En el santuario de Brasil se conectó con la trompa con otra elefanta, algo que no pudo hacer en 25 años en el Zoo porteño.
Los elefantes usan su trompa para respirar, tomar agua, levantar objetos y comunicarse entre ellos. Mara, la elefanta asiática que hasta hace una semana vivía en el exZoo porteño, tenía algunas de sus funciones alteradas. En el predio de Palermo, rodeada durante 25 años de edificios, autos, colectivos y personas, no interactuaba con otros animales. Ni siquiera con Pupi y Kuki, dos elefantas africanas, con las que compartía espacio, pero ningún intercambio, por ser de especies distintas. Ahora, a días de haber llegado al santuario en Brasil, hizo por primera vez lo que está en su naturaleza: se conectó a través de la trompa con otra elefanta.
En el santuario para elefantes del Mato Grosso, Brasil, primero pasó la noche del viernes y mañana del sábado «conversando» con Rana, una elefanta que ya estaba en el santuario. Las charlas -«vocalizaciones» las llaman los científicos- se dieron de reja a reja porque estaban separadas.
«(El cuidador) Scott escuchó algunos ruidos muy fuertes anoche y corrió a ver lo que estaba sucediendo. Encontró a Rana abrumada de alegría: bramó, trompeteó, retumbó y estaba más emocionada de lo que la había visto nunca. Esta mañana, Rana y Mara estaban en puestos separados en el granero con muchos más ruidos, bramidos, trompetas y chillidos», escribieron desde la cuenta de Instagram del santuario.
En las redes sociales la salida de Mara del Ecoparque -una bestia asiática en camión por las calles de la Ciudad- se convirtió en un evento que miles siguieron primero en línea y ahora a través de hashtag: #LanuevadidadeMara y #Maramoves (en inglés).
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A través de la cuenta de la organización estadounidense Global Sanctuary for Elephants, que creó el santuario de elefantes en Brasil, mostraron cómo este sábado Mara y Rana fueron reunidas sin rejas de por medio. En las imágenes se ve cómo Mara permanece al lado de Rana y extiende su trompa para saludarla. Este domingo a la mañana también seguían juntas.
La adaptación de Mara en el santuario sorprende por su rapidez a los cuidadores. Ya el primer día de estadía dio una noticia: Mara pisó el pasto tras 25 años de no hacerlo. Eso fue para quienes la cuidaron en los últimos tiempos, y para aquellos que la acompañaron hasta su nueva casa, otro de los momentos emocionantes de una travesía de cuatro días que empezó hace una semana.
Pasadas las 14 del miércoles, con 31 grados de temperatura y después de haber recorrido 2.700 kilómetros dentro de una caja metálica, Mara pisó tierra. Tierra roja, la del Mato Grosso brasileño.
Lo primero que hizo fue jugar con el suelo nuevo: asomó la trompa, agarró la tierra y la tiró por encima de la caja y sobre los costados de su cuerpo. Se tomó su tiempo para darse confianza, avanzar y alejarse definitivamente de la caja. Después tomó agua y jugó.
Paso a paso, muy tranquila, se acercó hasta una montaña con más de esa tierra inédita para ella. Le llevó menos de un minuto quedar por completo roja de tanto agarrar suelo y tirárselo.
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La vida de Mara tuvo una enorme presencia del hombre, por lo general siempre dañina. Nació en India hace 50 años, quizás más, no se sabe con exactitud. Ya desde muy chica estuvo en cautiverio. En Alemania, cuando tenía unos dos años cayó, producto de una rifa, en las manos de un argentino, que la subió a un barco, la trajo al sur y la vendió a un circo. Desde ese momento viajó por el país y cambió de dueños circenses hasta que llegó al Rodas.
Cuando el Circo Rodas quebró, Mara quedó en una posición incómoda: no se la podía rematar como un bien. Entonces apareció la opción del Zoo porteño. Ahí llegó en 1995 y permaneció durante 25 años.
A diferencia de lo que está pasando en el santuario, en el predio de Palermo jamás se adaptó. Primero porque Mara se sumó a dos hembras africanas y la convivencia resultó en un dos contra una; jamás pudieron vincularlas en un mismo espacio.
Segundo porque su permanencia en el circo provocó efectos permanentes y para los cuidadores era usual verla moviéndose en un punto fijo o estática pero con la cabeza y la trompa balanceándose de atrás para adelante, sistemáticamente, sin sentido. Eran compartimientos que una elefanta en libertad no hubiese tenido y que quizás recién ahora en el santuario pueda empezar a adquirir.