Info General

Pepe Mateos y su trabajo en la Masacre de Avellaneda: «Hubo fotos que no las pude sacar»


Foto: gentileza "Pepe" Mateos

Asimismo, otros dos testimonios entre cientos de historias: la masacre de Avellaneda vivida desde adentro por Mariana Gerardi Davico y Pablo Solana

José ‘Pepe’ Mateos, ex fotógrafo del diario Clarín, hoy integrante de la plantilla de fotógrafos de la agencia Télam, fue testigo presencial de los asesinatos de los dos militantes del la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) Aníbal Verón, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, tras una protesta en las inmediaciones del Puente Pueyrredón, un acontecimiento conocido como la «masacre de Avellaneda» y del que mañana se cumplirán 20 años.

«Teníamos la sensación de que ese día iba a ser un día fuerte, de muchas acciones y tensiones y había una tensión previa de que íbamos a cubrir algo importante; ese día me desperté temprano y salí ya con la idea de que era un día importante para mi trabajo«, recordó Mateos a Télam.

  • ¿Qué sentís hoy al cumplirse 20 años de la tragedia de Avellaneda?

Pepe Mateos: Por momentos estoy como despegado de aquella historia, como que tomo distancia, pero siempre está presente aquel momento, con solo tomar el tren y llegar a la ex estación Avellaneda y la voz de la locutora del tren, que dice: «Estás en Estación Darío (Santillán) y Maxi (Kosteki)». Entonces, el recuerdo vuelve todo de inmediato. Durante muchos años reconstruí los hechos y aquellas imágenes.

  • Brevemente, ¿podés reconstruir aquella cobertura?

A la hora que estamos haciendo esta nota (11:30 horas) pero de aquel 26 de junio de 2002 estábamos corriendo por la exavenida Pavón (hoy Hipólito Yrigoyen), en Avellaneda. Es muy breve lo que tengo para contar porque todo sucedió muy rápidamente. En realidad para ese día la convocatoria fue al pie del Puente Pueyrredón que da a la avenida Mitre, junto a otras protestas simultáneas en accesos a la Capital y que comenzaron más o menos a las 10 de la mañana. Yo me ubiqué en la bajada del Puente que da a la avenida Belgrano, cerquita del Bingo Avellanada. Las columnas demoraron bastante, pero ya en un momento comenzaron a chocar manifestantes con la policía. Nos fuimos corriendo para el lado de la avenida Pavón (hoy avenida Yrigoyen) con un grupo de fotógrafos que estábamos en la cobertura. Avanzaban columnas de la Verón (por la CTD Aníbal Verón), con un fuerte cordón de la policía y sin dudarlo me dije acá se pudre… Había también otros grupos del Bloque Piquetero y mucha Policía de la Bonaerense.

  • Entonces…

Entonces, en un momento, entre la Bonaerense y los manifestantes escuché a un personaje que resultó ser (Alfredo) Fanchiotti, (excomisario) de la Bonaerense, decir: «Les doy cinco minutos para que desalojen el lugar». Ahí no hubo ningún diálogo previo, yo lo escuché a Fanchiotti. Que en realidad no fueron ni cinco minutos porque cerca mío un policía se sacó una granada de gas de la pechera, más gases lacrimógenos, empezaron las piedras del otro lado, corridas, muchas corridas. Ahí es cuando ya entramos a la avenida Pavón (ex Yrigoyen) y me voy junto al grupo de la Verón, como retrocediendo hacia la estación de tren… Se sigue enfrentamiento a balas de gomas, gases y del otro lado se responde con piedras, se prenden fuego algunos tachos de basura. Siguieron los gases y las corridas, un panorama caótico…

  • ¿Los disparos eran siempre de balas de goma?

A la altura del Carrefour de Avellanada hubo muchos disparos, yo estaba en el medio de la avenida y me dije: Estos disparos no son solo de balas de goma, sonaban de otra manera; la verdad no sé cómo pero sentí eso. Después me corrí a la vereda mirando al sur, ahí se prendió fuego un colectivo…

  • ¿Ahí ya estás en el interior de la estación de (como se llamaba antes) Avellaneda…?

Cuando llegué a la estación me dije, acá ya terminó todo… Porque el grueso de la gente se había dispersado. Y cuando entro a la estación veo el cuerpo de Maxi en el suelo, Maximiliano Kosteki tirado en el suelo, rodeado con algunas personas en el hall de la estación. Darío (Santillán) se inclinó, como que le tomó el pulso de la mano, el cuerpo de Maxi se notaba que no estaba con vida, se escuchan disparos, se escuchan gritos, toda la gente corre, y quedan en el hall solamente Darío con el cuerpo de Maxi y un compañero más que no sabemos quién es… Cuando la policía entra, que entran Fanchiotti, Acosta, entran levantando las Itakas, Darío levanta el brazo, sale corriendo y cuando sale corriendo se escuchan más disparos…

  • En otras notas que te hicieron, dijiste que hubo fotos que no pudiste sacar por lo fuerte que eran…

M: Sí, hubo fotos que no las pude sacar porque estaba como muy impresionando…como shockeado por lo que estaba pasando. Hubo una imagen en particular, que era la cara de Maximiliano, a la cara de Maxi, le hago un encuadre con la máquina donde veo la cara llena de sangre y esa foto no la pude hacer. Me digo no, no lo puedo hacer esto… Me he quedado con esa imagen clavada durante meses.

