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Falleció el periodista Pablo Calvo por coronavirus a los 53 años


El trabajador de prensa estuvo veinte días internado en el sanatorio Otamendi de la ciudad de Buenos Aires, hasta que murió poco antes de la medianoche, el mismo día de su cumpleaños

El periodista Pablo Calvo murió ayer a los 53 años, tras una internación de más de veinte días a causa del coronavirus en el sanatorio Otamendi de la ciudad de Buenos Aires.

Calvo falleció poco antes de la medianoche, el mismo día de su cumpleaños, tras haberle dado pelea a la enfermedad. El virus se lo llevó, pero le costó ganarle la pelea. Pablo quería vivir. Tenía mucho por qué vivir.

Pablo trabajaba en Clarín, había recibido un premio de manos de Gabriel García Márquez y entrevistado al Papa Francisco. Era un periodista con sello propio, pero era también el pibe de Sarandí al que sus amigos lloran sin consuelo, porque «Pablito» fue uno de esos compañeros que siempre están.

«Cuervo» hasta la médula, amaba tanto a San Lorenzo como al periodismo. Empezó trabajando en la agencia DyN y en 1993 entró a Clarín, a la sección Política que entonces dirigía Julio Blanck, su maestro.

Pasó por todos los escalafones porque entendía que este era un oficio en el que no se podía saltar etapas. Escribió sobre los temas que nadie quería, hizo guardias hasta la madrugada y armó informes para otros. Y así se fue formando.

De Política pasó al Equipo de Investigación y, luego, a la revista Viva. Con el tiempo comenzaron a llegar los premios. Fue finalista en el de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, y recibió junto a un equipo de periodistas el Rey de España, además de distinciones de Fopea y Adepa.

Escribió los libros «La Muerte de Favaloro», «Los Mendigos y el Tirano», «Dios es Cuervo» y «Los Tesoros del Gasómetro».

Pero todo eso sólo modificó su manera de ejercer el periodismo, perfeccionó la simpleza de sus textos y agudizó su mirada.

Viajó por el mundo, cubrió el Mundial 2018 en Rusia, pero nada le gustaba más que la pizza con los amigos, el asado con la familia y el café en la esquina de San Juan y Boedo.

Mucho de eso queda en su hijo León, cuervo como su padre, y estudiante de Artes de la Escritura en la UNA.

Las redacciones hoy están de luto porque todos los que compartieron con él madrugadas de adrenalina, viajes, redacciones y coberturas están perdiendo hoy físicamente a un gran amigo. Pero todo lo demás, que es mucho, queda y por siempre.