con poco viento resulta ideal para caminar por esta isla antártica que forma parte del territorio argentino.

El jueves Marambio amaneció con una niebla que permitía una visibilidad de apenas 30 metros, una condición meteorológica que impidió el aterrizaje de aviones en la pista de la base.

Un Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina realizó en la mañana cuatro intentos infructuosos de tocar el aeropuerto de esta zona de la Antártida.

De esta forma, la delegación que integraban los trabajadores de Télam debió permanecer en la base un día más de lo previsto y de esta forma se hizo patente un consabido lema que guía a quienes se aventuran a estas tierras: «En la Antártida se sabe cuándo se llega, pero nunca cuándo se regresa».

Las condiciones climáticas hicieron que las salidas por fuera de los barracones de la base fueran reducidas y escasas.

La permanencia de los visitantes afectaba el normal desempeño del personal militar y civil destacado en Marambio y el encierro de quienes no están acostumbrados a los rigores de esta vida antártica se hacía más que palpable para toda la población.

Con la confirmación de que las mejorías de las condiciones climáticas llegarían al día siguiente, las autoridades de la base decidieron organizar una caminata por la isla para que los huéspedes conocieran la fauna autóctona y el relieve de la isla que alberga esta base.

Tras la cena, se confirmó el número de asistentes y se distribuyeron las vestimentas adecuadas para transitar por estos territorios en esta época del año.

Luego, desde los ventanales de una de las salas de estar de la base se apreciaba una impresionante puesta de sol, plagada de destellos que pintaban de un color rojizo la blancura de los témpanos que discurren por esta parte del Mar de Weddell.

Un espectáculo digno de ser apreciado una y varias veces que conforman parte de los tantos atractivos que tienen estas tierras, de climas hostiles y rigorosos, pero de paisajes deslumbrantes.

La jornada del viernes le brindó al grupo de más 20 personas que emprendió este recorrido la oportunidad de apreciar la geografía de las tierras que circundan la base.

En hilera india, el grupo caminó por un terreno pedregoso, barroso y con escasas manchas de nieve desperdigadas a lo largo de la meseta de la isla por donde discurre la pista de aterrizaje.

Al avanzar, el relieve se torna árido, plano, como esas imágenes que ilustran el paisaje del planeta Marte.

Pablo, un biólogo de la Universidad Nacional de La Plata que durante la presente campaña de inverno que se desarrolla en Marambio estudia las colonias de pingüinos de la isla, es el encargado de guiar esta excursión hasta su lugar habitual de trabajo.

Explica que «la blandura del terreno y el constante pedregullo que se pisa al caminar se debe a las antiguas condiciones que existían en esta parte de la Antártida, que hace millones de años eran el lecho de un mar que se replegó».

«Marambio, al igual que muchas regiones de la Antártida, es una zona de constantes indagaciones paleontológicas. Hace poco se encontraron restos de un mosasuario, una especie que habitaba los océanos. También son habituales los hallazgos de mamíferos prehistóricos como los mastodontes», explica Pablo durante el recorrido.

Tras pasar la pista y llegar al final de una meseta, ubicada a 200 metros sobre el nivel del mar, el grupo descendió hacia una bahía.

Lobos marinos de un pelo y focas habitaban esa zona de la costa de la isla, mientras skúas, gaviotas y cormoranes volaban por los cielos.

«No hay que pasar cerca de los lobos, pueden asustarse e intentar atacar. Tenemos que sacarles fotos desde lejos», previene Pablo.

No obstante, los caminantes siguen por la playa, cuya marea estaba en baja, y se topan con una foca de Weddell, es un animal manso que asiste a la presencia humana como si estuviera habituado a verla, algo que resulta difícil de creer.

Más allá están los pingüinos, a los cuales Pablo describe como «enanos» que se acercan a las personas con curiosidad y en grupos. Y de la misma forma se alejan cuando algo los perturba».

El sol brillante del mediodía entibia la jornada. Es el momento ideal para descansar un rato en la playa, junto a algunos bloques de hielo dispersos en la arena y en una formación rocosa ubicada en la desembocadura de un chorrillo que llega hasta el mar de Weddell.

Es la hora de volver. Hay que ascender por el mismo camino que se transitó para descender a la playa y es una tarea que se torna dificultosa.

Mientras se sube por una cuesta escarpada se puede apreciar la otra parte de la costa y de fondo emerge un volcán apagado y un gran monte nevado.

Al volver a la base, los caminantes sienten que las imágenes que apreciaron los acompañarán por los que les resta de vida. Y que vale la pena, conocer esa parte del suelo argentino, tan remota como hermosa.