Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
La guerra en Ucrania sigue su marcha y no parece que exista en el horizonte una posibilidad de resolución pacífica del conflicto. Al igual que el brote de Covid-19 a comienzos de 2020, la invasión rusa cayó como un piano sobre la cabeza de los oficialismos del todo el mundo. Las consecuencias económicas se extienden alrededor del mundo, y la preocupación comienza a ganar progresivamente la agenda de más actores relevantes del tablero global. Al comienzo la desazón se apoderó de los principales agentes vinculados al negocio de la comercialización de alimentos, dada la importancia estratégica que tiene ambos países como productores de los mismos. Hoy la angustia va creciendo y se esparce como la mancha voraz por todo el planeta.
Recientemente, el presidente de la JP Morgan, Jamie Dimon, advirtió en su carta anual a los accionistas de la compañía, que la guerra ha creado una situación potencialmente explosiva a nivel mundial. Según el CEO, los efectos directos e inmediatos sobre los precios de los cereales y el petróleo, comienzan a extenderse sobre otros mercados, y pronto podrían invadir los mercados financieros. Dicen que el miedo no es sonso, y la preocupación de Dimon es entendible, porque vive de las finanzas. Incluso su salario acaba de aumentar a fin del año pasado hasta alcanzar los U$S34.5 millones. Por otro lado, forma parte de un grupo de empresas que, a contramano de lo que ocurrió con otras, salió fuertemente fortalecida de la pandemia. De hecho, JP Morgan obtuvo en 2021 ganancias récord de más de U$S48.000 millones, lo que representa un 66% más que en 2020, y un 32,6% más que en 2019.
Los empresarios, y especialmente los vinculados al sector financiero, son casi matemáticamente previsibles. Como ya se habrán imaginado, Dimon ya tiene la solución para mantener al mundo a flote durante la crisis. Si, acertaron, convocó al Estado. Probablemente, y durante 2021, cuando su empresa hacía pingües diferencias jugando al riesgo (las mayores ganancias provinieron a nivel contable de las provisiones contra posibles falta de pago de los créditos), ni siquiera recordaba que algo así como el Estado existía. Pero ante la disparada de los precios internacionales de los alimentos y de la energía, ante la precarización de las cadenas globales de suministro, y el altísimo nivel de incertidumbre que se apoderó de los mercados financieros del planeta, Dimon no dudó en reclamar un nuevo Plan Marshall. Para los menos memoriosos, el Plan Marshall (en realidad su nombre fue European Recovery Program), fue un programa diseñado por el gobierno de los EEUU que, a partir de 1948, y durante cuatro años, proveyó financiamiento para la reconstrucción de aquellos países que habían sido devastados durante la Segunda Guerra Mundial.
El que no parece estar de acuerdo con Dimon es Cristiano Ratazzi. El empresario automotriz decidió mudarse a Uruguay, y desde el país vecino, es un habitual comentarista de la realidad nacional. El mismo Ratazzi que se llena la boca con la palabra MERITOCRACIA, pero llegó a ser lo que es porque su madre, Susana Agnelli, era una de las herederas del imperio Fiat. El empresario sostuvo que se fue a vivir a Uruguay porque la carga impositiva de vivir en la Argentina se le hacía insoportable. Es decir, nuestro país le sirvió de plataforma para enriquecerse, pero a la hora de pagar impuestos, mejor irse a otro país. Un país en el que tampoco tiene su dinero, claro. Y desde la Banda Oriental, Ratazzi nos deja algunas reflexiones. “El gobierno no puede crear valor. El valor lo crean los privados. En todo el mundo es así. Y para eso los privados tienen que invertir. Y para invertir hay que seducirlos un poco, porque no invierten para perder plata”. Seducirlos, dijo. Amanece una nueva epistemología del amor. Pero qué significa “seducirlos”??? Por qué alguien debería seducir a alguien que sólo quiere hacer negocios. Seducir es mucho más que convencer. Qué lo seduce a Ratazzi, qué lo excita??? Una reforma laboral, tal vez??? Es eso lo que está militando???
No es el momento ni el lugar, pero habría un par de cuestiones interesantes para discutir con Cristiano acerca de los procesos de generación de valor en el capitalismo, pero al menos me gustaría preguntarle cómo imagina que el inmenso capital de la empresa familiar podría haber crecido y prosperado sin los diseñadores, los ingenieros y los operarios. Por momentos da la impresión de que los empresarios pierden rápidamente de vista la centralidad de los trabajadores en los procesos de creación de valor al interior del sistema capitalista. Como se preguntaba un cartel que leía siempre camino a dar clases en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales: “¿Quién hace la casa, el arquitecto o el albañil?”.