- Por Matías Gregorio
“Yo nunca miré para atrás, siempre le di para adelante”. Bohemio, de barrio, soñador y cumplidor de sueños. Miguel Ángel Brulé, artista al que todos conocen como “El Noke”, desborda de agradecimiento hacia todo lo que vivió en cada palabra que esboza. Hace unas semanas, fue declarado Artista Distinguido de la ciudad por el Concejo Municipal, tras una iniciativa presentada por el edil Aldo Pedro Poy. Su trayectoria como artista plástico, humorista gráfico, ilustrador, creador de comics, cuentos infantiles, modelista estático, pintor de cuadros y murales, ha dejado una huella imborrable en la historia del arte rosarino. Pero lo más grande del Noke está en su corazón: colaboró durante toda su carrera con muchas instituciones y agrupaciones sin fines de lucro en eventos solidarios. Con la plaqueta y el diploma aún en sus manos, CLG tuvo la oportunidad de dialogar con el artista rosarino.
Durante su relato, Miguel no puede ocultar todo lo que dejó en él Roberto Fontanarrosa. Entre cada pregunta, siempre aparece “El Negro” como disparador de alguna anécdota. Canalla de nacimiento y amigo inseparable de los ex combatientes de Malvinas, El Noke, a sus 60 años, contó cómo es ser un artista en los tiempos que corren y se frenó a repasar toda su carrera para emocionarse en los recuerdos.
— ¿Cómo tomaste el reconocimiento en el Concejo?
— Fue muy cálido y muy lindo. Yo veía que a los artistas le daban premios importantes, reconocimientos y pensaba que algún día me tenía que tocar. Porque tuve el placer de trabajar con monstruos enormes, como Víctor Heredia, León Gieco, Mercedes Sosa, Alberto Cortez, «La Mona» Giménez, Ivan Camaño, Rubén Goldín, Franco Luciani, «El Negro» Fontanarrosa, Perro Suizo y Patagonia Revelde, entre otros. Y en un momento me encontré en el Concejo recibiendo la distinción. Tardó en llegar, pero tuvo recompensa y fue muy emocionante, tanto que en el cierre rompí el protocolo. Se me aflojaban las lágrimas. Me di vuelta y vi a Poy con lágrimas en los ojos, al resto de mis amigos también y comenzamos a corear juntos la canción “Zona de Promesas”. Y cerré diciendo: «Yo no quise ser profeta en mi tierra, simplemente ser un artista de mi ciudad».
— También recibiste una distinción en Rosario Central, el club de tus amores, ¿cómo fue ese momento?
— Uno siempre quiso ser algo en Central. Todos queremos ser algo. Pero primero fui hincha. La diferencia con los demás, que son artistas e hinchas, es que yo soy hincha y artista. En ese orden. Entonces es imposible separar el sentimiento. El reconocimiento en el club fue un mimo al alma. Pero fue contra viento y marea, para nada fácil. Fito no erraba cuando decía que esta es una ciudad de pobres corazones.
— ¿Cómo es ser un artista en la actualidad?
— La gente no consume mucho arte porque está encasillado en algo abstracto. Realmente es una época difícil, donde sólo me alcanza para mantenerme. Que no es poca cosa, porque puedo vivir de lo que amo y hacer lo que me gusta. En definitiva, soy un desocupado más, pero feliz.
— Si se te acerca un joven que recién arranca en el camino del arte, ve todos tus logros y te pregunta «¿cómo hiciste?», ¿qué le dirías?
— Que no tenga miedo ni vergüenza. Esos son los dos obstáculos del ser humano. El artista es la persona más valiente que conozco. Porque mientras todos están pensando en su casa, su auto y su futuro, se van de vacaciones a Miami o Brasil, el artista se queda en Rosario, va a la Florida, canta, pinta y vive intentando hacer lo que le gusta. Y también lo importante es creer en uno mismo. Cuando crees en vos, no te para nadie.
— ¿Cómo trata Rosario a los artistas?
