Heredados, propios, fantaseados, los hay para todos los gustos pero, en vez de paralizarnos, la clave está en saber enfrentarlos y reconocerlos como una emoción tan genuina al ser humano como las demás.
El que dice que no tiene miedo a nada, miente. Así de simple y concreto lo afirman el Dr. Rubén Bernasconi Espósito, médico psiquiatra, y la psicóloga Mónica Fernández, ya que se trata de una emoción, como la ira o el amor, y como tal está presente en todos nosotros.
La pregunta es: cómo nos manejamos con el miedo para que no nos paralice. Y la primera medida es: reconocerlo. Algo difícil en una sociedad donde aún se piensa que los varones no deben tener miedo porque es «cosa de chicas». Sin embargo, eso es «totalmente falso, esta emoción no distingue sexos y está presente en ambos por igual», dicen los especialistas creadores de los talleres @creceryser, publicó La Nación.
Entonces, aceptar que tenemos miedo «es lo que nos va a permitir enfrentar la situación. No solo reconocerlo en la palabra, sino también en el cuerpo, porque a lo mejor no nos damos cuenta que estamos teniendo esa emoción pero sí notamos algunos síntomas», explica Fernández. Se trata del mapa del miedo en el cuerpo que debemos aprender a reconocer cuando:
- Sentimos que aprieta la garganta o el cuello
- Rigidez en la zona inferior de la espalda
- Tenemos los hombros levantados y tensos
- Notamos tiesa la mandíbula
- Estamos con el ceño fruncido
- Se nos ponen rígidas la cadera o rodillas
- Nos quedamos paralizados.
Saber separar
La realidad actual nos lleva a sentir que vivimos en una sensación de miedo permanente, a la inseguridad, a perder el empleo, a lo económico, a perder la vida. «La gente vive pendiente del miedo, todo es catastrófico y amenazante, pero no todo es así», asegura la psicóloga.
Es importante saber distinguir entre los miedos de supervivencia, como cuando nos ponemos en alerta al caminar por un lugar oscuro y desconocido para poder actuar ante la situación. Esos miedos existieron siempre y forman parte de nuestra energía vital, son útiles porque «si no tenemos miedo ante determinadas situaciones de la vida real, sucumbimos». Y, por otro lado, los miedos generados por nosotros mismos, que son culturales o personales, y los que generalmente nos paralizan. Algunos de estos temores son: a perder el trabajo, la estima de otra persona, al qué dirán, a ser abandonados.
«Muchas veces son producto de nuestros propios conflictos, de nuestra imaginación o de nuestras experiencias que pueden ser de algo vivido o fantaseado», comenta el Dr. Bernasconi Espósito.
No te paralices
Cuando el miedo nos atraviesa y paraliza, estamos en problema porque «nos desorganiza mentalmente y quedamos sin respuesta», acuerdan los profesionales. Esto puede pasar tanto en forma individual como en un equipo de trabajo, por ejemplo, ante una situación de un jefe rígido o autoritario que en vez de estimular al equipo a que se arriesgue a tomar una decisión diferente, lo paraliza y desorganiza a través del miedo. Para manejar esta situación, aconsejan:
- Respirar: mandar el aire a la panza, expulsarlo, para bajar esas sensaciones físicas.
- Concientizar el miedo: por qué tengo miedo.
- Discriminar si esos miedos son míos o no, si realmente me afectan, si puedo enfrentarlos: la gente que nos rodea nos transmite los miedos y muchas veces no son nuestros.
Cuanto más crece esta emoción dentro de nosotros, más se achica nuestra autoestima. «El miedo hace más pequeño el yo y desde ahí se promueven dos actitudes: el ataque o la huida, como defensa al sentirnos totalmente amenazados».
El desafío, dicen los profesionales de la salud, es pasar del miedo como un ancla a que sea un motor para poder enfrentarlo. Así, recomiendan un ejercicio que dan en su taller vivencial «La postura del guerrero», para hacer en casa:
Mirarse en el espejo y ponerse en una actitud de guerrero, de valentía, voy a enfrentarme a algo. Imaginar que la situación o la persona que nos produce miedo está en el espejo. Le hablamos, le decimos todo lo que queremos, lo insultamos, le tiramos un almohadón. Vamos liberando las sensaciones de miedo, y de esta forma cuando la situación se produce en la realidad tenemos asumida una actitud física que el otro la ve (ya no estamos encogidos, duros, tensos sino como guerreros) y actúa en consecuencia.
De esta manera, el psiquiatra afirma que «si uno todas las mañana se puede enfrentar con el espejo y preguntarse ¿hoy con qué me voy a encontrar, cómo me muestro, qué es lo real y qué lo imaginario? es un cambio de actitud que te va a mostrar diferente al salir a la calle porque todos tenemos miedos, lo importante es poder adecuarlos, utilizarlos y reconocerlos para poder llevar una existencia mejor».
Tener miedo nos lleva a sentir inseguridad y así, como un dominó, se van cayendo nuestras fortalezas. Pero, si sabemos reconocerlo como una emoción más, tan útil como las otras, sin negarla, podremos evitar que somatice en nuestro cuerpo y aprender a convivir con ella porque, como expresa el Bernasconi Espósito, «el miedo no es ni bueno ni malo, es una emoción y como todas debe estar».