  • Como que no querías caer en el sensacionalismo con tu foto…

Sí…no se, fue algo muy personal, como hasta ahí llegué, me pareció algo muy doloroso. Era un pibe.

  • ¿Y cómo te sentiste con tu trabajo y siendo testigo de la causa judicial?

Ya me ha pasado en otras oportunidades. Es una situación compleja que te pone en un lugar raro, en un lugar de poder tener una relevancia por lo que hiciste y también te pone en una situación irracional porque estamos hablando de la muerte de un joven.

  • ¿Pensás que habrá justicia definitiva por los asesinatos?

No se qué significaría hoy justicia definitiva. Me parece que hay un montón de responsables intelectuales que no están presentes en la causa; tanto para que haya condena definitiva como para que haya un esclarecimiento definitivo. No sé si las condenas van a llegar, pero un esclarecimiento de lo que ocurrió realmente sería importante. Saber en qué mesa se sentaron los responsables de esa tragedia, qué dijeron, cómo planearon, cómo decidieron que la policía usara balas de goma o balas de plomo, cómo decidieron el nivel de represión. Saber todo eso. Porque lo que creo que hay son responsables políticos de esa tragedia.

La masacre de Avellaneda vivida desde adentro

Mariana Gerardi Davico y Pablo Solana se encontraron este viernes en el hall de la estación Darío y Maxi del ferrocarril Roca para repasar los veinte años de los asesinatos de Kosteki y Santillán durante la masacre de Avellaneda, una jornada de protesta que ambos vivieron desde adentro y que recuerdan al detalle, en particular la represión con balas de plomo que conmocionó al país, forzó a Eduardo Duhalde a adelantar las elecciones y dejó una marca en la memoria popular.

Veinte años atrás, Gerardi Davico y Solana tenían un rol activo en dos de los MTD (Movimientos de Trabajadores Desocupados) que integraban la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, el de Florencio Varela y el de Lanús. Por ese activismo habían conocido a Darío Santillán, quien -como Solana- formaba parte del MTD Lanús. Con Maximiliano Kosteki, del MTD Guernica, no tenían trato directo pero lo conocían por referencias de terceros.

Aquel miércoles 26 de junio de 2002, Solana y Gerardi Davico (o «La Negrita Mariana», como la llaman quienes la conocen) estuvieron entre los centenares de manifestantes que intentaron bloquear los accesos a la Capital Federal -en su caso, el Puente Pueyrredón- en reclamo de un aumento general de salarios, la duplicación del monto de los subsidios para desocupados y una mayor entrega de alimentos para comedores populares, entre otras demandas.

Esa tarde, cuando lo peor de la represión había terminado y los noticieros empezaban a hablar de dos muertos, Solana y «La Negrita» se encontraban en dos puntos algo distantes: frente a la comisaría 1° de Avellaneda y en la estación ferroviaria de Lanús, respectivamente.

Mientras Solana exigía a los uniformados saber quiénes eran los detenidos y en qué estado se encontraban, Gerardi Davico iniciaba el regreso a Florencio Varela para abrir el local del MTD, que había sido asignado como lugar de resguardo destinado a quienes no fueran de la zona.

Fue en ese momento que ambos se enteraron de los nombres de los militantes asesinados, sus compañeros.

Solana estaba junto a un grupo de manifestantes en el hall de la comisaría cuando recibió la noticia de que los dos muertos por heridas de arma de fuego que se hallaban en el Hospital Fiorito eran Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.

Se la transmitió el abogado Claudio Pandolfi, quien se había enterado por intermedio de Victoria, una mujer que participaba del MTD Guernica y que conocía tanto a Kosteki como a Santillán de compartir reuniones: con permiso judicial, la mujer los había identificado en la morgue del centro de salud.

‘La Negrita’, por su parte, supo de la existencia de dos muertos a través de Mariano Pacheco (periodista y escritor, coautor de la biografía «Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo»), quien al cruzarse con ella le relató lo que había visto en la TV de un locutorio contiguo a la estación de tren de Lanús. De los nombres se enteró más tarde.

