Opinión

No se trata de ver lo pintoresco de las lenguas más exóticas, sino de luchar para que se mantengan


Por Ana Carolina Hecht, Dra. en Antropología por la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), profesora de la materia "Elementos de Lingüística y Semiótica" del Depto. de Ciencias Antropológicas (UBA) e investigadora del Conicet.

El 21 de febrero se celebra el Día Mundial de la Lengua Materna, según lo acordado por la Unesco, para reconocer y valorar el patrimonio lingüístico de la humanidad. Las efemérides nos ayudan a recordar fechas importantes pero tienen el peligro de fijar y vaciar de contenido los hechos históricos que están homenajeando. En este caso, la fecha elegida encierra un drama, ya que recuerda el asesinato en 1952 de un grupo hablante de la lengua bengalí en Bangladesh por el ejército de Pakistán. Homenajear un hecho de esta naturaleza desnuda la dicotomía entre ver la diversidad lingüística desde un esquema armonioso de pluralidad y encuentro de voces diferentes y una realidad que muestra otras facetas más complejas. Las distintas lenguas no están en pie de igualdad sino inmersas en desiguales relaciones de prestigio y dominación. Estas cuestiones son más claramente vislumbradas por hablantes de lenguas minorizadas que por quienes hablan lenguas hegemónicas; por esa razón, celebramos que esta fecha nos da pie a reflexionar sobre las relaciones de poder entre las lenguas en un mundo globalizado. Pero ¿por qué centrar el foco en la lengua materna para invitar a la preservación y protección de la pluralidad lingüística?

El concepto de lengua materna es polisémico en sus sentidos, alcances y usos. Hay mucha complejidad en sus acepciones, vinculadas con la adquisición lingüística (primera lengua) o bien socioculturales, afectivos e identitarios (lengua de herencia, lengua relacionada a una identidad social, lengua de la familia). El término lengua materna se suele usar en contraposición al de segunda lengua, ya que refiere a la primera lengua que utilizan las personas durante su infancia, en interacción con su entorno y sin intervención pedagógica-escolar. En síntesis, la lengua materna puede definirse como aquella que es parte de una identidad social, transmitida de generación en generación.

A estas complejas connotaciones terminológicas, en general utilizadas para las comunidades monolingües, hay que agregar el hecho de que en los contextos plurilingües el término se vuelve mucho más complejo en su comprensión. Las diversas lenguas no están en simetría y armonía; todo lo contario, están en un entramado de lucha por su persistencia. Por ende, el estatus, el prestigio y las fuerzas de imposición de un pueblo sobre otro/s se traslada a sus lenguas, en términos de cuál se establece como lengua oficial y cuáles quedan estigmatizadas, subyugadas y relegadas. Vale mencionar que muchas de estas lenguas ven amenazada su supervivencia y mueren cuando dejan de ser habladas. En el actual territorio nacional, por ejemplo, antes de la llegada de los españoles se hablaban 35 lenguas indígenas; sin embargo, hoy en día, solo perduran 16 y el español se identifica como la única lengua de la Argentina.

Por tal razón, esta efeméride nos invita a develar las desigualdades entre las lenguas y nos recuerda especialmente la importancia de cuidar a las lenguas más débiles que son parte de una identidad sociocultural y que encierran la riqueza de las tradiciones de un pueblo. Esta fecha nos propone comprender metonímicamente que el patrimonio lingüístico global se protege cuando realizamos acciones de salvaguarda de las lenguas más vulnerables. En el Día Mundial de la Lengua Materna no se trata de ver lo pintoresco de las lenguas más exóticas, sino de luchar por un marco de derechos y prácticas que mantenga, promueva y revitalice las diferentes lenguas en un mundo dominado por las tendencias a la homogeneización.