Por Diego Murzi, sociólogo y presidente de la ONG "Salvemos al Fútbol"
Por Diego Murzi, sociólogo y presidente de la ONG «Salvemos al Fútbol»
En abril, cuando la suspensión del deporte en el país ya era un hecho, una voz de peso como la de Carlos Tevez sentenció: «El futbolista puede vivir seis meses o un año sin cobrar». El goleador reforzaba así un imaginario extendido que supone que todos los jugadores de fútbol son millonarios, o al menos que viven holgadamente. Tras las críticas que recibió de colegas que nunca firmaron contratos cuantiosos en Europa o China ni pudieron invertir en el negocio de la energía eólica, Tevez anunció que durante seis meses donaría todo su sueldo a organizaciones sociales. Ese gesto, loable sin dudas, abona sin embargo aquel imaginario del futbolista millonario: en tiempos de penurias, la beneficencia también es un lujo para pocos.
En el mundo del fútbol se suele vestir a la excepción de norma, generando narrativas útiles para la prensa o la ficción, pero que son contraproducentes para leer procesos sociales. Y así como no todos los almaceneros son Alfredo Coto ni todos los emprendedores son Marcos Galperín, los futbolistas que en Argentina ganan grandes sueldos son muchos menos de los que imaginan las fantasías colectivas.
Luego de encuestar a 1.160 futbolistas varones y mujeres que disputan los torneos de AFA, la agrupación Futbolistas Unidxs publicó que el 55% cobra el salario mínimo estipulado para cada categoría, o incluso menos. En ninguna categoría ese monto alcanza al de la canasta familiar, que según el Indec fue de $42.000 en abril.
Pero además, la encuesta expuso las precarias condiciones de contratación que se les ofrecen. Sólo un tercio de los futbolistas tiene un contrato en blanco y cobra lo estipulado. El resto cobra una parte en negro, o bien cobra menos de lo que dice su contrato o directamente no tiene contrato. Por ejemplo, en el Federal A (tercera categoría), donde el promedio salarial es de $40.000, el 26% de los futbolistas cobran en negro y otro 33% recibe menos dinero de lo que firmó en su contrato o le pagan buena parte del mismo en negro. Es decir, que seis de cada diez futbolistas son trabajadores informales o precarizados. Números similares presenta la Primera C, donde el salario medio es incluso menor.
El último 30 de junio la situación laboral de los futbolistas fue noticia: muchos de los contratos que terminaban ese día no fueron renovados por los clubes, como consecuencia del parate por la pandemia y la supresión de los descensos por decisión de AFA. Ante la falta de desafíos deportivos, varios equipos decidieron afrontar las competencias con juveniles, convirtiendo los salarios en variable de ajuste de sus economías. Frente a esta situación, Futbolistas Argentinos Agremiados implementó un bono por seis meses para los jugadores libres, pero no logró imponer la continuidad de los contratos, como sí sucedió en otras actividades productivas.
La pandemia y su estado de excepción están poniendo en interrogante al fútbol argentino. Primero, sobre su lugar en la sociedad: al margen de las «actividades esenciales» (categoría más filosófica que organizativa a esta altura), el fútbol fue devuelto a su rol de actividad superflua. Segundo, sobre la fragilidad de los engranajes que lo sostienen: futbolistas precarizados, clubes ahogados económicamente, un gremio con pocos reflejos, una AFA impredecible. Y finalmente, respecto a los futbolistas como sujetos sociales: tradicionalmente pensados como privilegiados y desvinculados de los problemas mundanos, la pandemia repuso su estatus de trabajadores y las dificultades laborales que atraviesan cotidianamente.