Una cuestión que a menudo se pasa por alto es el impacto en las enfermedades que ya en la "vieja normalidad" llamábamos desatendidas
Por Silvia Gold
La pandemia de Covid-19 ha transformado el mundo de un modo tan profundo que todo tendrá que ser repensado. Ha impactado en la economía, en la sociedad, en la psicología, en la educación. Y obviamente en la salud.
En primer lugar, por supuesto, por su efecto directo y específico: cerca de 20 millones de infectados y más de 700 mil muertos. Pero además, secundariamente, la pandemia ha impactado en todos los programas de salud. La combinación del colapso de los sistemas sanitarios, el confinamiento y el temor de muchas personas a acudir a los centros de salud hizo que dejaran de atenderse enfermedades severas como infartos, accidentes cerebrovasculares o tratamientos oncológicos, pero también que se descuidaran los controles preventivos regulares.
En este contexto de crisis sanitaria general, una cuestión que a menudo se pasa por alto es el impacto en las enfermedades que ya en la «vieja normalidad» llamábamos desatendidas, aquellas que se ven postergadas en las prioridades de la salud pública porque los afectados, pertenecientes a grupos sociales vulnerables, carecen de influencia política: la más conocida en Argentina es la enfermedad de Chagas.
El efecto sobre estas enfermedades es múltiple. En primer lugar, se reducirá el presupuesto disponible para atenderlas: el coronavirus absorbe buena parte de los recursos, que además pueden disminuir como resultado de la crisis económica. Pero además es probable que, dado el estado de conmoción generado por la pandemia, el espacio de atención en la agenda pública se reduzca todavía más. El panorama es dramático.
Sin embargo, las grandes crisis generan también grandes esperanzas. La necesidad es muchas veces el motor del crecimiento. Para construir la «nueva normalidad», la comunidad de salud global y sus socios deberán promover nuevas estrategias que den cuenta de la situación creada por el Covid-19. Y en este marco la hoja de ruta trazada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para el período 2020-2030 define una línea de trabajo que desde mi perspectiva resulta apropiada: dejar de lado los enfoques verticales específicos de una enfermedad para desplegar estrategias horizontales, lo que en definitiva implica fortalecer el sistema de atención primaria.
En los últimos años, en efecto, tanto en Argentina como en otros países las enfermedades olvidadas se encararon a partir de programas específicos, como el Programa Nacional de Chagas. Este enfoque tiene ventajas en cuanto al conocimiento técnico y el desarrollo de procesos médicos y científicos, pero resulta ineficiente desde el punto de vista del aprovechamiento de los recursos humanos, logísticos y económicos. En un momento de crisis como el actual es necesario dejar de lado las estrategias fragmentadas y avanzar en una mayor integración de programas y en un refuerzo del primer nivel de atención, junto a la mejora de las condiciones de agua, saneamiento e higiene. Por supuesto, también de vivienda y educación.
De otro modo, corremos el riesgo de que se agrave aún más el impacto de estas enfermedades, que son las enfermedades de la pobreza y que a la vez generan más pobreza, impidiendo no solo el bienestar de muchas personas sino el progreso y el desarrollo de toda la sociedad. En un momento en el que todo se está repensando, creemos que es posible renovar las estrategias, buscando eficiencia y midiendo el impacto real de las políticas, y confiamos en que ésta será la dirección en la que vamos a avanzar.
(*) bioquímica, presidenta de la Fundación Mundo Sano y fundadora del Grupo Insud.