Análisis

El sueño de volver a la normalidad


Por Diego Añaños

Desde que las políticas de aislamiento social comenzaron a tomar dimensión global, los intelectuales comenzaron su ronda habitual de apuestas acerca de los escenarios probables cuando las cosas volvieran a la normalidad. A medida que las condiciones de relajación de la cuarentena avanzan, comienza a vislumbrarse al final del túnel el fin de la odisea. Es así que se multiplican los pronósticos. Algunos suponen que nada volverá a ser como antes, otros que nada cambiará. Pero lo que más abundan son las realidades futuristas de ciencia ficción y las fantasías distópicas.

La verdad es que en condiciones de incertidumbre es muy difícil, no digo predecir, sino siquiera hacer una prognosis. A ver, en circunstancias normales, los analistas tienen a mano un conjunto de variables más o menos conocidas que pueden poner a jugar. Pero la incertidumbre es otra cosa, ya que borra los parámetros de la normalidad, lo que hace casi imposible prefigurar el rumbo de los acontecimientos. Por dar un ejemplo: podríamos intentar adivinar quién será el próximo campeón del fútbol argentino, analizando los planteles (cantidad y calidad de jugadores y sus eventuales reemplazos, los lesionados, etc), el fixture local-visitante, la situación económico-financiera del club, etc. A partir del estudio de la información disponible, sería posible aventurar, con mayor o menor certeza cuál será el ganador del torneo. La cosa sería absolutamente distinta si tuviéramos que tratar de pronosticar quién será el campeón del año 2174. Claro, todavía no han nacido los bisabuelos de los jugadores que participarán. Tampoco sabemos si se seguirá jugando al fútbol en ese momento. De hecho ni siquiera sabemos si todavía existirá el mundo. Bien, lo que describíamos recién es una situación de incertidumbre, ya que la realidad es casi imposible de parametrizar.

Sin embargo, los pronosticadores fatigan las columnas de los periódicos y los estudios de radio y televisión. El fin del trabajo es una de las promesas favoritas de los gurúes de la economía. Hoy la mayoría de los analistas apuestan a que el teletrabajo llegó para quedarse, y que será muy difícil volver atrás. Sin embargo hay algunas cuestiones que están quedando por fuera del análisis. Van sólo tres, en orden aleatorio, no necesariamente en orden de importancia.

  • La primera tiene que ver con quién asume los costos, es decir, ¿se supone que los trabajadores asumirán los costos derivados del trabajo en sus casas o lo harán sus empleadores? ¿Las empresas aumentarán los salarios o bajarán sus precios a partir de la disminución de sus costos operativos?
  • La segunda con la necesidad de aislar el trabajo del hogar, ya que no es necesariamente saludable la fusión permanente de ambos espacios de vida, particularmente cuando no se trata de una decisión personal.
  • La tercera tiene que ver con la necesidad de la interacción cara a cara, que no solamente produce una sensación de bienestar, sino que opera como un efectivo medio para elevar la productividad del trabajo. En este sentido la ciencia tiene muy claro que, como decía un slogan de campaña, la interacción física no suma, multiplica.

En la maraña de opinadores mediáticos, apareció un delicioso artículo publicado el miércoles en Rosario 12, titulado “No es distopía, es capitalismo”.  Su autor, José Giavedoni, docente de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de nuestra Universidad, puntualiza dos o tres cuestiones por demás de interesantes. Más allá de recomendar fervientemente su lectura, me voy a quedar con una reflexión acerca de la normalidad. Y la normalidad parece ser el sitio al que todos queremos volver. Claro, en momentos como éstos, es difícil recordar que eso que recordamos como “normalidad”, no es más que la naturalización del modo absolutamente perverso que asumió la reproducción económica en nuestras sociedades. Como bien marca José, esa “normalidad” que dejamos atrás cuando nos aislamos es precisamente la que nos trajo hasta acá, razón por la cual no deberíamos desear volver a ella.

El artículo trajo a mi memoria un viejo relato de la India. En la historia, un padre de familia, desesperado por las desavenencias familiares, decide visitar al sabio de la tribu para tratar de encontrar una solución. Luego de escuchar pacientemente el relato, el anciano le pregunta: “Tienes una vaca”. El hombre respondió que sí. “Llévala la vivir con tu familia dentro de la casa y vuelve en una semana”. El hombre, sorprendido, se marchó, pero hizo lo que el viejo le ordenó. Volvió una semana después, y el anciano le preguntó: “Cómo están las cosas?”. El hombre, desesperado, le dijo que las cosas habían empeorado, que a los problemas que ya tenían, se les había sumado la incomodidad de un animal inmenso viviendo dentro de una habitación pequeña. Era imposible seguir viviendo así. “De acuerdo”, dijo el sabio, “quiero que saques a la vaca de tu casa y vuelvas en una semana”. Nuevamente, el aldeano cumplió con lo que le ordenaban. Una semana después volvió, y el viejo le preguntó: “Cómo están las cosas ahora”, a lo que el hombre respondió: “Maravillosamente, nuestra vida ha cambiado por completo, somos felices otra vez”.