Si el reloj público que asoma arriba a la izquierda de la imagen -en la vereda del Mercado Central (al que no vemos pero intuimos omnipresente)- funciona correctamente, son las 10 y 25 de un día del verano de 1935/36.
El flamante edificio del viejo cine Monumental, reinaugurado a fines de la primavera del 35, anuncia sobre la ochava de San Martín y San Luis que el jueves estrena –primicia en castellano- “El negro que tenía el alma blanca”, ilustrando el reclame con dos grandes muñecos que representan supuestamente al protagonista de la dual etnicidad, mientras que un cartel indica que hoy se puede ver “Safo” (la versión francesa de 1934), pero eso sí, no cualquiera puede ingresar a la sala a regodearse con el controlado erotismo de la cinta, ya que el mismo cartel informa expresamente que la película es para personas mayores.
Sacos pijamas, ranchos de paja, mangas de camisa o el claro vestido de la mujer que en primer plano vemos cruzar la calle sobre las vías tranviarias, son indicios de que el día se presenta caluroso. Y un poco arriba del bullicio urbano de tránsito y viandantes, amarrados silenciosos a las plantas superiores, los carteles comerciales memoran en nuestro hoy negocios y lugares que fueron familiares para varias generaciones de rosarinos: “Bonsignore”, “El Potro”, etc.
Cotidianidades de una ciudad en permanente cambio, un instante que una fotografía dejó para siempre inmutable a las 10 y 25 de una mañana de verano.