Análisis

El falso dilema entre salvar vidas o salvar la economía


Por Diego Añaños

Una de las discusiones que sobrevolaron las primeras etapas de la pandemia suponía que los gobiernos debían decidir entre proteger la vida de los ciudadanos o la economía del país. En realidad se trata de un falso dilema, ya que el valor de la vida está por encima de cualquier otro valor. El presidente Fernández lo dijo en más de una oportunidad: “De una recesión se vuelve, de la muerte no”. Sin embargo, la decisión del gobierno argentino de establecer estrictas medidas de distanciamiento social fueron duramente cuestionadas, tanto desde la oposición política como desde la oposición mediática.

Según los detractores de la cuarentena rígida, las medidas de aislamiento impuestas por la administración central, con el acompañamiento de las provincias, producirían un efecto recesivo imposible de cuantificar, por lo que abogaban por un relajamiento de las disposiciones. Claro, no decían nada que no fuera cierto, como lo dijimos en más de una oportunidad, el efecto previsible de la cuarentena sobre la economía sería una profundización de la recesión, recesión que, por otro lado, ya venía registrando la economía argentina desde hacía casi dos años, sin coronavirus a la vista.

Como suele suceder, se nos mostraba como supuestos ejemplos exitosos, aquellos países que habían decidido implementar medidas de control mucho más relajadas, permitiendo una circulación de personas mucho más fluida, de manera de garantizar que el ritmo de la actividad económica no sufriera. No bastaba con ver lo sucedido en España o Italia, el esmerilado era constante. Afirmaciones tales como: “Argentina no puede darse el lujo de dejar de producir”, o preguntas como: “Hasta cuándo tolera la economía argentina sin producir”, se prodigaban cotidianamente. Pero el gobierno nacional parecía convencido de que el camino era el correcto. No había ninguna decisión que garantizara una situación de win win, cualquier decisión (aislar, no aislar, o aislar en distintos grados), implicaría consecuencias negativas, para la vida, la producción o para ambas.

El martes se publicó una nota muy interesante en el diario Ámbito Financiero, en la que se analiza cuál es la situación en algunos países de Latinoamérica, donde se hace evidente que Alberto Fernández parece haber implementado las medidas más apropiadas. Brasil, uno de los «ejemplos» a seguir por la decisión del presidente Bolsonaro de continuar como si nada ocurriese tiene hoy la mitad de los casos del continente. Aún a pesar de los intentos de sostener la actividad económica, la misma se retrajo un 9,73% en abril frente a marzo. Los datos que se conocen no hacen más que reforzar la tendencia según la cual el país hermano sufrirá la peor recesión en varias décadas. Mientras algunos economistas privados estiman que la caída del producto será del 6,5% en 2020, las proyecciones del Banco Mundial estiman que podría llegar a un 8%.

Chile también ensayó una estrategia de mayor flexibilidad en sus medidas de distanciamiento social, y el resultado fue trágico: todavía el gobierno chileno no sabe con precisión cuál es la cantidad exacta de muertos, pero las cifras oficiales hablan de más de 7.000, es decir 7 veces más con una población que es menos de la mitad de la de la Argentina. Hace un par de semanas atrás, el presidente Piñera tuvo que salir a reconocer públicamente que la estrategia de su gobierno había sido errada, luego de que su ministro de Salud, Jaime Mañalich, declarara que todas las proyecciones que habían realizado se derrumbaron. Pero claro, no sólo las proyecciones del mapa sanitario chileno se derrumban, también lo hará su economía. Según estimaciones del gobierno, la economía sufrirá una contracción de alrededor de 6,5% en 2020, con una caída de la demanda interna cercana al 10%. Recordemos que en abril las estimaciones de caída del PBI y de la demanda eran de 2 y 3% respectivamente.

Según un informe reciente del FMI, la economía argentina se contraería un 9,9% en 2020. Una caída significativa con respecto a la estimación de una contracción del 5,7% de hace dos meses, pero no muy lejos de lo proyectado para Brasil, y por debajo del 10,5 de retracción estimado para México. Las previsiones también fueron más pesimistas en cuanto a la recuperación en 2021. Mientras que en abril estimaban un crecimiento de 4,4% en 2021, ahora se situaron en 3,9%. Es cierto que los analistas no se ponen de acuerdo con respecto a la magnitud de la futura contracción. Por ejemplo, las estimaciones de caída del PBI del Banco Mundial para la Argentina se sitúan en un 7,3%, mientras que algunos bancos de inversión la ubican en un 12%. Claro, el dato relevante es que la Argentina viene de dos años seguidos de recesión (también podríamos decir que son 3 de los últimos 4).

Lo dicho nos permite sospechar, sin profundizar demasiado, que no son sólo las medidas de distanciamiento social las que explican el estancamiento de la economía nacional, sino que el arrastre de años anteriores muestra una influencia por demás de poderosa en el presente ciclo recesivo.