Opinión

365 días de dolor

Llora lejos el San Juan y con él muchos argentinos


Por Carlos Duclos

Como un pez gigante, vida de acero y desafío, calmo, se desplaza en el silencio del abismo oceánico el submarino ARA San Juan. La proa corta las frías aguas del Atlántico y adentro, con las tareas de rutina y las literas siempre calientes, porque mientras unos trabajan otros descansan en un relevo sin fin, la tripulación goza de una bella y tal vez callada alegría: se vuelve a casa. Retornan a los hijos, a los padres, a los hermanos, a las novias, es decir a los amores. Han dejado atrás ese puerto lejano y hermoso del fin del mundo, Ushuaia, y navegan hacia el apostadero final, hacia el deseado reencuentro.

De pronto, en el medio de ese silencio inmenso, tan inmenso como el mar, un estruendo, un espasmo mortal,  parten en mil pedazos la ilusión. Al temple, al valor, al heroísmo, a esa formación submarinista preparada para todo, le sigue no obstante la tristeza tan profunda como el abismo en el que andan estos héroes (tristeza sutil y nada más, porque sería pecado hablar de desesperación en estos templados corazones). Es un instante, un momento tal vez; mas sin embargo, en un momento, cuando se percibe el final entre todos los finales, la vida entera pasa por los ojos del alma. El submarino se hunde, como se hunden los sueños de los 44 recordando a sus amados. Después, todo es nada.

Lejos, en tierra firme, hay incertidumbre, luego tristeza y después mucho dolor, pero esperanza. Pasan los días, los meses y hoy, a un año de aquel triste instante ¡dramático para la Patria por lo que significa! y de tanto silencio cómplice y palabras vanas; después de la búsqueda acometida por las fuerzas poderosas del mundo que ¡¿nada han encontrado?!, en tierra firme también hay hundimientos: se hundieron familias con sueños, proyectos, amores y destinos dichosos. Y estos derrumbes no solo ocurren en el corazón de los familiares de los tripulantes de la nave de la Patria, sino en el de millones de argentinos que han visto como con el submarino también en tierra firme sucumbió la verdad, el patriotismo, el honor, la justicia. Y mucho más.

Una nave de guerra se ha perdido, 44 compatriotas, han muerto, muchas palabras oficiales y ninguna responsabilidad política; mucho silencio de otros y ninguna compasión, mucho eufemismo y ninguna verdad.  La vergüenza y el honor de la Patria hechos explotar por la degradación moral, la hipocresía y la indiferencia a veces disimulada. Mas sin embargo, permanece a flote, y resguardado por los buenos, el recuerdo, el amor,  el compromiso de exigir que se siga buscando a los hermanos del San Juan y también a la verdad. Esa verdad que yace junto con ellos en algún lugar del mar.

Hoy… hoy llora el San Juan allá tan lejos, y con ellos muchos argentinos aquí en esta tierra firme, pero tan herida.

¡No los olvidamos!