Por: Diego Añaños
El sábado 4 de septiembre, el diario Clarín publicó una nota al diputado del PRO, Luciano Laspina, quien actualmente se encuentra en plena campaña en busca de la renovación de su mandato. El legislador opositor, como era de esperar, realizó un diagnóstico pesimista sobre la economía argentina. Según Laspina, las tensiones entre los excesos de Axil Kicillof y la prudencia de Martín Guzmán, posiciones a las que definió como antagónicas, impiden que el gobierno termine de proyectar una política económica consistente. Sin embargo, lo más interesante surgió cuando se le consultó acerca del proceso de renegociación de la deuda con FMI. El diputado sostuvo que el Fondo le va a reclamar a la Argentina que cumpla con cuatro prerrequisitos básicos para llegar a un acuerdo: una baja sustancial del déficit, una flexibilización del cepo cambiario, un descongelamiento de tarifas y finalmente una reducción de los subsidios.
Hay idea fuerza que, sutilmente, aparece contrabandeadas en las afirmaciones de Laspina. Es aquella que considera a la Historia como una cápsula. Una cápsula que contiene a la primera mujer que plantó una semilla en los albores de la Revolución Neolítica, los faraones y sus pirámides, el imperio Romano, el Kublai Kan montando su caballo, la imprenta de Gutemberg y Newton mirando caer la manzana. Algo así como un libro de cuentos en el que los hechos son relatos aislados que no parecen estar conectados entre sí. Utilizar la historia como maestra para entender el presente, algo que nos proponía Maquiavelo en la introducción de El Príncipe es considerado como algo absolutamente innecesario: es mirar por el espejo retrovisor. Es hoy, es ahora, reza el mantra amarillo. Lo que pasó, pasó, canta Daddy Yankee. Todo lo mismo. Ahora resulta que hay una deuda defaulteada de U$S 45.000 millones que el gobierno no puede renegociar porque Kicillof y Guzmán se pelean. De dónde vino esa deuda? Quién defaulteó la deuda? No miremos por el espejo retrovisor, es hoy, es ahora. Lo que pasó, pasó.
Laspina cuenta con un beneficio a su favor: algunos sectores de la sociedad argentina hacen un culto de la memoria selectiva. No olvidan, recuerdan selectivamente. En realidad todos nosotros lo hacemos, el cerebro es una máquina de borrar información innecesaria o irrelevante. Si no, seríamos todos como el Ireneo Funes del cuento de Borges, seres incapaces de pensar, con el sólo recurso de una memoria infinita. El problema principal de las memorias selectivas es el sesgo. Es decir, qué cosas DECIDEN recordar y qué cosas DECIDEN olvidar. Digo, porque si hay algún memorioso en la sala, seguramente podrá recordar conmigo algunas cosas.
La primera, uno de los grandes logros que se adjudica la gestión macrista es haber cumplido con una importante reducción del déficit primario. Esto es cierto, pero como todas las verdades es cierto en parte, porque si le incorporamos el déficit financiero, producto de la monumental deuda contraída en dólares, nos vamos al pasto. Pero el déficit primario bajó. La segunda cosa que recordaremos es la primera medida importante de la gestión de Mauricio Macri, y es la eliminación de las restricciones cambiarias, anunciadas por el entonces Ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, al día siguiente de asumir el gobierno. La tercera es el brutal proceso de descongelamiento de las tarifas de los servicios públicos, que se tradujo en un aumento del 4.500% en promedio en la energía eléctrica y de entre 1.300% y 1.500% en las tarifas del gas, con picos que llegaron al 1.900% según la categoría del consumidor. El cuarto ejercicio de la memoria tiene que ver directamente con el punto anterior, ya que los subsidios a la energía, sólo por dar un ejemplo, disminuyeron un 69% en cuatro años. Lo mismo ocurrió con otros sectores como el transporte.
Es decir, durante el gobierno de Mauricio Macri se cumplió con todo aquello que supone Laspina que el FMI le va a reclamar al gobierno argentino para lograr un acuerdo por la renegociación de la deuda: reducción del déficit, eliminación de las restricciones cambiarias, desregulación del precio de las tarifas de los servicios públicos y eliminación de subsidios. De acuerdo al cannon ortodoxo, son las cuatro precondiciones elementales que garantizan que una economía funcione de manera saludable. Pero claro, cuando uno mira los resultados que se obtienen aplicando esas políticas durante cuatro años, surgen algunas dudas con respecto a la efectividad de las mismas.
En la economía no existen leyes del tipo de las que rigen el mundo físico, pero existen las regularidades estadísticas y la enseñanza de la historia. Así como Laspina tiene a su favor el olvido selectivo, tiene en contra el apabullante peso de la evidencia empírica, una evidencia que niega, sistemáticamente, todas y cada una de sus afirmaciones. Es muy difícil encontrar la fórmula del éxito económico, sin embargo, creo que existe una fórmula del fracaso, y es cumplir con los cuatro prerrequisitos que predica la vulgata liberal.