Opinión

Por Carlos Duclos

La felicidad y la buena vida en el dominio del «sistema»


Por Carlos Duclos

Muchos seres humanos de estos días, días de la posmodernidad, han perdido el rumbo. Mejor dicho, se lo hicieron perder.  Es decir, y para ser claros y contundentes, creen que sus vidas tienen un sentido determinante y trascendente, pero están equivocados. Confunden placer eventual con felicidad y advierten el error en circunstancias puntuales, cuando la vida los pone en situaciones delicadas, difíciles, finales.

Si cada uno de nosotros nos tomáramos el trabajo de anotar en un cuaderno durante siete días la cantidad de minutos que arrojamos por la borda de la vida en pensamientos, palabras y acciones que no sirven para nada, excepto para arruinarle la vida al prójimo y a nosotros mismos, nos sorprendería saber que multiplicado ese tiempo inútil, perjudicial, por una edad promedio de 70 años, aproximadamente, comprenderíamos que al menos 15 o 20 años (a veces más) se fueron en absurdos, en cuestiones que incluso nos han provocado solo problemas, angustias, zozobra… y enfermedades.

Enojos, preocupaciones sin sentido, objetivos absurdos, envidia, mezquindad, ansiedad por las riquezas desmedidas, obsesión por el poder y el éxito, y otras cuestiones como la aparatología (celulares), son la verdadera prisión en la que está la persona de hoy. No hay vueltas: somos los modernos esclavos.

El gran amo hoy, déspota, cruel, insensible y sin escrúpulos, es esa estructura invisible, operada por poderosos, que algunos llaman “sistema”, otros “mercado”, “poder mundial”, “la bestia”, y tantos nombres que se le dan a este monstruo que domina, moldea mentes, arrea a la masa mundial (y especialmente a la de las colonias, como Argentina) hacia el juego que le conviene.

La persona cree, por ejemplo, que puede ser feliz con las fútiles bagatelas materiales que ofrece el mercado, pero vive vacía, padece el síndrome de la soledad en compañía, y muchas veces, aunque parezca una locura, es aplastada, sometida a la pobreza, al exterminio, al hambre. Sometida a la muerte literal. Parece paradójico, pero no lo es.

En este programa mundial y bestial de muerte y exterminio, están comprometidos muchos líderes liberales de derecha y progresistas de izquierda, quienes históricamente se han encontrado en un punto y de hecho se han repartido el mundo, como sucede ahora mismo.

En este programa mundial que fumiga con glifosato, dispone el control de la natalidad, fomenta la pobreza y el hambre mientras cínica, pero premeditadamente, dice por las pantallas de TV que la felicidad es una zapatilla que cuesta 5.000 pesos, están involucrados actores que en escena se enfrentan, pero que responden a un solo director de la obra, a un único productor. Actores que cuando se baja el telón se toman de las manos y se van al camarín abrazados, mientras el gran público se toma en serio la representación, se retira de la sala tomando partido por uno u otro artista e insultándose. Pero eso sí, dejando en las boleterías parte de su vida.

Es cierto que el sistema es dominante en este fenomenal teatro y que luchar contra él es una empresa difícil (no imposible), pero el espectador aún tiene la posibilidad de elegir qué actitud tomar y cómo aprovechar mejor esta existencia que, como dijo Shakespeare, pasa como una sombra. Tiene aún, si se lo propone, la capacidad de discernir, de reflexionar sobre qué en realidad tiene valor, qué es prioritario  en su vida y cuánto debe creerle a este demonio que siempre quiere imponer su voluntad.