María Kodama, última esposa del recordado escritor, cuenta detalles de la vida en el libro que escribió el periodista Mario Mactas
En el libro que lleva su nombre con el subtítulo “esclava de la libertad” y la firma del periodista Mario Mactas, la última esposa de Jorge Luis Borges, María Kodama, hace hincapié en dos aspectos: la envidia que despertó en “amigos” la decisión del escritor de nombrarla heredera de su obra y la insistencia de él en querer casarse: «Cuando me hablaban de esposas yo solo conocía a las que se les ponían a los presos. Yo no quería casarme para ser una prisionera y menos tener hijos que me iban a absorber toda la vida», dice en entrevista con Télam.
En el libro publicado por Ediciones de la Flor y escrito por Mactas se puede ver claramente cómo la vida de Kodama se puede dividir en tres etapas: la primera abarca hasta los dieciséis años -momento en el que conoce a Borges-, la segunda recorre sus años junto al autor de «El Aleph» y la tercera, su vida como viuda del escritor argentino. Revela los celos de Borges y cómo ella nunca soportó ninguna presión, ni ninguna posesión.
Kodama se considera japonesa porque su padre tenía esa nacionalidad, aunque nació en Buenos Aires en 1937. Ella explica que el subtítulo de «esclava de la libertad», como Borges la llamaba, surgió «porque con tal de ser libre yo podía soltarlo a él también», aclara en la entrevista, donde asegura también que respeta la libertad del otro y el otro debe respetar la de ella. «Eso es todo», enfatiza.
—A pesar de la libertad que le daba usted cuenta en el libro que Borges era celoso…
—Sí, es así. Yo me di cuenta de que era una persona celosa porque habíamos ido a ver como cincuenta veces la película «Lawrence de Arabia». Borges un día me dijo que quizá yo estaba aburrida de ir a verla. Yo le contesté que todo lo contrario, porque Peter O’ Toole era una persona genial. Seis meses después me dice: «Estuve pensando en algo que usted me dijo. Ese actor jamás podría ser su pareja porque los irlandeses beben mucho y usted no ha probado alcohol en su vida y Peter O’ Toole es un enano y a usted le gustan los hombres altos.
—Sería una broma ¿Borges también era divertido?
—Lo de Peter O’ Toole no sé si era una broma, pero en su vida Borges era muy divertido. Yo les decía a mis amigos que vinieran con nosotros. Ellos me contestaban: «No, con el viejo y los laberintos» y yo les respondía: «Bueno, eso es cuando escribe, pero cuando está en una reunión es una persona divertidísima». Y es cierto: era muy divertido.
—El libro hace hincapié en la insistencia de Borges para casarse con usted ¿fue algo que tuvo que explicar en muchas ocasiones y decidió cerrarlo en este libro?
—Las relaciones se viven como se quieren. En Japón nadie pregunta nada sobre la intimidad y, además, no tengo interés en ningún escándalo. Nunca hablaba sobre el tema porque me parecía que no era adecuado en una entrevista, ni el lugar ni la forma de preguntar. No entiendo por qué la gente se horroriza. Yo fui una adelantada, pero cada uno vive su vida como siente que debe vivirla.
—¿Por qué se considera una adelantada?
—Mi madre me decía que Borges podía ser mi abuelo y tenía razón. Por esa diferencia de edad (el cincuenta y cuatro y yo dieciséis) era una adelantada. Pero, por otro, cuando éramos adolescentes mis amigos hablaban de la familia y los hijos, y yo no quería formar ninguna familia porque mis padres estaban separados y yo al cuidado de mi abuela. Cuando me hablaban de esposas yo solo conocía a las que se les ponían a los presos. Desde los cinco años en mi cabeza ya primaba el razonamiento: yo no quería casarme para ser una prisionera y menos tener hijos que me iban a absorber toda la vida, no quería generarme una esclavitud: quería ser libre. Ahora la mayoría de las jóvenes viven como yo, eso me dicen mis amigos de aquellos años. Cuando ellos me hablaban de la familia yo les decía: «Imagínense ustedes que hago el amor con un dios griego y a la mañana siguiente me encuentro con un hombre semi barbudo, malhumorado que va al baño, se terminó. Pero, sin embargo, si hago el amor con el dios griego, le doy un beso, le digo ‘chau, mi amor, hasta la semana que viene, veraneemos juntos y hasta luego’, queda intacta la magia». Para mí el amor tiene que ser físico, espiritual y estético, si no tiene esas tres condiciones se terminó. No me interesa.
—En el libro manifiesta que usted escribe y baila para escapar de la realidad, además es fotógrafa ¿Cómo es la relación de la realidad con la fotografía?