«Yo me había ido para Varela, al local que teníamos -recordó ‘La Negrita’ en diálogo con Télam-; lo habíamos puesto como punto de encuentro para varios compañeros y compañeras que no eran de la zona sur. Y ahí me encuentro con un compañero de Guernica, que es quien me comenta, en ese momento, que él creía que uno de los muertos era Maxi».

Unas horas más tarde ‘La Negrita’ recibió el aviso de que el otro muerto era Darío, con quien ella había compartido «la reunión de seguridad de la noche anterior», rememoró.

«No éramos amigos, éramos compañeros, pero había como un lazo muy, muy piola», dijo sobre el vínculo con Santillán, al que muchos identificaban con la fábrica de bloques de cemento -la famosa ‘bloquera’- que había creado a pulmón en el barrio La Fe de Monte Chingolo.

Solana, por el contrario, tenía una relación mucho más estrecha con Darío. Lo había conocido unos años antes, al compartir la militancia política en La Patria Vencerá, pequeña agrupación de Quilmes de la que más tarde se irían para sumarse a la Coordinadora Aníbal Verón y crear el MTD de Lanús.

«El otro día estuve releyendo y escribiendo algunas cosas y volví a caer en el dato de que Darío en 2002 era un muchacho de 21 años. Esa juventud lo tuvo a él, y también a muchos pibes y pibas que se ponían a militar, con un compromiso genuino, una vocación muy sana y una búsqueda muy linda», señaló Solana.

En 2002, Solana ejercía el rol de portavoz de la Coordinadora Aníbal Verón; hace diez años se fue a vivir a Colombia, donde es editor de la revista Lanzas y Letras y de la Editorial La Fogata de ese país.

«La Negrita», en tanto, se define en la actualidad como una «militante política y feminista».

Ambos repasaron el episodio que los marcó para toda la vida y compararon la Argentina del presente con la de 20 años atrás.¿Cómo ven al país y qué reflexiones les generan los 20 años del 26 de junio de 2002, que se cumplen este domingo?

Pablo Solana: Lo primero es la reivindicación de aquellos años de lucha. El 26 de junio fue un momento determinante. Se llega a esa movilización, y a esa respuesta del Estado, después de todo un ciclo de luchas sociales muy justas, necesarias, que parieron una generación de militancia y de juventud. La jornada en particular, obviamente, deja un profundo dolor, un pesar muy marcado por la muerte de Darío y Maxi, por la cantidad de compañeros que quedaron baleados, heridos. Nuestra amistad con Darío hace más sensible ese dolor. Y respecto a los 20 años, yo veo hoy en todo el sector de la economía popular una continuidad, una herencia, de aquellas primeras experiencias que impulsamos en medio de la lucha. Lo otro es el cambio que quedó marcado en el país, en cuanto a los criterios de represión de la protesta social. Hubo una lección que aprendió la clase política, por lo menos en el trazo grueso: de que tienen que preservar la vida cuando se toman decisiones represivas, aunque sería bueno que aprendan a que no habría que tomar decisiones represivas cuando se trata de atender demandas sociales. El punto de inflexión lo implicó la muerte prácticamente televisada de Darío a menos de la policía en una protesta social. Ese acumulado en cuanto a la lucha por los DDHH es otro hito que queda desde entonces y pervive.

Mariana Gerardi Davico: Cuando hablamos del 26 de junio no podemos dejar de nombrar que todo estuvo de alguna manera planificado. La masacre de Avellaneda es un crimen de Estado. Estamos hablando de 33 compañeros con balas de plomo en diferentes zonas vitales, en función de las balas del Estado, la Policía, Prefectura, Gendarmería, la Federal; todas las fuerzas represivas del Estado estuvieron encargadas de llevar adelante ese operativo. Además, tenemos que decir que hoy siguen impunes los responsables políticos de la masacre. La policía no dispara si no tiene una orden, y la orden venía planificada desde antes, cuando (Eduardo) Duhalde de alguna manera junta a todo su gabinete. Por otro lado, otra cosa para destacar de esa jornada lo dice una canción de (Jorge) Fandermole (por la canción «Junio», dedicada a Darío y Maxi, NdR), que dice «eran dos y un montón que resistíamos», porque para mí está bueno poder ver que la pérdida de Darío y Maxi son muy importantes para todes y marcaron un antes y un después en nuestras vidas, pero tenemos que pensar que habían muchos, muches, compañeras, porque habían muchas compañeras en la primera línea, en la seguridad. Se había forjado una dignidad piquetera muy fuerte, había un convencimiento político ideológico de la necesidad de luchar por nuestros derechos. El compromiso colectivo: para 33 heridos de bala de plomo hubo mucho sostén, se dio mucho en esos 50 minutos. Pensar cuerpos agarrando otros cuerpos, sosteniéndolos, acompañándolos: hay muchas imágenes de videos en las que eso se ve.