Por Mariano Luraschi, profesor de Danzas Folklóricas, bailarín y subdirector a cargo del Ballet Folklórico Nacional
Allá por 1846 se utiliza por primera vez la palabra folklore. Aparece impresa en una revista londinense por el inglés William Jhon Thoms. Esta palabra viene a reemplazar lo que se denominaba «el estudio de las antigüedades» y la antropología.
Folklore es un vocablo compuesto por folk = pueblo, lore = saberes, ciencia. Con esta denominación comenzó a definirse al saber de un pueblo, todo su conocimiento y sentires, usos y costumbres, mitos y leyendas. Su música y sus danzas. Estos, debían pasar de generación en generación, de manera oral y sin que hubiera un autor-creador detrás.
Fueron los intelectuales que comenzaron a hablar del folklore, lo empírico, con la idea de revalorizar un «ser» nacional. Estas dinámicas están tan arraigadas en lo profundo de los pueblos que siempre es un tercero quien teoriza. El grupo o la comunidad no se da cuenta de su folklore porque está inmerso en él.
El tránsito del hombre por el mundo y los avances tecnológicos facilitaron que se pueda saber de cada pueblo, comunidad o etnia en cualquier rincón de la superficie terrestre. Las redes de comunicación entretejieron el mundo. Todos sabemos de la existencia del otro, semejanzas y diferencias.
Las comunidades nunca dejan de expresarse, de construirse y reafirmarse. Solo que los límites son diferentes, los bordes son permeables. Como siempre ha pasado con los límites físicopolíticos fronterizos de un país con otro. Se comparten saberes, costumbres; mismas melodías con otros instrumentos, danzas con el mismo nombre y/o distinta forma de interpretación. Cada quien lo involucra, lo adapta a su necesidad y visión. Lo condimenta con sus ingredientes.
La cultura suele tomar lo tradicional del pasado para darle un nuevo sentido en función a las demandas del presente.
Es necesario que pensemos en el folklore vivo, dinámico, que se transforma con los seres humanos y la cultura que construyen por necesidad intrínseca. Cultura que responde a la necesidad de algo utilitario, de expresión, divertimento, un sentir espiritual, existencial o simple belleza. Dentro de un clan, en un espacio y un tiempo, dará el sello identitario a la comunidad.
Existe un denominador común a través del tiempo en la construcción folklórica, y es lo colectivo.
Como profesor de danzas folklóricas y bailarín quiero compartir: el folklore es algo que vibra en el cuerpo, que no es fácil de decodificar o teorizar porque hablamos de personas en sí mismas y como actores protagónicos de una cultura, donde la danza es la expresión kinética de la misma.
El folklore es corporalidad tangible o intangible. Propia y colectiva. Es la gente que habla en el arte inconsciente pero sincrónico. Es como si cada persona fuera una célula de un gran cuerpo que late en concordancia con la tierra, y se expresa en su cosmovisión.
El folklore es presente, palpita en nosotros. Solo hay que aprender a sentirlo y entender su valor simbólico, con el peso y la materialidad de un tesoro.