Análisis

Opinión: «Los errores de los pronosticadores»


Por Diego Añaños

La anticipación del futuro es uno de los géneros más prolíficos en la historia de la humanidad. Desde los sumos sacerdotes egipcios, pasando por el profetas del Antiguo Testamento, los astrólogos mediáticos, hasta los jóvenes, casi adolescentes, constructores de modelizaciones dinámicas de Wall Street, la capacidad de anticiparse a los hechos ha sido siempre un bien preciado, y escaso, en las sociedades de todos los tiempos. Los economistas profetas son el género más venerado del capitalismo contemporáneo, y fatigan los medios de comunicación escritos, orales y audiovisuales, ensayando profecías a diestra y siniestra. De vez en cuando, muy de vez en cuando, alguno acierta un pleno, y eso le garantiza la entrada triunfal al olimpo de los dioses pronosticadores. Lo más extraño del fenómeno, es que ese Olimpo está poblado fundamentalmente por profetas que jamás aciertan en sus profecías. En más de una oportunidad hemos hecho referencia a las predicciones del Relevamiento de Expectativas Macroeconómicas del Banco Central (REM) y sus inmensos yerros que, oh casualidad, siempre tienen el mismo sesgo. Durante los cuatro años del gobierno de Mauricio Macri sistemáticamente subestimaron la inflación anual y sobreestimaron el crecimiento del PBI a comienzos de año. En lo que va del gobierno de Alberto Fernández, fue todo lo contrario, sobreestimaron la inflación y sobreestimaron la caída del Producto. Pueden creerme o no. El que tenga alguna duda puede revisar los registros del REM (pueden googlear REM del BCRA, y el acceso es directo y público).

Los pronósticos son una herramienta muy útil para el sistema capitalista. Tienen una doble función: por un lado, bajar la incertidumbre, ofreciendo escenarios futuros previsibles. Por el otro, generar esos mismos escenarios futuros tratando de modelar las expectativas de los agentes económicos. Pero claro, ante la aparición de “errores” permanentes (como las casualidades permanentes de las que hablaba el ex presidente Carlos Saúl Menem, que en paz descanse), se hace razonable la sospecha de que el modelado no apunta más que a confundir.

Durante el año 2020 los principales organismos internacionales trazaron pronósticos muy duros con respecto a la caída del Producto en la Argentina. El FMI proyectó una caída del 11,8%, el Banco Mundial de 12,3% y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) de un 12,8%. El REM de julio estaba alineado con esos guarismos cuando arrojó el máximo de caída estimada durante 2020 con un 12,5% (que luego fue lenta y levemente moderándose a medida que el año avanzaba). Finalmente se dio a conocer el dato oficial que marca una caída del 10%. Claro, el número es, sin ningún lugar a dudas, impactante. Es más, si lo consideramos por fuera del contexto de la pandemia global el número es directamente trágico. Sin embargo es sensiblemente inferior a las previsiones de los que saben.

Tal vez dé la impresión de que estamos muy insistentes con el tema de los erros de los pronósticos, pero en un país como el nuestro, donde los medios de comunicación constituyen la fuente principal de provisión de información (que es deglutida acríticamente, por supuesto), la puesta en alerta acerca de los dispositivos perversos de construcción de las expectativas es absolutamente vital.

El mecanismo es sutil, ya que sólo se trata de poner en conocimiento de la población las opiniones de los expertos. Expertos que en realidad no son más que instrumentos financiados por corporaciones mediáticas, fundaciones y ONGs, que lejos de imponer sus opiniones, desarrollan estrategias de ejercicio del poder blando para moldear los ánimos sociales.

No estamos diciendo nada nuevo, sólo estamos sugiriendo no abandonar el sano ejercicio del pensamiento crítico y la memoria, porque a nadie escapa, que incluso muchos de nosotros, solemos caer en la sofisticada trampa de estos modernos estafadores. Si, los mismos que, como en el cuento de Andersen, nos quieren hacer creer que el traje del rey es una maravilla, cuando en realidad el rey está desnudo.