Los negociadores han dedicado toda la madrugada de este jueves a revisar los detalles de las 2.000 páginas que tiene el texto. El primer ministro británico, Boris Johnson, pidió a sus ministros que lo ayuden “a vender el acuerdo”
Bruselas y Londres han esquivado el precipicio cuando ya casi tenían los dos pies fuera. A siete días de que finalizara el periodo de transición acordado a principios de año, y de que el Brexit pasara de ser una decisión política a una realidad jurídica con todas sus consecuencias, los equipos negociadores liderados por Michel Barnier (UE) y David Frost (Reino Unido) han logrado cerrar este jueves el acuerdo comercial que regulará en los próximos años las relaciones entre la isla y el continente. El futuro acceso y cuotas de los pescadores de la Unión Europea a las aguas británicas ha sido hasta el final el escollo más complicado.
El texto deberá entrar en vigor de manera provisional el 1 de enero, porque ya está claro que el Parlamento Europeo no podrá ratificarlo antes de que concluya 2020.
Boris Johnson puede intentar convocar a la Cámara de los Comunes el 30 de diciembre, pero antes deberá asegurarse de que tiene de su lado a los diputados euroescépticos que anhelaban una ruptura limpia y sin condiciones con la Unión Europea. “El acuerdo consigue algo que la gente de este país sabía que se podía hacer, pero les dijeron que era imposible: hemos recuperado el control de nuestras leyes y de nuestro destino, de un modo completo y sin restricciones”, ha dicho Boris Johnson al comparecer en Downing Street para anunciar la noticia.
El primer ministro llamó en la noche del miércoles a sus ministros para pedirles que le ayuden a “vender un acuerdo” que “respeta la soberanía tanto del Reino Unido como de la UE”. La debacle vivida en las últimas horas, con miles de camioneros atrapados en el puerto británico de Dover después de que Francia cerrara el paso durante 48 horas para evitar la propagación de la nueva cepa del coronavirus, ha sido un aviso de lo que hubiera supuesto un Brexit duro y un acicate para cerrar finalmente el proceso negociador.
“El acuerdo supone mayor estabilidad y certidumbre en la que a veces ha sido una relación difícil”, decía un Johnson aliviado. Con un mensaje conciliador para la UE después de años de mucha tensión: “Seguiremos siendo vuestro amigo y aliado, vuestro mayor respaldo y vuestro principal mercado”, aseguraba.
El acuerdo mantiene prácticamente intacta la relación comercial entre las dos orillas del canal de la Mancha, un enorme flujo que mueve mercancías por valor de más de 500.000 millones de euros al año. Si el texto es aceptado por los 27 Gobiernos de la UE, el tratado podría entrar en vigor de manera provisional el próximo 1 de enero, marcando el inicio de una nueva era en las relaciones del continente con el Reino Unido después de 47 años de difícil convivencia en el seno de la Unión.
Tras la salida del club el pasado 31 de enero, el antiguo socio abandona ahora definitivamente el mercado interior y la unión aduanera. Se mantendrá una apertura total y recíproca de los mercados. Las empresas británicas tendrán acceso ilimitado y permanente a un mercado de 450 millones de personas. Y las empresas europeas podrán seguir comerciando con el Reino Unido en las mismas condiciones que en la actualidad, lo que les mantiene abierto un mercado al que destinan el 18% de sus exportaciones extracomunitarias.
El final de la transición complicará los contactos comerciales, al introducirse obligaciones aduaneras y fiscales. Pero el acuerdo alcanzado este jueves evita la aplicación de aranceles y cuotas de importación, lo que facilitará los intercambios comerciales y, sobre todo, permitirá mantener la integración de las cadenas de producción que en sectores como el automovilístico o el aeronáutico cruzan de un lado a otro del canal de la Mancha.
