Por Diego Añaños
Durante las últimas semanas hemos sido testigos de una fuerte ofensiva destinada a instalar el debate por la Reforma Laboral. Aquello que comenzó formando parte del cuerpo de “sugerencias” al inicio de las negociaciones, fue tomando fuerza ante la perspectiva, compartida por la mayor parte de los analistas económicos, de que en 2020 se impondrá casi irreversiblemente la necesidad de renegociar una deuda que a esta altura se va tornando impagable.
Se especula con la posibilidad de pasar del actual esquema Stand By a un Crédito de Facilidades Extendidas, que permitiría extender varios años los plazos de repago. Sin embargo, y como lo han expresado públicamente los funcionarios del FMI, la condición básica para abrir las conversaciones es avanzar con un proceso de profundas reformas estructurales, que incluyen como mínimo las reformas laboral y previsional.
No caben dudas que, desde el mundo empresarial, la voz cantante la ha llevado siempre el presidente de FIAT, Cristiano Ratazzi. De hecho comenzó a instalar con insistencia el tema desde 2017. En declaraciones recientes sostuvo que los empresarios tienen miedo de contratar, por lo que es necesario que sea “mucho más libre y posible tomar gente o no tener más a esa gente”. Marcos Galperín, co-fundador y CEO de Mercadolibre, por su parte, eligió Twitter para sentar posiciones, y expresó: “Viendo la reforma laboral brasilera, Argentina puede: 1. Imitarla, 2. Salirse del Mercosur, 3. Resignarse a perder millones de empleos a Brasil”.
Martín Cabrales, empresario marplatense de la industria cafetera, fue un poco más allá y declaró: “Queremos que sea más fácil despedir y contratar gente”. Finalmente, Julio Crivelli, presidente de la Cámara de la Construcción, redobló la apuesta: “Necesitamos poder despedir sin causa en industrias y comercios”, y remató: “La productividad en la Argentina es muy baja porque no hay meritocracia”.
Hay algunas cuestiones que sería prudente poner en cuestión, no tanto con respecto a las exigencias, sino a los supuestos que se contrabandean para defenderlas. En primer lugar, la pretensión de que cualquier empleado es perfectamente sustituible por otro, y que en esa sustitución no se deteriora la productividad. Es decir, la afirmación de Crivelli, sólo en consistente bajo dos presupuestos: el primero sostiene que es posible cambiar un trabajador por otro del mismo modo en que se intercambia una pieza por su repuesto, sin que eso afecte el funcionamiento sistémico. La segunda, es que existen trabajadores más eficientes en número infinito esperando la posibilidad de un empleo, una suerte de ejército industrial de reserva, cuya calidad no sólo es pareja, sino que mejora a medida que se los va utilizando. Es evidente que ninguno de ambos presupuestos es cierto.
En definitiva, una reforma laboral tiene dos consecuencias inmediatas: por un lado la precarización de la mano de obra. Pero por el otro, importa el deterioro de la eficiencia, del sistema productivo, ya que se trata de una variable Sistémica, y como tal su comportamiento depende de la interacción del conjunto de los factores que intervienen, y no de acciones individuales . De hecho, a determinados niveles de desocupación, la flexibilización (que de eso estamos hablando) se instala de hecho, tanto por la vía de los salarios como por la vía de la inestabilidad laboral, sin embargo eso no hace que el desempeño del sistema mejor.
En relación con el argumento que es esgrime con respecto a la falta de competitividad de la economía argentina, podemos decir que, si recurrimos a la evidencia empírica veremos que, con éstas mismas leyes laborales, el desempleo fue más bajo, y la producción crecía. Es decir, las leyes laborales no sacan ni ponen empleados. Como solemos decir, si un mercado flexibilizado, salarios de subsistencia, y baja estatalidad fueran los componentes de la fórmula del éxito, Centroamérica o el África Subsahariana serían la Meca de las inversiones, y no lo son. De hecho vale un dato, desde fines de 2015 a mediados de 2019 el salario mínimo medido en dólares bajó a menos de la mitad (de U$S580 a U$S270), y eso no significó que la economía generara más puestos de trabajo, incluso cuando el deterioro de la situación económica abre la puerta para ciertas flexibilizaciones de hecho.
En realidad lo que hoy se busca es reforzar la recomposición de la tasa de ganancia, pero por la vía perversa. Primero mediante un proceso que se inicia con la transferencia de ingresos que se consigue retrasando las paritarias en relación con los precios. Luego,a partir de la expectativa de seguir esmerilando ingresos en un mercado de trabajo precarizado.
i los empresarios estuvieran genuinamente preocupados por los costos desproporcionados, más que por los salarios sus reclamos debieran orientarse hacia el costo más exorbitante de la economía, que es el del dinero. Sin embargo no se los escucha elevando sus voces en contra de la política de tasas obscenas del BCRA.