Opinión

La vuelta de Macri y su deuda impagable


Por Diego Añaños

Mauricio Macri ha vuelto a la disputa política con su libro “Primer tiempo”. La interna de Juntos por el Cambio está al rojo vivo, y nadie ahorra con los mandobles. La filtración casual de la reunión virtual, que muestra a un Macri demacrado y dormido, es una señal de guerra. Más allá de eso, parece que Mauricio no ha cambiado nada. Al igual que durante los cuatro años de gobierno, siguen sin entrarle las balas. En declaraciones recientes a la prensa, el ex mandatario aseguró que el capítulo que más le costó escribir fue “Economía, ascenso y caída”, en el que se detallan los errores cometidos, y se plantea qué medidas debería haber tomado. No soy un especialista de la salud mental, pero supongo que poner el foco en la dificultad de la escritura en vez de focalizarse en lo desastroso de los resultados, da al menos para un seminario. Es decir, más allá de las opiniones personales y las discusiones filosóficas, el peso de la evidencia empírica es apabullante: no hubo una sola variable macroeconómica relevante que mostrara una mejora si comparamos el inicio con el fin de su gestión. Ya hemos discutido en otras columnas si se debió a la incapacidad o formó parte de un plan deliberado. Lo cierto es que, desde una perspectiva macroeconómica, su paso por la presidencia fue uno de los fracasos más destacados de la historia nacional. Sin embargo, finaliza el capítulo diciendo: “Creo que no debo ser tan severo conmigo mismo y con mi equipo de gobierno, y debo recordar que el desafío que teníamos era mayúsculo y no estuvimos lejos de cruzar el río”. Sigo sin entender que quiso decir, tal vez hubiera sido más apropiado: “y no estuvimos NI cerca de cruzar el río”

En realidad, y nobleza obliga no todas las variables registraron caídas durante el gobierno de Cambiermo: el desempleo y la pobreza mostraron crecimientos robustos y consistentes. Ahora bien, si hubo algo que aumentó ostensiblemente durante la gestión de Mauricio Macri fue el endeudamiento externo, que históricamente ha sido un mecanismo que garantiza que una porción relevante de la elite argentina pueda vivir panza arriba por un par de generaciones más. Y debemos reforzar el énfasis sobre ésta cuestión: el ejercicio de la memoria también debe alcanzar al horror económico.

El miércoles, y precisamente durante un acto por el Día de la Memoria, la vicepresidenta, Cristina Fernández afirmó: “no podemos pagar la deuda, porque no tenemos plata para pagar”. Así de sencillo, sin eufemismos, sin complejidades. La ex mandataria recordó que, aquellos que reniegan de la centralidad del papel del Estado en la economía, son los mismos que se beneficiaron con la estatización de la deuda llevada adelante durante la Dictadura Militar, en clara referencia a Mauricio Macri y sus socios políticos. Reclamó “un gestito” del FMI a favor de la Argentina en el proceso de reestructuración en curso. Además remarcó la importancia de la influencia de los EEUU en la decisión de otorgarle a Macri el mayor préstamo de la historia del organismo. Paradojas de ayer y de hoy, la deuda externa sigue siendo el principal instrumento de sometimiento de las economías emergentes.

Lo que dice Cristina no es nuevo, ya lo había dicho Fidel en 1985. Por aquel entonces, el presidente cubano encabezó una campaña internacional para la constitución de un frente de países endeudados que enfrentaban deudas insostenibles. La crisis de la deuda de comienzos de la década del 80’ había sumido a los países emergentes en una situación desesperantes y la deuda externa se había transformado en el mecanismo de extorsión global por excelencia. En un famoso pasaje del discurso final del encuentro sobre la Deuda Externa de Latinoamérica y el Caribe celebrado en La Habana el 3 de agosto de 1985 dijo Fidel: “Me culpan a mí de decir que la deuda es impagable. Bien, la culpa hay que echársela a Pitágoras, a Euclides, a Arquímedes, a Pascal, a Lobachevsky, al matemático que ustedes prefieran, de la antigüedad, moderno o contemporáneo. Son las matemáticas, las teorías de los matemáticos las que dicen que la deuda es impagable”.

Hoy el mundo occidental emite algunas señales esperanzadoras. Tal vez no sea más que una muestra de nuestra necesidad de que las cosas cambien, no lo descarto. El FMI, Banco Mundial y Club de París están revisando las reglas que enmarcan las reestructuraciones de deuda soberana. Como hemos dicho en alguna columna anterior, la crisis de la pandemia no ha hecho más que profundizar las tendencias que se venían registrando en la economía global. El sobreendeudamiento es un fenómeno de características planetarias, especialmente en momentos como los que estamos atravesando, y desde los organismos multilaterales de crédito crece la certeza de que el ajuste es la garantía del fracaso. En línea con los planteos del ministro Guzmán la estrategia apunta más a generar alivio a los países para poder crecer, antes que someterlos a programas que involucren exigencias incumplibles. Así sea.