La joven de 32 años desde 2017 ya participó en más de una decena de misiones de Médicos Sin Fronteras en crisis humanitarias
Por Julio Mosle – Télam
Una bolsa de ingredientes para preparar chipá, libros, elementos para hacer ejercicio y la fuerza de voluntad para cuidar a sus compañeros y comprender que no podrán atender a todas las personas que los necesiten, son las cosas que acompañan siempre a Marcela «Kuki» Mendonca, una enfermera argentina de 32 años que desde 2017 participó en más de una decena de misiones de Médicos Sin Fronteras (MSF) en crisis humanitarias y conflictos armados en África, Asia y América Latina.
«Kuki» vive en la localidad bonaerense de Béccar junto a su familia, compuesta por sus padres, siete hermanos y nueve sobrinos. Se recibió de licenciada en Enfermería en 2013 y antes de sumarse a MSF integró el equipo de emergencias pediátricas del Hospital Austral.
Ahora lidera un equipo que trabaja en la batalla contra el coronavirus en Caracas, desde donde dialogó con Télam.
—¿Cómo surgió tu vocación por la enfermería? ¿Cuándo te diste cuenta que querías trabajar en zonas vulnerables?
—Siempre sentí un llamado a trabajar fuera del ámbito hospitalario, en contextos comunitarios, en el día a día de las personas, con una mirada de la enfermería más enfocada en la atención primaria de la salud y la prevención que en la atención hospitalaria. De chica ya había escuchado sobre el trabajo de MSF a través de una amiga de mi hermana y era algo que me apasionaba, así que de a poco me fui animando hasta que alcancé todos los requisitos y me anoté.
—¿Cómo tomó tu familia la decisión de sumarte a equipos de atención sanitaria para situaciones de emergencia o conflicto?
—Mi familia ya estaba acostumbrada a que yo estuviese trabajando en barrios carenciados de Buenos Aires o a que viajase a colaborar en misiones sanitarias en el norte de Argentina. Ya sabían que yo no iba a quedarme mucho tiempo adentro de un hospital.
—¿Cuáles fueron los requisitos para sumarte a MSF?
—Hay que ser licenciado o licenciada en enfermería, tener al menos dos años de experiencia en emergencias, pediatría o trabajo comunitario y hablar inglés y francés, porque en la mayoría de las misiones nos desplegamos en territorios donde uno de esos dos idiomas es el oficial o la segunda lengua.
—¿Dónde estuviste prestando ayuda y cómo es tu vida cuándo estás desplegada?
—Desde que me sumé a MSF en 2017 estuve en diez destinos diferentes, varios de ellos en África cómo Congo, Sierra Leona, Camerún, Mozambique o Etiopía; también estuve en Bangladesh y por la pandemia de Covid-19 estuve primero en Perú y desde septiembre soy referente del equipo en Caracas. En cada lugar al que vamos sabemos que contamos con una vivienda y algunos servicios indispensables, pero no vivimos como en un hotel o de vacaciones, tratamos de convivir con la comunidad que nos recibe para entender a esas personas y hacer nuestro trabajo lo mejor posible.
—¿Cuáles son las enfermedades y afecciones con las que más se encuentran?
—En África las enfermedades dependen de la zona; si es una región tropical, desértica o montañosa podemos encontrar casos de meningitis, cólera o sarampión, pero si estamos ante un conflicto armado que lleva algunos meses activo empezamos a registrar malnutrición. Nosotros vamos con nuestra misión por un tiempo limitado y con los recursos de los que disponemos en ese momento. Sabemos que la mejora que podamos hacer va a durar lo que dure nuestra presencia en el lugar y eso hace que muchas personas después de una primera misión ya no puedan volver. Muchas veces lo que podemos hacer es salvar una vida que se hubiese perdido si no estábamos ahí, o ayudar a que una muerte sea más agradable.
—¿Cómo se cuidan en las zonas de conflicto en las que prestan asistencia?
—Somos conscientes de que estamos en peligro constante y por eso hay muchos protocolos y recaudos para cuidarnos entre nosotros y no arriesgarnos de más; no hacemos nada ni entramos a un lugar sin antes hablar con la gente para pedir permiso y garantizar la seguridad. Además la trayectoria de MSF hace que las distintas partes en conflicto entiendan que nuestra finalidad allí no es política y que es importante para las comunidades por lo que en general no tenemos problemas.
—¿Cómo es trabajar en comunidades en América Latina?
—Se siente como en casa por el idioma, las culturas y porque nos podemos identificar de manera más profunda con las personas. En muchos casos son problemáticas que ya conocemos, y trabajamos en lugares donde podemos encontrar más recursos o herramientas que los que podemos disponer en algunas regiones de África. Desde mediados de septiembre soy responsable de la misión Covid-19 en Caracas y como los despliegues son de tres meses en el terreno con tres semanas de descanso voy a estar para las fiestas en Argentina.
—¿Cómo conviven con los miedos, la nostalgia o la tensión? ¿Qué hacés para distraerte?
—Siempre está el miedo de que el esfuerzo no alcance o que nos pase algo, pero una de las cosas más importantes es saber decir no, porque no vamos a poder asistir a todos todo el tiempo. Trato de cuidar mucho al equipo de la sobreexigencia, porque en un despliegue de tres meses la salud mental es fundamental. Todos traemos cosas que nos hagan bien y nos permitan poner la cabeza en otro lado cuando haga falta. Yo siempre cargo una bolsa de ingredientes para preparar chipá en algún momento del despliegue, libros y elementos para hacer ejercicio.
—¿De qué manera condiciona tu trabajo ser mujer a la hora de la planificación familiar o cuándo tenés que trabajar en comunidades con una organización patriarcal muy arraigada?
—La cuestión familiar depende de la manera en la que cada uno planifique su vida. Es verdad que para las mujeres se hace más compleja la maternidad, pero se logra la adaptación y muchas se organizan para hacerlo antes o después de alguna misión; también es cierto que la diferencia entre hombres y mujeres en ese sentido es cada vez menor. Muchas veces nos toca cumplir misiones en territorios donde muchos derechos son violados y tenemos que elegir qué batallas dar, pero nunca permitimos situaciones de violencia en donde estamos nosotros y también sabemos que hay lugares en los que ver mujeres a cargo de equipos en los que hay hombres les puede resultar incómodo. Pero ese es nuestro rol, que esas comunidades puedan ver a mujeres en roles de autoridad.
—¿Cómo imaginás tu futuro?
—MSF te permite crecer y aprender mucho. Yo a los 32 años estoy llevando un proyecto, algo que con una carrera en Argentina haría a los 50 o 60. Ahora estoy terminando un contrato de dos años de tres meses de despliegue por tres semanas de descanso y cuando llegue a la Argentina veré cómo sigo. Por ahora pienso en disfrutar el descanso cuando llegue. Siempre pensé que la enfermería era la defensora del paciente, la que vela para que tenga el tratamiento que necesita, y cuando vine a estos contextos humanitarios me di cuenta que es muy importante para hacer trabajar en equipo a todo el servicio de Salud.