—La fotografía me encanta porque logra captar en un instante muchísimas cosas. A mí me interesa la mirada de las personas porque en ella está todo lo que esa persona es para mí. Siento eso y no me equivoco. Ahora estoy tomando fotos sobre la pandemia en Buenos Aires y me entretiene muchísimo hacerlo. Me cuido en la calle. Soy fatalista pero no suicida. Salgo a sacar fotos y me cuido mucho de la pandemia. Pensado por ese lado, la libertad no existe y yo elijo lo que ya está decidido para mí. Eso me pone muy nerviosa.
—¿Cómo es eso de que en la mirada usted puede captar toda la persona?
—Te doy un ejemplo. Yo estudié en Filosofía y Letras en la universidad estatal, mis compañeros (no todos por supuesto) se drogaban: unos con cocaína y otros con marihuana. Yo viendo la mirada de una persona sé si se droga con una o con otra. Cuando mis amigas tuvieron hijos yo les decía que presten atención a la mirada, «pero si vos nunca fumaste», me decían. Yo nunca fumé pero estudié Filosofía y Letras. Yo les avisaba a ellas, pero eran sus hijos, no los míos.
—¿Es verdad que usted ignoraba que iba a ser la heredera de la obra de Borges?
—Por supuesto, si hubiera sabido que Borges me nombraba heredera no hubiera aceptado. Por eso, cuando él murió su abogado me dijo que antes de hablar con la prensa tenía que darme la noticia de que me había nombrado como heredera universal. Yo le dije: «¿Cómo no me consultaron? Y él me contestó que Borges le dio la orden de decírmelo cuando él estuviese muerto, porque de lo contrario yo no iba a aceptarlo. Borges sabía que iba a ser yo. Mis amigos me decían: «Claro, fue un vivo, porque sabía cómo vas a cuidar su obra, sos japonesa y si tenés una responsabilidad la vas a cumplir, aunque te cueste la vida».
—¿Todos los amigos respondieron igual? Usted en el libro habla de envidia y celos.
—A muchos amigos cuando Borges murió les dije que yo sabía lo que me querían y lo que pensaban de él y seguimos siendo amigos. Ahora, él muerto eso se terminó, al primero que me dijera una sola palabra en contra de él, mi amistad con esa persona se terminaba. Punto. Y así fue.
—¿Cómo eran las conversaciones de política con Borges?
—En general con Borges no hablaba de política. Sin embargo, al principio Borges estaba a favor de los militares, se puede leer en las declaraciones que hacía en los diarios. Un mediodía estábamos comiendo en el restaurante Maxim (que estaba en la calle Paraguay entre Florida y Maipú) y Borges, mientras comía su clásico plato de arroz blanco con manteca y queso de rallar, me pregunta qué opinaba yo de los militares. Yo, sin vueltas, le contesto que eran «sádicos e imbéciles». Él me dice asombrado: «¿Cómo me dice eso…?» Yo le respondo: «¿Para qué me pregunta? Usted sabe que yo le voy a decir lo que pienso. No me pregunte nada». Borges entonces me dice: «Está bien, explíqueme por qué». Entonces yo le dije «Sádicos porque ellos tenían el poder y con el poder tenían la justicia. Los guerrilleros tampoco eran santos, pero los militares en lugar de cometer el horror de hacer desaparecer chicas que estaban embarazadas, que tuvieron hijos en cautiverio a los que daban en adopción o los adoptaban ellos, debieron hacer juicios». A todo esto, un señor que se estaba yendo de la mesa de al lado le dice: «Maestro, escuche a esta chica. Qué lúcida e inteligente es» y como Borges no podía saltar y estrangularlo porque me estaba dando la razón le dijo: «Por eso es mi discípula». Después él cambió de opinión, se dio cuenta de que yo le decía la verdad. Además era la realidad. Pero justamente acá la gente no quiere ver la verdad, porque Perón los soltó en la Plaza de Mayo, también un loco ¿no sé por qué hizo eso?, porque ahí los militares empezaron su venganza.
—¿Hay alguna posibilidad de encontrar textos inéditos de Borges, como el «Silvano Acosta» que apareció el año pasado?
—Puede ser. No puedo recibir a nadie en mi casa, porque es un gran caos, en cualquier momento puede aparecer cualquier cosa. Más ahora con la pandemia. Estoy poniendo un poco de orden y gracias a esto encontré ese texto inédito de Borges. Puede aparecer otro en cualquier momento.
—¿Compartiría la tumba con Borges, como hizo Cortázar con su última mujer?
—Yo nunca hablo de la muerte ni de las tumbas, soy una persona muy positiva y solo hablo de lo que me divierte.