Por Carlos Duclos
Tenía 23 años y un futuro promisorio. Como tantos jóvenes buenos, no contaminados por la locura, la violencia moral y la mezquindad de la gran urbe, Juan Cruz Ibañez había venido de una ciudad del interior a estudiar y se quedó aquí. Sí, tenía apenas 23 años y un destino brillante; solo le quedaban tres materias para ser ingeniero. Como todos saben, el viernes por la noche un adolescente delincuente de 17 años lo asesinó a puñaladas
¿Adolescente delincuente? ¿Así deberíamos llamarlo? Hace muchos años, cuando yo era corresponsal en los Tribunales y me pasaba los días recorriendo comisarías buscando información para publicar en el medio en el que trabajaba (La Capital), y comenzaba ya la ola de distribución de droga, robos y homicidios sacudiendo a esta ciudad como jamás antes había sucedido, ante un hecho similar califiqué a esta gente de verdaderos “entes”. Entes, sí, porque ni los hermanos animales cometen semejantes tropelías.
“El mundo “garantista y progresista criollo” ha transformado la garantía en impunidad y el progreso en cualquier cosa menos en lo que debe ser”
Naturalmente, desde el mundo “garantista y progresista criollo” (que ha transformado la garantía en impunidad y el progreso en cualquier cosa menos en lo que debe ser), se me calificó adversamente. Hasta un funcionario judicial, digno representante de un Zaffaroni equivocado y enceguecido, se tomó la molestia de escribir una opinión sobre lo que yo había expresado. Expresión que hoy mantengo, como lo mantuve siempre: son entes. Y no lo digo despectivamente, solo describo una patética realidad.
“Entes” que no razonan adecuadamente; no se conmueven ante el dolor humano; atacan sin piedad; matan por nada o, mejor dicho, a veces por placer. Entes muchas veces estúpidos, de coeficiente intelectual chato y otras veces malos y rencorosos, de coeficiente intelectual normal y peligrosos. Entes con mentes atrofiadas y dispuestas al mal, amparados por falsos garantistas que, como dije y seguiré diciendo, han abolido la pena, el castigo justo por los delitos consumados. Para estos susodichos falsos defensores de las garantías, el castigo no sirve para nada y la cárcel hay que abolirla. Así estamos. Once causas tenía este sujeto y andaba más libre que usted, lector, que vive entre rejas, atemorizado, mirando para los 20 costados, arriba y abajo, cada vez que quiere entrar en su casa o camina por la calle. Como este asesino, hay muchos caminando gracias al poder.
Hay una derecha inescrupulosa, perversa, maligna de toda malignidad que fomenta la aparición de estos sujetos.
Pero atención, estimado lector, ¿cómo es que la presencia de semejantes sujetos es posible? ¿Quién o quiénes son los responsables de que existan? Yo siempre sostuve lo que decía Rousseau: el hombre nace bueno, las circunstancias lo hacen malo o lo pierden. Y si bien es cierto que hay cierta izquierda boba (a veces no tanto, porque aprovecha el desorden para hacerse del poder o intentar alcanzarlo) o equivocada en cuanto confunde la verdad, no es menos cierto que hay una derecha inescrupulosa, perversa, maligna de toda malignidad que fomenta la aparición de estos sujetos.
¿Cómo? Muy simple: no combate la pobreza, al contrario, fomenta la exclusión; escatima el presupuesto educativo; alienta el debate sobre la muerte (la vida no vale nada) y dice hacer muchas cosas para combatir el narcotráfico, pero en realidad no hace nada, absolutamente nada. Y todo esto porque a un amplio espectro del poder le conviene la presencia de personas que no piensen, que sean sumisos, que estén mentalmente perdidos, que su nivel cognoscitivo no se desarrolle. El poder necesita “entes” manipulables y esclavizados.
En este contexto, cierta izquierda y mucha derecha se encuentran en un punto dramático: la desprotección por acción u omisión de la clase media, de la clase que trabaja, que produce, que mantiene a vagos, inútiles, incapaces de accionar por y para el bien común, corruptos que, a no dudarlo, muchas veces están en el poder, gobernando. O, también, impartiendo justicia.
Y mientras la derecha con sus políticas de hambre y de la cultura de la muerte de todos los valores fomenta la aparición de estos sujetos, mucha izquierda y progresismo les garantiza todo. Todo, hasta la libertad evitando el castigo justo a quien delinque. Así, los seres humanos honestos, los que trabajan, los que desean vivir en paz, pagan siempre las consecuencias de un combo fatal: pobreza, ausencia de educación, ausencia de la cultura del trabajo y de la vida y “salí a robar que aquí no pasa nada”.