— Rosario es ingrata con los artistas. No cree en ellos y hasta se burla. Es muy difícil ser artista en Rosario. Como decía el flaco Dolina, «qué va a ser artista este si vive a la vuelta de mi casa». Después, cuando alguno recibe un premio, la gente dice «bueno, este no era un loquito». El artista tiene otra visión de las cosas. Los rosarinos son buena gente, pero también algo ingratos. Y no lo digo por mí, sino por un montón de compañeros de la ciudad. Tenemos una deuda pendiente que es aprender a respetar a los artistas. ¿Por qué se van todos? ¿Por qué tienen que ir a Buenos Aires, triunfar allá y después volver? Es una locura. El talento está, no hace falta que tengan que emigrar.
— ¿Intentas luchar contra eso?
— Yo no lucho con nadie, soy artista. Yo pinto. Veo una pared y la pinto. Es mi manera. Hay algunos que se rinden, pero yo nunca me rindo. Y una de las cosas que me propuse es poder dejar algo en mi ciudad.
— Has colaborado en muchas ocasiones con campañas solidarias, ¿qué te lleva a realizar esas acciones?
— A la solidaridad algunos la toman como un invento para darse chapa, yo lo que hago lo hago en cualquiera lado, sin cámaras ni que me vean. El corazón es el que te manda esas cosas. Por ejemplo, participé en la primera vigilia de Malvinas que se realizó en la Plaza de Génova y Alberdi, donde pinté un mural de los ex combatientes y un ángel. De ahí comenzó la tradición de hacerla cada año, donde me suelen llamar para participar. Amo ser solidario, me hace bien.
— Pintaste un mural sobre el ARA San Juan, ¿Qué sentiste cuando lo encontraron?
— Lo sacamos nosotros con la virgen que está ahí pintada. Cuando apareció, no tuve felicidad, porque hacía rato que el submarino estaba ahí. Me dio mucha bronca y tristeza, por los familiares y porque es muy feo que un gobierno te mienta. No fue una alegría, fue un alivio.
— Cuándo te involucras en algún hecho como artista, ya sea pintando un mural o a través de otras intervenciones, ¿empezás a sentir el tema de otra manera?
— Sin dudas. Sobre todo, me pasa con los ex combatientes. Uno se hace carne, se pone en el lugar de ellos. Esperando ahí el miedo, el temor, los balazos. Intento ponerme en la piel del soldado que pasaba hambre o del granadero que luchó en tantas batallas, algo que la gente no suele hacer.
— En cada palabra tuya se puede notar el legado que dejó en vos Fontanarrosa, ¿cómo lo recordás?
— Estoy muy ligado al Negro Fontanarrosa. Me enamoré de su trazo y de chico dije «algún día lo voy a conocer». Cacho Bernaba, un amigo, me consiguió un buen empleo y yo dibujaba al lado de él en el trabajo. Un día, tomando mates, hablando de Central, me pongo a dibujar y me dice «che, vos sos un pichón de Fontanarrosa, el Negro es amigo mío, compañero de la secundaria, ¿querés ir a verlo?» Me llevó y ahí comenzó la historia con el Negro. Dibujábamos hasta en las servilletas cuando tomábamos un café. Es una pasión. El Negro siempre me decía «Noke, dibuja, dibuja». Y tengo la alegría de decir que el Negro dibujó un guion mío, algo que no le pasó a muchos.
— ¿Cómo te definís?
— Un amigo mío, cantando, dijo, «es tremendo, no para, es incansable, bohemio y también somos borrachos» (risas). Me define la bohemia. Soy un perseguidor de sueños. Un rockero viejo. Y voy por más, estoy trabajando en un proyecto muy lindo, buscando los apoyos para poder realizarlo.
— ¿Qué valoración hacés de tu carrera?
— Yo siempre dibujé, pero profesionalmente arranqué a trabajar a los 41 años. Ya hace 20 que estoy en el rubro y me pude dar el lujo de trabajar con personas que soñé. Pinté para 40 mil personas en el Monumento, le puse mi puño a toda una plaza. Cumplí todos mis sueños. Soy un tipo feliz porque cumplí muchos sueños. Y nunca miré para atrás, siempre le di para adelante. Entonces, de repente uno se emociona y lagrimea, porque recuerdo cosas que no tuve ni tiempo de disfrutarlas porque enseguida pasaba a otra. Estoy feliz y orgulloso de lo que hice. No creo en aquel que no está orgulloso de su trabajo. Y no me olvido del barrio y de la gente. Todo lo que hice fue para la gente.