Por Claudia Ferri (*)
Sin dudas hace 50 años el mayo cordobés marcó un antes y un después en la historia argentina. No sólo por el impacto a nivel nacional e internacional y el agudo proceso insurgente de levantamientos y revoluciones extendido mundialmente, sino también porque abrió una etapa revolucionaria en Argentina con central protagonismo del movimiento obrero y su nuevo aliado estratégico: la juventud estudiantil. En este marco, la verdadera grieta se hacía visible como nunca antes en el país, la grieta de clases.
La huelga general convocada para el 29 y 30 de mayo fue el escenario del Cordobazo. La dictadura de Onganía intentó implementar un programa económico liberal a la medida del capital concentrado y de los organismos internacionales. Según la economista Noemí Brenta, por aquellos años el FMI tenía plena influencia en la economía local. Establecía y controlaba los impuestos, las inversiones públicas, las tarifas de los servicios públicos y los salarios.
El ministro de economía Krieger Vasena, por el organismo, intentó implementar un saqueo monumental: 40% de devaluación, apertura del mercado, la entrega de recursos como el petróleo a empresas extranjeras y el congelamiento de los salarios por dos años, además del fin de las paritarias. La situación arruinó a miles de productores rurales del Interior y golpeaba a las familias trabajadoras. Esto se combinó con una política autoritaria y represiva que ahogaba cualquier expresión democrática, chocando abiertamente con la efervescencia revolucionaria despertada en la juventud con la Revolución cubana y Vietnam.
En Córdoba, donde los trabajadores más calificados tenían sus demandas como las quitas zonales y la eliminación del sábado inglés, el paro fue activo. Miles de trabajadores organizados marcharon de las fábricas al centro de la ciudad, plenamente conscientes que iban a enfrentamientos directos con las fuerzas policiales. Por eso se armaron con bulones, fierros y viejas pistolas. Francotiradores controlaban desde los techos. Los estudiantes se sumaron de a miles junto al pueblo pobre y fueron los últimos en retirarse de la lucha callejera.
Con la represión y el asesinato del joven trabajador Máximo Mena la furia popular se desató. La huelga sindical se transformó en una acción histórica independiente que reclamaba el fin de la dictadura y plantaba la necesidad de luchar por un gobierno obrero y popular, superando las intenciones de los dirigentes sindicales como afirmaría luego el mismo Tosco.
El Cordobazo dio lugar a la extensión nacional de una vanguardia obrera y estudiantil que puso en el centro de la escena la acción directa. La semi insurrección generó un cambio de conciencia en los trabajadores pero también en la burguesía que comprendió que las cosas ya no volverían a ser iguales. Se logró frenar el plan de ajuste de Krieger
Vasena forzándolo a renunciar y obligó al régimen en los años siguientes a negociar la vuelta de Perón como alternativa para desviar el proceso. La intención era recrear la ilusión de la armonía entre las clases a través del Pacto Social, pero su imposibilidad fue demostrada de inmediato por las balas de la Triple A y a partir de 1976 con la imposición violenta de la dictadura genocida.
(*) Historiadora. Editora de la sección de historia de La Izquierda Diario. Columnista del programa Circulo Rojo en Radio Con Vos.