El diario español El País publicó una editorial este martes referida a la relación de los humanos con los animales. El texto invita a reflexionar sobre el trato que le damos a nuestras mascotas, seres vivos que sienten emociones y pueden sufrir al igual que lo hace cada persona.
A lo largo de la historia hemos tenido una relación ambivalente con los animales: los necesitamos y apreciamos, pero también los explotamos y maltratamos. Los animales nos han proporcionado fuerza de tracción, proteínas para garantizar la supervivencia y, en el caso de algunas especies domesticadas, protección, compañía o diversión. Durante miles de años esa dependencia implicaba una relación directa con los animales, pero el desarrollo urbano industrial y la ganadería intensiva han cambiado nuestra relación con ellos. Ahora podemos consumir su carne sin ser necesariamente conscientes del sufrimiento que a veces comporta la forma de criarlos o sacrificarlos. Es frecuente observar comportamientos contradictorios, como tratar a unos animales —las mascotas— casi como miembros de la familia e ignorar displicentemente el maltrato a otros seres vivos igualmente sensibles.
Los humanos hemos dispuesto de la naturaleza y de los otros seres vivos sin otra consideración que nuestra conveniencia, pero ese enfoque depredador ha llegado a unos límites que puede llevarnos a destruir el hábitat que garantiza nuestra propia supervivencia. Ese antropocentrismo se ha justificado por una superioridad que implica la inteligencia y la capacidad de sentir. Pero la ciencia ha demostrado que no hay una barrera insuperable e inmutable entre animales y humanos.
La secuenciación del genoma de diferentes especies ha demostrado lo cerca que estamos humanos y animales, pues compartimos la mayor parte del ADN, y si la vida es evolución, nada impide que los animales sigan haciéndolo. Sabemos que están dotados de sensibilidad, que sienten emociones y pueden sufrir. Algunas especies tienen una capacidad de organización y comunicación admirables. Ahora sabemos además que también tienen diferentes grados de inteligencia y capacidad de aprender.
Todo ello nos obliga a replantear nuestra relación con los animales. Por supuesto, debe articularse en Europa y en España un marco normativo que evite toda forma de maltrato y garantice el bienestar en la crianza de los destinados a la alimentación. La ciudadanía se muestra, afortunadamente, cada vez más sensible ante este tipo de cuestiones. No debemos pensar que podemos disponer de la vida y la libertad de cualquier ser viviente a nuestro antojo y sin otro tipo de consideraciones. Ya sabemos que el respeto por los seres vivos forma parte de las condiciones de supervivencia del planeta y, por tanto, de la propia supervivencia.