Por Carlos Duclos
«Duhalde está mal, lo tiene que cuidar la familia», dijo el joven jefe de Gabinete Santiago Cafiero luego de que el ex presidente volviera a sus andanzas declarativas cuando dijo que «Alberto Fernández está grogui como lo estaba de la Rúa». Lo cierto es que la aseveración de Duhalde es fuerte, muy fuerte viniendo de un ex presidente. Y sí, lo de Eduardo hasta parecería lo expresado por un político que se va marchitando sin capacidad de discernimiento de la realidad; sino fuera, claro, que lo mismo que dijo Duhalde lo dijo otro peronista y nada menos que un ex funcionario de Cristina, Guillermo Moreno, quien siempre sin pelambre en la lengua volvió a arremeter contra el presidente: «Sino cambia va directo al fracaso».
Si el hilo se cortara ahí, hasta podría considerarse que se está en presencia de dos locos peronistas gritando en el desierto, el problema es que también está Berni lanzando dardos contra funcionarios del gabinete nacional y otros peronistas, como Julio Bárbaro, que ayer nomás salió a decir que adhería al banderazo ¿O estos no son peronistas? ¿O son peronistas, pero no son kircheristas? ¿O son peronistas de esos que gritaban en vida de Perón: “Ni yankis, ni marxistas, la patria peronista? ¡Qué lío!
Luego de su misil expresivo, Moreno ayer fue tratado en las redes por algunos militantes (que no se sabe bien si son peronistas o qué cosa) de un hombre de derecha, de traidor, etcétera. A Moreno se le puede criticar todo, menos su peronismo. Salvo, claro, que quienes lo critiquen sean advenedizos en el peronismo, vestidos de Perón, pero pensando como Marx o como Adam Smith. De estas rémoras hay bastante en la política argentina. Lo mismo le pasó en buena medida al radicalismo que le dio al país dos presidentes que pertenecían al mismo partido, pero pensaban política y económicamente distinto: Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. El peronismo también tuvo y tiene esa misma historia y también le dio a la Nación tres presidentes en las antípodas: Carlos Menem y Néstor y Cristina Kirchner.
En el peronismo, dígase de paso, la conjunción de ideas distintas pudo funcionar bien en vida del fundador y líder del Movimiento, un líder fuerte, carismático, muy inteligente, muy culto, quien en definitiva tenía la última palabra y bajaba línea en una estructura verticalista. Y cuando alguien se atrevía a poner en tela de juicio u oponerse a su palabra, sencillamente los excomulgaba como lo hizo con Montoneros y la JP Revolucionaria el 1 de Mayo del año 1974 en la Plaza de Mayo, cuando trató a los muchachos de la “tendencia” de estúpidos, imberbes, mientras sus seguidores, «peronistas de Perón» y no de otras ideologías foráneas al pensamiento nacional, gritaban enardecidos: «Ni yankis ni marxistas, ¡peronistas!».
El asunto es que Perón no está, y los modelos híbridos políticos, en ausencia de líderes que sepan balancear la cosa, nunca funcionan bien. Sobre todo en ejercicio del gobierno y cuando la cabeza de éste se equivoca a menudo, comunica mal, da un paso adelante y dos atrás y dice cosas que no debería decir. Y muy sobre todo, cuando el (o la) segundo al mando es más inteligente que él y tiene más fuerza y poder. Cualquier parecido con la actual realidad argentina podría no ser una casualidad.
Lo de Duhalde, lo de Moreno, y lo de otros militantes peronistas y no peronistas que critican al “Poder Ejecutivo Nacional”, está acompañado por personas independientes y por una masa más o menos importante que ve que esta estructura oficialista y opositora (llámese a esto último macrismo) necesita un recambio serio. Masa que no cree en lo que dijo el presidente hace unas horas atrás: «Estoy haciendo lo que prometí durante la campaña».
Por supuesto, hay algo importante: la pandemia le jugó a Alberto Fernández una mala pasada. Pero precisamente por eso, y como presidente, debería haber convocado a un gran acuerdo nacional. Lejos de eso prefiere la confrontación, la histórica removida del pasado y pase de facturas como medio de justificar el presente. Un clásico argentino. De mirar el futuro y llamar a todos a transitar juntos el camino hacia el futuro, de eso nada.
Y es por eso que en todas partes, no solo en Capital Federal, empieza a crecer la figura de un Rodríguez Larreta que (sin entrar a considerar su pensamiento) está entendiendo de lo que se trata: mucha gente independiente está harta de pelea y desgracia. Es la clase media, esa que no por ser empobrecida durante tiempo va a dejar de pensar y sentir que es clase media y que en el 2021 votará en consecuencia. Mucha de esa clase media apostó a Alberto Fernández, pero empieza a ver en él algo parecido a lo que ven Duhalde, Moreno, entre otros. En medio de un clima enrarecido, de un presidente cuestionado por algunos, hay quienes ven operaciones políticas, aunque no sepan bien qué fantasma las agita. La hora reclama cuidar la institucionalidad por sobre todas las cosas y que algunos entiendan que además de la Argentina del termo hay otra.