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El humor ácido y Central: el recuerdo a Fontanarrosa a 13 años de su muerte


El "Negro" falleció el 19 de julio de 2007 en Rosario, luego de luchar contra una esclerosis lateral amiotrófica

Hace más de una década, la ciudad de Rosario despedía al mayor exponente de la cultura de la ciudad de la segunda mitad del siglo pasado. El escritor, humorista y dibujante Roberto Fontanarrosa murió el 19 de julio de 2007. Boogie, el aceitoso, Inodoro Pereyra, Mendieta o el fútbol, siempre volverán para recordar al “Negro”.

«Yo soy un dibujante correcto», se definía el «Negro» con esa típica humildad de barrio, casi como a los jugadores cuando les preguntan sus características, pero en realidad era sincero porque él era mucho más que un humorista que escribía y dibujaba. Un creador capaz de generar y recrear los personajes, las situaciones y los climas de época que vivía o le hubiera gustado vivir, más que un típico dibujante e historietista.

Si bien su carrera se inició en revistas de Rosario, trascendió a nivel nacional por la originalidad de sus dibujos y la rapidez con que los ejecutaba, de ahí que su producción gráfica fuera tan prolífica o abundante.

En la década del 70, había comenzado a dibujar en las revistas Hortensia, Satiricón y en el diario Clarín y desde esos medios trascendió con sus personajes «Boogie, el aceitoso» -que llegó a publicaciones de Colombia y México-, y el gaucho Inodoro Pereyra, siempre unido a su perro Mendieta.

Hincha de Rosario Central y fanático del fútbol, también escribió varias obras con este deporte como temática, como el cuento «19 de diciembre de 1971», en el que relata la victoria de Central sobre Newell’s en la semifinal de un torneo Nacional, «El ocho era Moacyr», o las historias sobre «La hermana Rosa», una mentalista excéntrica protagonista de historias relacionadas a los eventos en los que jugaba la Selección Nacional.

Entre sus libros de cuentos se destacan «El mundo ha vivido equivocado», «No sé si he sido claro», «Nada del otro mundo», «El mayor de mis defectos» y «Uno nunca sabe», entre muchos otros.

«Yo voy a jugar hasta que la rodilla se rompa», confió a sus jóvenes 45 años en la primera entrevista para la desaparecida revista «El Gráfico», en su estudio del barrio de Alberdi en setiembre de 1988, sobre ese loco berretín por el fútbol, que lo llevaba a jugar en su equipo de amigos y conocidos hasta en las bravas canchas de la Liga Baigorriense.

Tipo rutinario como muchos, el «Negro» odiaba madrugar y recordaba que su primera esposa, Liliana, solamente lo había llamado dos veces antes de las 9 de la mañana: «Cuando recuperamos las Malvinas y cuando Maradona vino a Ñubel», confió en otra entrevista compartida en La Capital.

Después, «el Diez» apenas jugó cuatro partidos con la camiseta rojinegra en los que ni siquiera pudo convertir un gol y se fue a los cuatro meses, antes de un amistoso contra Vasco da Gama en Mar del Plata. Fue en medio de uno de sus escándalos, que el «Negro» definió con maestría: «Es como si tu vecino más odiado se compra un Rolls Royce y no lo puede sacar de la cochera».

Nacido en el viejo edificio Dominicis, de Corrientes y Catamarca, en pleno centro rosarino. Fontanarrosa tenía una visión muy particular de su padre, el «Berto» Fontanarrosa, un aguerrido jugador del Club Huracán, de la calle Paraguay, y luego árbitro de básquet, que una vez tuvo que correr de una de las bravas canchas de la Liga Rosarina.

«Mi viejo era un tipo muy deportista y un amante del básquet, pero yo jamás conseguí meter un doble. Y eso que jugué en la época en la que al básquet podían jugar los petisos y que cuando metían un doble sacaban del medio», se reía de sí mismo.

«Mi viejo, como buen tipo del deporte, era muy puteador, en una época en la que eso no era tan frecuente y, además, era muy mal visto. Me acuerdo siempre de mis primos, que cuando venían a casa decían ´Vamos a jugar al tío Berto¨. Entonces se encerraban en una pieza y se ponían a putear», recordaba el «Negro» en una mesa del Bar La Sede, en la época en que se había exiliado de El Cairo.

Dos años antes de su muerte y en el Congreso de la Lengua que se realizó en Rosario, su defensa de las «malas palabras» -presentes en buena parte de su obra- sorprendió a los presentes en una disertación donde solicitaba «una amnistía» para esos vocablos. Allí quedaron marcadas a fuego sus dotes de irreverente y provocador, fiel al estilo de su padre.

Anfitrión de Joan Manuel Serrat, al que recibía en memorables asados con sus amigos de La Mesa de los Galanes de El Cairo, en su casa de Alberdi se reía solo de la anécdota del día que una nube de cronistas montaba guardia en la puerta, a la espera de la salida del «Nano» Serrat, contada por el Chueco Fernández, un amigo del fútbol del Club Universitario.

«Me acuerdo que abrieron el portón de la cochera y salió un Mercedes Benz azul impresionante, con los vidrios polarizados, y todos los periodistas, fotógrafos y camarógrafos salieron corriendo como locos atrás del auto del cantautor catalán. Y al ratito abrieron de nuevo el portón y salieron el Negro y el Nano en el Citroen verde de Fontanarrosa, cagándose de risa».

Luego de sufrir una esclerosis lateral amiotrófica, Fontanarrosa falleció el 19 de julio de 2007 en la ciudad de Rosario, lugar donde vivió hasta su último día.