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Hasta siempre Ernesto y ¡gracias por todo!


Por Carlos Duclos

Por Carlos Duclos

Ernesto: no sé cómo empezar, tampoco sé cómo seguir, ni qué decir. Mis palabras son flacas, sin el debido valor para despedir a una eminencia de la terapia, de la psiquiatría, de la filosofía, de la vida. Un guía para mí en momentos de la soledad en el desierto, un maestro del pensamiento. Ernesto Rathge, un talento, un faro, un amigo.

Nuestras charlas giraban casi siempre en torno del sentido de la vida, de las circunstancias propias de la existencia. Él un agnóstico, yo un creyente con suficientes crisis de fe, frustraciones y esperanzas. Recuerdo que, en una de nuestras charlas, le expresé que si el destino del ser humano era la muerte y nada más, entonces ninguno de nosotros, los humanos, nos diferenciábamos demasiado de ese gusanito que andaba caminando por el piso. “Incluso -añadí- supongo que él debe ser más feliz que nosotros, porque vive y no se anda preguntando sobre el sentido de todo, ni ocupando de cómo hará mañana para seguir en este mundo dominado por lo vano, lo frívolo y lo injusto”. Me miró unos instantes y arrojó a mi mente decepcionada y rociada de arrogancia una verdad incontrastable: “El ser humano es una criatura maravillosa, dotada de razón, esa razón que le permite el conocimiento y la creación. El sentido de la vida es crear, amar y hacer el bien y esa es la gran y extraordinaria ventaja que tenemos sobre el resto de las criaturas”.

De la vida sabía demasiado, no solo porque era un lector incansable, sino porque supongo (y supongo bien) que un golpe casi devastador, la muerte de su joven hija a poco de dar a luz, lo convirtió en maestro de superar adversidades. Yo sé que soportó ese dolor profundo con entereza, y a pesar de que de ese tema hablábamos muy poco, no tengo dudas de que convirtió ese sufrimiento en testimonio de vida para quienes supieron de aquel trance. Me permito decir solamente, y para honrarlo, que una vez le pregunté: “¿cómo hace?” (para seguir). “Atender a mis pacientes, ayudarlos, hacer el bien posible, es la forma que tengo de honrar a mi hija”, respondió.

Ernesto Rathge honró el sentido de la vida haciendo, haciendo por los demás incluso aún después de haberse enfermado; incluso mientras luchaba contra el cáncer. Mis planteos existenciales a veces eran feroces, agudos, verdaderos jaques mates a la razón, y ante tales solía decirme que no tenía respuestas, que nadie las tenía, y que lo único que podía hacer la criatura humana era vivir. Vivir, con todo lo que ello significa.

Vivir, sí, para hacer por los demás, como hizo usted estimado Ernesto. Hasta siempre doctor y ¡gracias por todo!

«El rol de los padres en la educación de los hijos según Ernesto Rathge». Un recuerdo de EQC y Con la Gente

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