Por Dra. María del Pilar Bueno (*)
Estamos ante un punto de quiebre. Esa bisagra es ecológica, económica, social, política, cultural y humanitaria. Las redes sociales y los servicios informativos están plagados de noticias sobre la crisis ecológica, la rebelión climática y la emergencia climática. La bandera de las fronteras planetarias como límites y umbrales del desarrollo, tal como lo conocemos, ondean con otros portavoces y necesidades. El activismo ambiental ha cobrado otro color de la mano de consignas como la desobediencia civil no violenta.
Como hechos destacables y comprobables de esta crisis sin precedentes en la historia de la humanidad, es posible mencionar la sexta extinción masiva de especies, no solo la futura y anunciada sino la actual. Hace un mes, el Panel Internacional de Expertos en Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) de Naciones Unidas presentó un informe con datos arrolladores que evidencian que -al menos- un millón de especies están al bode de la extinción. Este deterioro de la biodiversidad es causado directa e indirectamente por los cambios en el uso de la tierra, el cambio climático, el consumo desmedido acompañado por la cultura consumista pero, también, por políticas de crecimiento económico ilimitado.
No sólo esto. En octubre de 2018, el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) también puso sobre la mesa las diferencias entre un incremento de la temperatura de 1.5 y 2 grados centígrados a niveles pre industriales, como parte de la evolución en el cumplimiento del propósito del Acuerdo de París alcanzado en 2015. En pocas palabras, no es lo mismo y no es una mera distinción política. El mayor impacto se asocia con las olas de calor extremo, los veranos sin hielo en el Ártico, el mayor incremento del nivel del mar, la pérdida de especies incluyendo vertebrados, plantas e insectos, el deshielo, la pérdida de arrecifes de coral y el impacto en la pesca y cosecha de alimentos.
Ambos reportes tienen en común traslucir que, a pesar de la seriedad de los pronósticos, es imperativo corregir el rumbo hacia donde vamos en vez de lamentarse. Estos datos han alimentado un movimiento social que, a su vez, está fortaleciendo un movimiento político existente en algunos países y en otros está generando el cultivo necesario para que sea posible. Las recientes elecciones europeas son una muestra de este impacto con el reposicionamiento de los partidos verdes.
Este movimiento social que no se limita al ámbito europeo, tiene muchas enseñanzas valiosas. Una de ellas es saber que la justicia ambiental, siempre ligada a la justicia social, ahora estrecha vínculos con el discurso multiforme y multisectorial de la crisis planetaria, dado que los más perjudicados son siempre los más vulnerables. El debate ecológico no es un debate de las clases medias acomodadas que no tienen otra cosa en qué pensar, como dejaron muy claro Joan Martínez Alier, así como los diversos integrantes del ecologismo político latinoamericano.
No quedan dudas de que todos tenemos que actuar, pero esta consigna no solo refiere a la lógica del consumidor que aprendimos en algún momento y que invita a consumir los productos “más verdes” de la góndola del supermercado. Aunque claro que puede ser una estrategia.
Al final, el movimiento que comenzó este año con huelgas en las escuelas evidencia otro tipo de activismo ecológico, más radicalizado por los hechos y de la mano de los jóvenes y niños. Se escuchan consignas ligadas al modelo de desarrollo, al cuestionamiento del sistema capitalista, y a la necesidad de reducir el crecimiento. No es la primera vez que se responde a la hipótesis de las fronteras planetarias con la imperiosa necesidad de reducir el consumo y la producción y esto cuestiona al modelo capitalista. Pero la diferencia es que ese replanteo viene de espectros políticos tan diversos incluyendo el centro, la izquierda y hasta la centro derecha. No es sólo el discurso tradicional del ambientalismo de izquierda.
Ahora bien, ¿Cómo impacta todo esto nuestras vidas? Además de los impactos reconocidos en los informes, cabe hacernos la pregunta en el terreno de lo social, lo económico y lo político. Pensamos lo político como sinónimo de malo, corrupto, lo de siempre. Esta mala percepción de la política olvida que más allá de ser el arte de vivir mejor, la política traduce cambios sociales en transformaciones políticas, amplifica propuestas, expectativas y necesidades. Cambios indispensables frente a la crisis. La crisis económica que una vez más nos golpea puede ser pensada a partir de soluciones que cuestionen el modelo de desarrollo, de producción y de acumulación. Quizás en Argentina la exigencia de este movimiento de disidencia civil no violenta no pase -únicamente- por la declaración de emergencia del Congreso, pero sí por la oportunidad de influenciar los procesos políticos claves que estamos atravesando este año. Es una oportunidad para exigir plataformas electorales que no ignoren esta crisis planetaria y que no pongan como excusa al desarrollo como concepto unívoco para dejarnos nuevamente sin nada.
La esperanza radica en no abandonar la consigna traspasado el momentum político y seguir empujando la acción política.
(*) Investigadora de CONICET. Co-Presidenta del Comité de Adaptación de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.