Por Damián Umansky – Periodista especializado en internacionales
En esta misma columna se escribió, hace apenas 7 días, que la Argentina había empezado a dar algunas señales respecto de cuáles son sus objetivos en materia de política exterior. En sólo 24 horas, el presidente Alberto Fernández se comunicó telefónicamente con el mandatario electo de los Estados Unidos, Joe Biden, y con su par brasileño, Jair Bolsonaro. Dos encuentros interesantes y con vinculación entre sí, que entusiasmaron con la posibilidad de que el país pudiera asumir cierto liderazgo a nivel regional. Sin embargo, volvió a aparecer Venezuela.
Las cuestionadas elecciones parlamentarias llevadas a cabo el domingo pasado en el país gobernado por Nicolás Maduro, pusieron nuevamente al descubierto las indefiniciones que tiene la cancillería argentina. Las diferencias que exhiben las distintas fracciones que componen el Frente de Todos respecto a Venezuela, exponen ambigüedades y contradicciones, y alteran los lineamientos estratégicos centrales en las relaciones con el resto del mundo.
El presidente electo de los Estados Unidos, la Unión Europea y la Organización de los Estados Americanos (OEA), consideraron ilegítimos los comicios para renovar las autoridades de la Asamblea Nacional venezolana. Los mismos estuvieron marcados por el boicot de los principales partidos y líderes de la oposición, y por una masiva abstención de alrededor del 70%. De esta manera, el único poder no controlado por el chavismo, pasará a manos del oficialismo el 5 de enero, cuando Juan Guaidó, referente opositor, deje la presidencia del Congreso.
La OEA difundió al respecto una resolución que “repudia y desconoce” los resultados electorales, sostiene que son “fraudulentos”, y que el proceso no fue “ni libre ni justo”. El documento fue acompañado por 21 países, dos votaron en contra (México y Bolivia), y 5 se abstuvieron, entre los que se encuentra Argentina.
Carlos Raimundi, embajador argentino ante la OEA, explicó que “no se puede hacer caso omiso a quienes participaron del acto electoral”, aunque remarcó que el gobierno venezolano “debe reconocer que una democracia es completa cuando la mayoría de su pueblo se siente comprometido con ella”. Resumiendo, mientras que para la mayoría de países americanos la gestión de Maduro constituye una dictadura, para la Argentina se trata de una democracia incompleta.
La postura nacional vuelve a manifestar tibieza, no conforma a nadie, genera discordia hacia adentro y hacia afuera, y deja nuevamente al descubierto las posiciones encontradas que hay en la coalición gobernante respecto a la situación en Venezuela.
Y no es la primera vez que ocurre. Un par de meses atrás, el kirchnerismo rechazó la decisión del Gobierno de apoyar el informe del Alto Comisionado de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, cuya titular es la expresidenta de Chile, la socialista Michelle Bachelet, y que advirtió acerca de delitos de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos perpetrados desde el régimen de Maduro.
Argentina parece anclada en un pasado no tan lejano, cuando la región estaba liderada por Néstor Kirchner, Lula Da Silva y Hugo Chávez , promotores – por ejemplo – del rechazo al ALCA propuesto por la Casa Blanca o del paso fundamental para la consolidación de otros organismos regionales como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Hoy la situación es diferente. El contexto es otro. La región está lejos de funcionar estratégicamente como bloque. No obstante, el país necesita del apoyo de la comunidad internacional si quiere salir de la crisis en la que está sumido desde hace años. Argentina no puede darse el lujo de estar aislada, por eso fue valorado en este mismo espacio la reciente reanudación de las relaciones con EEUU y Brasil.
La política exterior se define como el conjunto de decisiones públicas que toma un Estado en función de los intereses nacionales y en relación con los demás actores del sistema internacional un país. Un punto destacable de las naciones a las que le va bien, es el del sostenimiento en el tiempo de sus ejes estratégicos en materia internacional, independientemente de quién gobierne.
Si Argentina tiene pretensiones de ser confiable ante el mundo, es imperioso dejar de lado las ambigüedades y contradicciones. Las relaciones internacionales no pueden ser el campo de batalla donde se diriman las internas partidarias.