Por Sally MAIRS y Olivera NIKOLIC.
Sobre un parterre de madera, varias parejas danzan entrelazadas hasta el atardecer mientras suenan melancólicos tangos. Pero no es ni en Buenos Aires ni en Montevideo, sino en una localidad de Montenegro.
Kolasin, una pequeña ciudad del montañoso norte de Montenegro que cuenta con una estación de esquí, es uno de los últimos lugares en los que uno podría imaginarse que haya una floreciente escena tanguera.
Y sin embargo, todos los veranos desde hace ocho años acoge un festival dedicado a este baile, que durante tres semanas atrae a unas 600 personas llegadas de todo el mundo.
«Podríamos llamarlo el Woodstock del tango», dice Darko Dozic, de 36 años, el hombre que importó dicha danza a su ciudad natal en esta antigua república yugoslava.
El festival Campo Tango se convirtió en motivo de orgullo para esta pequeña localidad, que intenta hacerse un hueco en los mapas turísticos, además de una fuente de ingresos nada desdeñable.
Pero no siempre fue así.
Desde que nació, el tango ha viajado y se ha exportado muy lejos de sus Argentina y Uruguay natales, pero convencer a la tradicional comunidad montenegrina de que aceptara esta sensual danza no fue fácil, reconoce Darko Dozic.
– Un verdadero desafío –
Darko, que se vio «contagiado» por el virus del tango durante sus viajes al extranjero, se convenció de que el tango podría ayudar a contrarrestar la depresión provocada por el marasmo económico omnipresente entre sus amigos de la infancia en Montenegro.
Empezó convirtiendo a sus excompañeros del equipo local de básquet antes de lanzarse a repetir sus «discursos motivacionales» en los cafés de la ciudad para convencer a sus conciudadanos de que se pusieran a bailar.
«Fue un verdadero desafío», recuerda mientras conversa con la AFP. Muchos no aceptaban este baile extranjero e íntimo, opuesto a las costumbres y la sensibilidad dura y machista que domina la ciudad.
Había grupos de hombres que «venían a vernos bailar, muchos solo para provocarnos», recuerda Darko.
Pero durante las largas noches de invierno, la pequeña comunidad de adeptos al tango se agrandó.
«Poco a poco el tango salió de entre las sombras en esta ciudad», apunta la periodista local Dragana Scepanovic.
«Personas que se escondían tras sus muros, que no tenían el valor de presentarse en este contexto, se pusieron a bailar e iniciaron algo nuevo en Kolasin», señala.
– Terapia del tango –
Puede que Kolasin y el tango no sean una combinación natural, pero quienes se iniciaron en esta danza desarrollaron una verdadera habilidad.
«Nunca me habría imaginado que pudiera haber adeptos al tango aquí y que pudieran bailar tan bien», cuenta entusiasmado Agustín Luna, un festivalero procedente de Argentina. «Me siento como en casa», afirma.
El Campo Tango no es solo baile: Darko Dozic y su compañera Sonja Zivanovic ven en esta danza una forma de catarsis y de terapia.
Hay médicos que recomendaron a sus pacientes practicar el tango para aliviar los efectos de enfermedades como la depresión o el Parkinson. El tango requiere una cierta concentración y obliga a «conectar» con su pareja.
Médicos de Buenos Aires consideraron que este baile podría tranquilizar a pacientes internados en psiquiatría y luchar contra la soledad de los ancianos. En otros lugares el tango se utiliza como una forma de ayudar a las personas enfermas de Parkinson a trabajar su equilibrio y la coordinación de sus movimientos.
Para Bojana Markovi, una psicoterapeuta que fue a Campo Tango desde Belgrado, este baile es «una simulación y una metáfora de la vida». «Uno no solo crece personalmente y aprende de sí mismo al escuchar su cuerpo, las señales que envía y las informaciones que recibe, sino que además aprende sobre el otro, con quien se interactúa», explica.
Los bailarines, muchos de ellos extranjeros, siguen siendo una imagen insólita en las pavimentadas calles de Kolasin. Pero ahora son recibidos con los brazos abiertos por los hoteleros y restauradores locales, cuyos negocios prosperan gracias a su presencia.