Por Mario Luzuriaga
Ser periodista en la calle es tener la noticia viva. Es destacable la labor de esos profesionales que día tras día están cerca de lo que sucede en la ciudad. Y es en la calle donde se encuentran esas historias enormes contadas por personas que no tienen porque ser famosos o reconocidos. Puede haber relatos que son lindos y otros en los cuales estos profesionales se juegan la vida.
Es por esto que la periodista Evelyn Arach decidió volcar sus experiencias en el libro «Crónicas de la calle», que estará presentando el próximo jueves 30 en el marco de una nueva edición de la Feria del Libro de Rosario.
Antes de la presentación Evelyn dialogó con CLG y contó varias de esas historias que valen la pena leer.
—Con tanta experiencia que tenés haciendo móviles seguro tenés muchas historias para contar.
—La verdad que lo digo en el prólogo, es escribir para no quedar atragantado. El 8 de enero de 2015 con un camarógrafo, Santiago Andino, y Virginia Benedetto, que es una reportera gráfica que es muy comprometida, y con el periodista Claudio Verón, quedamos en medio de una balacera, mientras un soldadito narco disparaba contra vecinos que estaban demoliendo un búnker. ¿Por qué lo demolían? Porque el propietario del lugar había matado a sangre fría a un chico que tenía una deuda por droga. Era como una respuesta de los vecinos diciendo «paren de envenenar a los pibes», una especie de furia colectiva y eso fuimos a cubrir. Fue bastante fuerte estar ahí cuerpo a tierra, pero lo que más me sorprendió fue la naturalización de los vecinos, que no se tiraban al piso. Por suerte volví a mi casa, pude abrazar a mi hijo y seguir con mi vida. Me quedé pensando en esa gente que no tiene otro lugar donde ir y quiere criar a sus hijos con educación, salud, seguridad y tranquilidad. La idea fue ir contando algunas historias que me impactaron más y que forman parte de un fenómeno instalado, que ya uno se resigna. Antes provocaba una reacción colectiva y hoy llegas al lugar y no te cuenta a cámara, por ahí off the record, te tienen confianza, pero se resguardan.
—Aparte de esta balacera que tuviste, que sin dudas fue el hecho más fuerte que habrás vivido, tendrás otras más…
—Hay una que me gusta mucho desde la imagen. Se llama «Un crimen, un pizarrón y un olvido». Nosotros fuimos una mañana de verano a zona oeste a cubrir un crimen de un chico de 20 años que aparentemente, estaba vinculado con la venta de estupefacientes y se había quedado con un vuelto. Estuvimos dos horas y media esperando al fiscal, en ese lapso había una pared de chapa de una casilla donde estábamos apoyados. Adelante de esa pared había un pizarrón y se escuchaba de fondo unos dibujos animados y escuchaba cómo una criatura se estaba entreteniendo. Y uno se pone a pensar qué pasará con estos chicos en un marco de tanta crueldad y tanta violencia. Hago referencia a lo que queda fuera de lo coyuntural.
—¿Te sentís muy unida a la gente al estar siempre en el móvil?
—Sí, claro… es imposible hacer este laburo si no se está cerca de la gente. Porque uno se entera de lo que pasa porque la gente nos lo cuenta. Elije contarnos porqué confía en nosotros. Me siento muy cercana y tengo mucho afecto por la gente, como le pasa a cada uno de mis compañeros que trabaja en Telefe Rosario. Eso nos enorgullece.
—¿Cuál fue el mimo más grande que recibiste de la gente?
—Muchos, pero te voy a contar uno. No hace mucho hubo una jornada de piquetes por Circunvalación, en la que estaba Gendarmería irrumpiendo un piquete que se ubicó en Acceso Sur y Uriburu. En ese piquete cuando terminamos el móvil con referentes de comedores comunitarios, en la que sufren una situación de hambre y marginalidad que atraviesan, aparece una nena de 8 años y saca un llaverito nuevo, hermoso, y me dijo: «Tomá esto es para vos». Desde la más extrema pobreza te traen un regalo, te conmueve el corazón. Lo tengo guardado en mi cartera y me emociona cada vez que lo veo, porque es un gesto hermoso de una niña, que no tiene otro fin que prestar afecto.
—¿Te pasó algo gracioso en alguna cobertura?
—Soy bastante olvidadiza y con un compañero camarógrafo estábamos cubriendo el recorrido del cementerio El Salvador por las noches. Llegamos hasta un lugar donde se llama «Memorabilia», una especie de homenaje a aquellos que no pudieron pagar el costo de mantenimiento de la tumba. Cuando terminamos y subimos al móvil, me olvidé la cartera en el cementerio. Y tuvimos que cruzar el cementerio a oscuras y escuchamos un grito que era el sepulturero que nos quería acompañar (risas).