Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
La semana que pasó tuvo dos grandes noticias. En primer lugar podemos situar a las declaraciones del presidente electo, Alberto Fernández, en las que sostuvo que no va a pedir los U$S11.000 millones de los desembolsos que restan del préstamos Stand By solicitado al FMI. Por el momento sólo nos podemos remitir a las declaraciones, ya que para que se transformen en una decisión, será preciso que Fernández esté en funciones. La segunda se vincula a la decisión del Fondo de reemplazar al jefe de la misión, el italiano Roberto Cardarelli, por el venezolano Luis Cubeddu. Según la comunicación oficial del organismo, el cambio se debe a la rotación habitual de los funcionarios. También es posible pensar que la figura del italiano venía sufriendo un importante desgaste, y ante el cambio de gobierno, se optó por renovar el interlocutor.
Sin embargo, hubo un acontecimiento que se llevó todas las miradas. Durante una conferencia de prensa que se llevó adelante en el Salón Belgrano del ministerio de Hacienda, Hernán Lacunza, presentó el informe de gestión de la herencia que el gobierno de Mauricio Macri le deja a Alberto Fernández.
El ministro incorporó una nueva línea de reflexión epistemológica, a la ya conocida epistemología climatológica (la de la lluvia de inversiones y la tormenta), y afirmó que no hay que exagerar las luces, pero tampoco las sombras (algo así como una epistemología de la iluminación). Luego, y ahora sí en un nuevo capítulo de otra de las conocidas, la epistemología agrícola (la de los brotes verdes), planteó la cuestión en términos de siembra y cosecha. Reconoció que la los resultados de los programas económicos implementados (la cosecha), no había sido la esperada (y uno se pregunta, qué otra cosa se podía esperar), pero que la herencia que se deja (la siembre), será un fundamento firme para el crecimiento futuro de la economía argentina. Resumiendo, lo que nos dice Lacunza es “nosotros no pudimos, pero los que vienen van a poder”. Un brutal sincericidio en el que se reconoce que la política económica de Macri no sirve para cumplir con los objetivos que, al menos públicamente, se proponía, y que las políticas que se especula que pondrá en marcha Alberto Fernández, son la solución. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Según el ministro, la actual situación de la economía argentina se explica en parte por la herencia, algo de mala suerte y algo de errores propios. Dijo que “por una cuestión de elegancia” no se iba a concentrar en los errores propios. Claro, es una fórmula que nunca falla, dado que siempre es verdad para cualquier gobierno, tanto uno exitoso como para uno que no lo es. La cuestión es determinar con claridad qué porcentaje de cada una fue la que determinó el éxito o el fracaso de cada gestión. A ver, Lacunza adjudicó a la mala suerte (la sequía y la pésima cosecha) a la crisis de 2018. Bajo ningún punto de vista esto es aceptable, pero aún si respetamos el registro de análisis del ministro, no se explica por qué 2019 fue un año aún peor que 2018, cuando la cosecha fue récord (y además ya se contaba con la asistencia del FMI).
En relación con el mercado de trabajo, Lacunza afirmó que no se perdió tanto empleo como parece. Que se crearon 1.250.000 puestos de trabajo, pero no se alcanzó a cubrir el millón ochocientos mil trabajadores que se incorporaron. Si así como lo escuchan, se incorporaron. A casi todos esos en mi barrio les decimos desempleados, se ve que en Buenos Aires es distinto. Sostuvo además que el mercado de trabajo más ajustó por precio que por cantidad, y que no se perdió tanto empleo como parece. Traduciendo, hay más desempleados, que cobran menos en promedio y en empleos de peor calidad.
Lacunza no parece registrar que la actividad económica no para de caer en la Argentina. Según el último informe del EMAE (Estimador de Mensual de la Actividad Económica) que publica el Indec, la caída fue de un 2,1% en el mes de septiembre, en comparación al mismo mes del año pasado. Esto implica que, en los primeros nueve meses del año la actividad económica retrocedió un 2,3%. En términos prácticos: hoy la actividad se encuentra en su menor nivel desde noviembre de 2010. La consultora de Orlando Ferreres, por su parte, publicó un estudio en el que afirma que la caída de octubre fue de un 3% interanual, acumulando una caída de 3,4% para los diez primeros meses de 2019. Los sectores más afectados fueron la intermediación financiera, la construcción, el comercio y la industria manufacturera. Sin dudas, la caída del nivel de actividad afecta directamente al nivel de consumo. Claro, menos actividad significa menos ingresos empresarios, y menos trabajadores empleados.
Sostuvo también que es difícil crecer con un dólar y tarifas atrasadas. Lo que no explicó es por qué el kirchnerismo tuvo tantos años de crecimiento en esas condiciones, y por qué la Argentina de Macri no pudo crecer cuando se devaluó fuertemente y se “sinceraron” las tarifas. Demasiadas preguntas sin respuesta son las que nos deja Lacunza.
Un hermoso poema de Jorge Luis Borges, llamado Himno, dice en sus versos finales: “Todo el pasado vuelve como una ola/y esas antiguas cosas recurren/porque una mujer te ha besado”. Sin la belleza de la poesía, y mostrando su cara más humillantemente burlona, vuelve la frase que popularizara Menem hace más de 30 años: “Estamos mal, pero vamos bien”. Ya lo decía Carlos Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La historia ocurre dos veces, la primera como una gran tragedia, y la segunda como una miserable farsa”.