Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
Durante una clase de la materia Política Económica de esta semana, discutimos con los alumnos dos textos clásicos, uno de Guillermo O´Donell (Estado y Alianzas en la argentina 1956-1976), el otro de Adolfo Canitrot (Orden social y monetarismo). Los trabajos repasan, entre otras cuestiones que sería imposible tratar ahora, el proceso de constitución de las alianzas políticas en la Argentina, el modo en el que esa dinámica pendular impacta en los ciclos de stop and go y luego la irrupción del programa económico de Martínez de Hoz con la Dictadura. Muchos de los presentes estaban sorprendidos porque el relato histórico reproducía un conjunto de fenómenos que, pese a estar lejanos en el tiempo (lejanos al menos para ellos, claro), les resultaba perturbadoramente familiar. Evidentemente algo resonaba en su memoria: un gobierno nacional y progresista que impulsa un proceso de crecimiento económico, la suba de los salarios de los trabajadores, la mejora en la distribución del ingreso, luego un aumento de la demanda de los bienes-salario, que por tratarse precisamente de un país que exporta alimentos, producían una caída de los saldos exportables (y una caída consecuente de las exportaciones). A su vez, el crecimiento económico producía un aumento de la demanda de importaciones (que son una función matemática positiva del nivel de producto), lo cual, junto con la caída de las exportaciones producía un desmejoramiento de la balanza comercial y una posterior crisis de balanza de pagos. A continuación, normalmente un gobierno conservador que llevaba adelante una violenta devaluación y un fuerte endeudamiento, lo que por la vía de la recesión recuperaba los saldos positivos de la balanza comercial, y vuelta al ciclo.
Se veía en las caras, por más que no hablaran. Estaban pensando: “me parece mí, no estoy entendiendo nada o esto ya lo viví???”. Una suerte de deja vu, pero con un nivel de conciencia mucho mayor. Y comenzaron las preguntas al respecto. “Si, claro, esto ya pasó, incluso recientemente. De hecho hay candidatos para las elecciones que vienen que les están ofertando algo parecido”, les dije. Entonces un alumno levantó la mano y preguntó: “Y si es TAN obvio lo que va a ocurrir, y ya hay experiencias previas, por qué se sigue haciendo lo mismo???”. Ensayé una respuesta, le dije que había intereses políticos involucrados, algunos que incluso excedían largamente el tablero nacional. Les conté como los EEUU desarrolla una política histórica de destruir sistemáticamente cada sistema productivo que compite con sus propios productos, y que habitualmente encontraba personeros locales que se asociaran para facilitar la tarea. Le conté que todavía hay sectores muy concentrados de las elites nacionales que siguen añorando los tiempos en los que las cosas funcionaban bien en la Argentina. Y esos tiempos eran los del modelo agroexportador, por supuesto, con una distribución del ingreso espantosa y que difícilmente funcionaba, con exclusión, para menos de 10 millones de habitantes (imagínense para los casi 50 que somos ahora). Y continué con los argumentos, porque los docentes no sabemos cuándo quedarnos callados. Hasta que en un momento tuve que parar y le dije: “La verdad es que tu pregunta es mucho más interesante de lo que yo pueda decir, para ser sincero la respuesta es NO SÉ”.
En estas ocasiones, recuerdo al personaje de un cuento de Voltaire, Historia de un buen brahmín. El relato cuenta las desventuras de un brahmán (así los conocemos nosotros, una casta de la India que se dedican a la religión y al conocimiento), que se enfrenta a una situación de angustia, y se lo cuenta a un amigo (copio textual):
“Hace cuarenta años que estudio, y son cuarenta años perdidos; enseño a los demás y yo lo ignoro todo: esta situación hace que mi alma se sienta tan humillada y asqueada que la vida me resulta insoportable. He nacido, vivo en el tiempo y no sé lo que es el tiempo; me encuentro en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo ni la menor idea de la eternidad. Estoy compuesto de materia; pienso, y jamás he podido llegar a saber lo que produce el pensamiento; ignoro si mi entendimiento es en mí una simple facultad, como la de andar o la de digerir, y si pienso con mi cabeza como cojo las cosas con mis manos. No solamente me es desconocido el principio de mi pensamiento, sino que incluso el principio de mis movimientos me es igualmente ignorado: no sé por qué existo. Sin embargo, todos los días me hacen preguntas acerca de todos esos mundos; y hay que responderlas; no tengo nada interesante que decir; hablo mucho, y después de haber hablado me quedo confuso y avergonzado de mí mismo”.
Luego de consultar con un grupo de sabios, se plantea la disyuntiva: ¿para qué sirve el conocimiento? Si de lo que se trata en definitiva es de ser feliz, el saber no parecería ser tan importante. En ese punto todos estuvieron de acuerdo en que era preferible la felicidad a la sabiduría, pero no pudo encontrar a uno solo que estuviera dispuesto a convertirse en un imbécil para vivir contento. Así que ahí estamos, como el brahmán, tratando de buscar respuestas a cosas inexplicables, por más que nos volvamos todo el tiempo un poco menos felices.