Ambas partes esperan turbulencias en los meses venideros, y por eso han negociado mecanismos de vigilancia mutua y de posibles represalias si se incumple el acuerdo. La posible competencia desleal del Reino Unido preocupaba a la UE. Johnson ganó las elecciones con la promesa de inundar de infraestructuras e inversiones tecnológicas el empobrecido norte de Inglaterra. Bruselas temía que Londres se lanzara a subsidiar públicamente empresas nacionales, rebajara impuestos o rebajara su normativa laboral, medioambiental o en materia de derechos de los consumidores para dar ventaja competitiva a sus propias empresas.
El último escollo de la negociación, sin embargo, ha girado en torno a un sector tan tradicional como la pesca. Tras el Brexit, Londres pretendía impedir la entrada de la flota pesquera continental en las aguas de influencia británica (hasta 200 millas), unos caladeros donde los pescadores europeos han faenado desde hace cientos de años. Ha sido un regateo de cifras, porcentajes y especies. Y de años de transición suficientes para que la industria pesquera europea pueda adaptarse a los futuros recortes.
El Gobierno francés presionó en defensa de sus pescadores. Johnson debía salvar la cara frente a la industria escocesa, la más potente del Reino Unido en este sector, en un momento en el que las aspiraciones independentistas han cobrado nuevo vuelo. “No hay acuerdo que pueda reemplazar lo que el Brexit nos arrebató. Ha llegado el momento de marcar el rumbo de nuestro futuro como un país independiente y una nación europea”, escribía la ministra principal de Escocia en Twitter minutos después de conocer la noticia del acuerdo.
El trámite de los próximos días parece más sencillo en el lado de la UE, aunque no se pueden descartar las sorpresas. El tratado deberá ser revisado por el comité de representantes permanentes de los 27 socios en Bruselas, con rango de embajadores. La luz verde diplomática debería ser confirmada por los 27 Gobiernos en las capitales. Y el Parlamento Europeo podría convocar una reunión de los presidentes de los grupos parlamentarios para dar su primera opinión sobre el texto.
Se da por descartada una ratificación de la Cámara antes de fin de año, por lo que Bruselas ha buscado alternativas legales que no dejen ningún hueco, para evitar un posible caos fronterizo o aduanero. La fórmula con más posibilidades será la aplicación provisional del tratado, que pueden decidir los 27 socios. O por lo menos, de los capítulos del texto que permitan preservar un tráfico comercial fluido a partir del 1 de enero.
El European Research Group (Grupo de Investigaciones Europeas), que concentra a decenas de diputados conservadores euroescépticos, ya ha anunciado que su comité directivo y sus expertos están listos para comenzar a revisar los detalles del texto acordado en cuanto llegue a sus manos. Fue este grupo de presión el que maniobró para frenar el acuerdo que la anterior primera ministra, Theresa May, cerró con Bruselas. Y acabaron provocando su dimisión y la llegada al poder de Boris Johnson.
El primer ministro debe ahora embarcarse en la tarea de convencerles de que el nuevo acuerdo es una victoria para el Reino Unido y la posibilidad de concluir finalmente, cuatro años después del referéndum, el largo viaje del Brexit. Inmersos en una crisis sanitaria y económica descomunal, no parece haber apetito para nuevas refriegas dentro del partido. Y la oposición laborista, encabezada por su nuevo líder, Keir Starmer, quiere dejar también atrás el debate europeo, que fraccionó sus filas tanto como las de los conservadores.
Aunque se produzcan algunas previsibles abstenciones o votos en contra, Starmer confía en que su grupo parlamentario respalde el texto. Algunas fuentes parlamentarias indican que el Gobierno podría convocar el 30 de diciembre a los diputados para una sesión extraordinaria de la Cámara de los Comunes que ratificaría, a punto casi de expirar el plazo del periodo de transición, el nuevo acuerdo. Y Johnson lograría cerrar un año que ha sido nefasto para él con una victoria que la prensa tabloide conservadora celebraba ya a bombo y platillo en sus primeras ediciones de este jueves.