Opinión

Por Carlos Duclos

No hay Patria sin arrepentimiento y reconciliación


Por Carlos Duclos

Todos los seres humanos, en determinado grado, somos pecadores. Por eso el Gran Maestro Jesús, ante la mujer acusada de cometer adulterio (que no era María Magdalena, injustamente estigmatizada por algunos clérigos) los enfrenta y les dice: “Si alguno de ustedes se cree puro y no tiene pecado que comience la lapidación”. Todos se retiraron.

La cuestión determinante para la persona y para el grupo social es si nos reconocemos pecadores o si creemos que tenemos derecho a lapidar al prójimo, no solo con piedras propiamente, sino con la piedra de la palabra, del pensamiento y del sentimiento. Es menester recordar que la violencia física y verbal contra el semejante, le supondrá a éste dolor físico o emocional por unos instantes, pero pasará; para el agresor significará una reacción multiplicada y de la misma naturaleza que la acción que llegará en algún momento de su vida. A menos, claro, que se arrepienta, porque entonces cuando la reacción se produzca “el alma del agresor estará en otro estado y no expuesta en razón del arrepentimiento”.

La violencia sentimental, es decir el deseo de que al prójimo le vaya mal, o el rencor, aniquilan al portador del sentimiento, a nadie más. Por otra parte, el deseo de venganza y la venganza consumada, hieren al conjunto. Pero mientras el conjunto puede salvarse, el vengador más tarde o más temprano paga por su acto. Esta es una ley universal que se cumple sin remisión aunque a veces no se advierta a primera vista.

La importancia de la política

Ahora bien, la política en una sociedad es importante. Determina en buena medida el destino del grupo social. Política, en su definición más sublime, es “la acción filantrópica desarrollada por la conducción social, por la que se logra la paz interior de cada ser humano satisfaciendo todos sus derechos, consolidándose asimismo la paz social”. En este sentido, no hay nada más importante que la política y quienes la interpretan y la ejecutan (políticos y dirigentes sociales de todo tipo).

En su estado genuino, la política, puesto que es filantropía sublime, debe estar impulsada por el amor, el amor al prójimo. No es aceptable, entonces, la violencia sentimental, verbal o física en ella. Pero…, somos pecadores, las pasiones son fuertes y es difícil dominarlas. Por eso, por ejemplo, asistimos hoy en Argentina (con una sociedad apasionada por naturaleza) a la llamada “grieta”, es decir a una división en donde en ciertas personas prolifera el odio a veces o, cuanto menos, el rencor o el deseo de revancha. No es nuevo, esto es histórico. Esta tierra está regada con sangre vertida por el odio. ¿Para qué? Para seguir siempre por el mismo camino: el del odio y la venganza, el del rencor y la revancha, el del desencuentro y el sufrimiento. Todos somos responsables (primera persona).

Las guerras civiles en otros países sirvieron, al menos, para pegar un salto hacia un estado de cosas mejor. Aquí, el odio entre unitarios y federales, entre peronistas y antiperonistas, entre la izquierda y la derecha, entre liberales y progresistas, ha significado la ruina en la que está el grupo social. Ruina económica, intelectual y espiritual.

La salida de la última dictadura militar, el advenimiento de la democracia, hizo nacer las esperanzas en muchos corazones que quieren una Patria mejor para dejarles a sus hijos. Pero no… el resentimiento, las operaciones políticas para herir al opositor, como si en lugar de argentino fuera un invasor, permanecieron y permanecen intactos. Somos pecadores… e incorregibles.

No hay Patria sin nuevas figuras o arrepentimiento de las actuales

No habrá nueva Argentina sin nuevos dirigentes o, al menos, sin dirigentes históricos que reconozcan sus errores y en un acto de grandeza pidan perdón y se abracen a una gran reconciliación y pacto social. La casta política, de uno y otro signo, que ha conducido los destinos del país hasta este mismo momento, si no se arrepiente por lo mal hecho, por la angustia en la que sumió a gran parte de la sociedad, debería ser desterrada para siempre con el voto de los ciudadanos. Pero sin embargo, para ello también los ciudadanos debemos hacer un acto de contrición.

El país necesita en forma urgente nuevas figuras, gente de diversos espacios políticos que desee establecer como corona “el santo grial (sangre real) de la política”: el amor al prójimo, el amor al pueblo, la unidad (aún en la diversidad, en la diferencia) para la prosperidad. Suena utópico, parece un sueño, pero no lo es. Los países del primer mundo pertenecen a él porque han entendido y aplicado esto.

Argentina, como Patria, necesita una sociedad responsable que haga de juez imparcial y destierre a todo aquel que no cumpla con el sagrado postulado: “Para nosotros, para nuestra posteridad”. Una sociedad erigida en juez independiente, honorable y gallardo que se atreva a decirle “¡no!”, a quien no respete los postulados fundamentales sobre los que se levanta una Nación pujante. “¡No!”, sean del partido que fueren.