Por Diego Añaños
En las últimas semanas, la política electoral parece haberse adueñado de la agenda pública. Invariablemente, las noticias refieren a las definiciones de las elecciones provinciales, al armado de listas nacionales, y a las encuestas que pre-anuncian los resultados de las elecciones nacionales. Todo se lee en registro electoral, y el gobierno nacional expectante, a está a la caza de un cambio del humor social. Claudio Jacquelin, dice en un artículo publicado el martes en La Nación, que Macri se ilusiona con el fin de las malas noticias. Aparentemente la taba se habría dado vuelta, y se vienen las buenas nuevas en lo político y en lo económico. La imagen del Presidente se estaría recuperando, luego del tembladeral de los meses pasados, mientras que el impacto de las paritarias, la remake del Ahora 12 y los créditos de la ANSES, inyectarían nuevos bríos a un consumo alicaído. Paralelamente, tanto la estabilidad cambiaria como el enlentecimiento del ritmo de crecimiento del índice general de precios, estarían creando las condiciones propicias para que el FMI habilite el último desembolso del año sin que mediaran inconvenientes.
También llegan buenas noticias desde los mercados internacionales de granos. Las lluvias torrenciales que vienen azotando desde hace un mes a buena parte de las áreas agrícolas de los EE.UU. está produciendo un aumento del precio de los cereales y oleaginosas. La soja y el maíz muestran una robusta recuperación, ya que no sólo se viene resintiendo el volumen, sino que también la calidad se ve muy afectada por la cantidad de agua caída.
Sin embargo, no todas son buenas para el gobierno. Si bien es cierto que la inflación muestra signos de desaceleración (al menos en las últimas tres mediciones), no es menos cierto que sigue altísima. No vamos a abundar en el comentario, pero basta recordar que casi todas las estimaciones proyectan una inflación cercana al 40% en 2019, cuando el objetivo del gobierno era de un 5%. Por otro lado, y a pesar de la baja sufrida a lo largo de la última semana, todavía está muy por encima de los márgenes mínimos que la comunidad financiera internacional considera como aceptables. Los compromisos de desuda para 2020, le agregan un componente extra de incertidumbre al análisis. Existe unanimidad entre los analistas acerca de la virtual imposibilidad de transitar el año que viene sin pasar por un proceso de renegociación del acuerdo con el FMI, dado que es virtualmente imposible que Argentina pueda hacer frente a sus compromisos financieros en éste escenario.
Pero sin dudas, la noticia de la semana provino del Mercado de Trabajo, luego de que el INDEC diera a conocer los resultados de la última Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Por primera vez en más de 13 años, la desocupación abierta superó los dos dígitos, para ubicarse en un 10,1%. Más de la mitad (54,2%) son jóvenes menores de 29 años. Los subocupados pasaron del 9,8% al 11,8%, mientras que los trabajadores no registrados pasaron del 33,9% al 35%. Claro, sería muy extraño un panorama distinto en un contexto de fuerte caída de la actividad económica. Un estudio privado de la Consultora Radar, cuyos resultados publicó el diario Ámbito Financiero, concluye que el año 2019 finalizará con un desempleo del 12%, el más alto desde el año 2005. De acuerdo al mismo, los desempleados pasarían de 1.900.000 de fines del 2018 a 2.600.000 para fines del 2019. En base a la información obtenida, se asevera que no hay indicios de que el proceso de destrucción neta de puestos de trabajo esté desacelerándose, más allá del rebote en V que pronosticaba el gobierno hace un par de meses.
Parecería que el gobierno, ante la avidez por las buenas noticias, se aferra al intento de interpretar cualquier señal como el inicio de la recuperación. Lejos de las pruebas, o de las evidencias, se esfuerza por hallar signos que marquen una reversión del ciclo negativo. Diego Giacomini dice algo interesante en un artículo de El Cronista Comercial: tenemos un gobierno proclive a analizar la economía a partir del último dato, sin tener en cuenta ni la teoría ni los movimientos de mediano y largo plazo. Como Fernando de Madariaga, que era un “enamorado del amor” (los que tengan menos de 45 años no van a entender la referencia), el gobierno de Cambiemos es un “optimista del optimismo”, y como ya dijimos en otras oportunidades, no necesita de evidencias, sino de señales para creer.